Alimentarse de manera sostenible

La proximidad, las cantidades justas, la variedad estacional y la naturalidad son los principales ingredientes para una alimentación respetuosa con el medio ambiente
Por Maite Zudaire 28 de octubre de 2014
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Imagen: Sarsmis

Alimentarse de una manera sostenible está al alcance de quien se lo proponga. No en vano, en la última década se han tratado de recuperar hábitos alimentarios que garantizan una mayor calidad de vida a uno mismo y a su entorno. Se han sucedido las campañas a favor de la Dieta Mediterránea, las iniciativas slow food o los intentos por preservar el patrimonio gastronómico, entre otras medidas. El siguiente artículo explica en qué consiste una dieta sostenible y repasa cuáles son sus principales beneficios para la salud, el medio ambiente y la economía.

Imagen: Sarsmis

Muchas iniciativas ha intentado, e intentan, favorecer el consumo responsable, respetuoso y sostenible. Y esto se aplica también al campo de la alimentación, donde se ha multiplicado la pedagogía sobre cantidades de nutrientes aconsejados, sobre la adaptación de la dieta según la edad y las circunstancias y por supuesto, la salud pública ha asumido que una parte muy importante de la prevención de enfermedades radica en los hábitos alimentarios.

Un primer atisbo de que tanto esfuerzo comienza a obtener su fruto es la importante acogida que ha cosechado el concepto de alimentación sostenible. Con este apellido, la alimentación se llena de sustancia. La sostenibilidad alcanza a los alimentos, a las técnicas culinarias, al uso de las energías, al aprovechamiento y al desecho de los ingredientes. Sostenible hace referencia a la manera de comer, pero también a forma de comprar, de cocinar, de reciclar, incluso de degustar, de elegir y de buscar. Sostenible es la capacidad de cada uno de nosotros de trascender en el tiempo por haber colaborado a no agotar los recursos (agua, tierra, aire) y conservar el medio ambiente (biodiversidad).

Comprar alimentos de nuestro entorno y de temporada

No son necesarios grandes tratados. Tal vez sea suficiente con recuperar la memoria para conocer la estacionalidad de los alimentos. Sin embargo, si nos atenemos a las palabras del cocinero vasco Eneko Atxa, reconocido como el más sostenible del mundo, es necesario incidir en el conocimiento perdido sobre especies y variedades locales y su calidad organoléptica. Es más, Atxa insiste en que es imprescindible recordar las características morfológicas y productivas de aquello que conforma una cesta de temporada.

El tomate, el melocotón, la lechuga no por más hermosas son más sabrosas; el pescado, la carne, los embutidos deben ser reconocibles y a poder ser, haberse alimentado o convivido en el entorno más cercano. Atxa habla de kilómetro cero como símbolo del «no espacio» y del «no tiempo» que debe recorrer el alimento desde su punto original hasta la mesa. Las metáforas son muy útiles para marcar los principios, y no hay duda que proponerse alimentarse, cocinar, comprar y apoyar la producción y distribución local es un comienzo muy sólido. Así, hacer la compra de forma ecológica es también un reto que abarca no usar el coche, o usarlo lo mínimo, y elegir productos biodegradables, e incluye también cuestiones más sencillas, como llevar las bolsas para reutilizarlas, calcular bien las cantidades y elegir el fresco más cercano, la conserva más local y el producto más natural.

Dieta saludable y sostenible

La alimentación sostenible está ligada a la dieta equilibrada. Son dos caras de una misma moneda, puesto que buscar el equilibrio es el punto de partida de una alimentación saludable y para lograrlo se ejercitan acciones sostenibles. El popular proverbio chino que versa «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo» sirve para inspirar de manera positiva las acciones más cotidianas, como son el comer y el comprar comida. También el preparar esa comida y gestionar sus desechos.

Nuestras elecciones tienen repercusión, pequeñita, en nuestras vidas, en nuestra sociedad, nuestra salud y nuestro entorno. Una repercusión pequeña pero definitiva. Esto es fácil de comprobar cuando se cambian los hábitos insanos por otros sanos: se logra introducir verduras y frutas a diario, se reduce la ingesta de azúcares, de grasas, de carnes rojas; se recuerdan las legumbres, los huevos y los cereales completos; se evitan los aditivos añadidos. Todas estas acciones son compatibles, es más, son casi redundantes con una dieta sostenible. Ahí está la fortaleza de vivir con pautas de sostenibilidad: es que también es saludable.

Beneficios económicos de la dieta sostenible

Los beneficios socioeconómicos de la sostenibilidad son cada día más evidentes. En una contabilidad inmediata y a corto plazo los cambios no son sensibles, pero toda la economía, también la doméstica, se fortalece cuando se juzga a medio y largo plazo. Comprar lo justo, comprar lo que está en temporada, cocinar con la mejor técnica, aprovechar las sobras, caminar para comprar los productos frescos, gustar de lo local, de lo natural… todas estas acciones son sostenibles. Del mismo modo que al buscar la salud, sus primeros efectos se notarán transcurrido un tiempo y su resultado se disfrutará a lo largo de toda la vida. Pero sí, aportan beneficio económico, beneficio en la cuenta de resultados.

Stephan Goetz, profesor de economía agrícola y regional en la Universidad de Ciencias Agrícolas de la Universidad Estatal de Pensilvania y director del Noreste Centro Regional de Desarrollo Rural no tiene duda y demuestra: los alimentos locales ofrecen beneficios económicos tangibles en las regiones. El profesor y su equipo midieron el impacto económico de la venta de alimentos locales en la economía local. No se trataba de valorar la ganancia de las empresas, sino la ganancia en conjunto de la localidad: en cuánto aumentaba el poder adquisitivo y la riqueza. Necesitaron cinco años para recabar los datos. Cuestionaron que la inyección de nuevo dinero «dinero de fuera de la comunidad» fuera el combustible para el crecimiento económico, y alentaron la economía minimalista. El resultado del análisis de balances, impuestos y consumo fue categórico: una economía sostenible es rentable.

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