Alimentos cotidianos que matan, ¿cuánto hay de cierto?

Un repaso detallado de varios alimentos que cargan con la mala fama de ser capaces de matar a las personas que los consumen
Por Isabel Megías 12 de octubre de 2015
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Imagen: belchonock

La salud y la alimentación son temas que preocupan a la población. No obstante, el sensacionalismo lleva a confundir términos y no hablar con propiedad. Es cierto que una dieta equilibrada y variada resulta imprescindible para un buen estado de salud, como también lo es que existen alimentos saludables y otros cuyo consumo excesivo puede asociarse a enfermedades de alta prevalencia hoy día, como la obesidad, la diabetes y las dislipemias (colesterol o triglicérdios elevados en sangre). Pero con la salud no vale el alarmismo, sino la rigurosidad en la información. ¿Es verdad que el tomate en conserva, las palomitas o la leche son nocivos para la salud? En este artículo se responde con rigor a estas preguntas.

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Imagen: TheCulinaryGeek

En cuestiones de salud, médicos, enfermeros, dietistas-nutricionistas y periodistas comparten una responsabilidad: educar a la población e informar siempre con rigor, con datos científicos veraces y contrastados. Sin embargo, no son pocas las veces que se publican artículos alarmistas, poco fundamentados o exagerados, que demonizan o endiosan a un alimento o a varios. En numerosos medios, se les atribuye propiedades milagrosas o todo lo contrario.

En cambio, en nutrición y dietética hace tiempo que no se habla de «alimentos prohibidos y permitidos» o de «alimentos que matan y alimentos que te dan vida», sino de «alimentos aconsejados y alimentos desaconsejados«. La explicación es que cuando se habla de dieta y salud no solo importa el tipo de alimentos, sino también su frecuencia de consumo (cuántas veces al día o a la semana se come) y el tamaño de la porción.

Los siguientes son algunos alimentos y bebidas que cargan con la mala fama de matar lentamente a las personas. A continuación se analizan sus características.

Embutido

La mayoría de los embutidos poseen un elevado contenido en grasas saturadas, grasas relacionadas con una mayor incidencia de patologías tan prevalentes como la obesidad, la dislipemia o el síndrome metabólico.

Así pues, debe recomendarse el consumo ocasional de este tipo de derivados cárnicos como parte de la prevención de enfermedades cardiovasculares. Escoger opciones más saludables y menos grasas puede ser una alternativa; aunque sustituir el consumo de estos alimentos por otros de origen vegetal sería la opción más inteligente.

Refrescos y bebidas con gas

Los refrescos y bebidas con gas son de uso relativamente reciente en la historia de la alimentación humana. Los ingredientes principales de estos líquidos son los azúcares (glucosa, fructosa, azúcar), zumos de fruta, agua y colorantes y otros aditivos. El consumo de bebidas azucaradas ha crecido en muchas partes del mundo y se asocia a una mala calidad de la dieta y a un aumento de la densidad energética de la dieta. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declara que las calorías proporcionadas por las bebidas azucaradas tienen poco valor nutricional y no proporcionan la sensación de plenitud que un alimento sólido ofrece. Según la OMS, la ingesta de azúcares libres posee un impacto negativo sobre el peso corporal y la caries dental, de manera que reducir el consumo de bebidas endulzadas con azúcar puede disminuir el riesgo de sobrepeso y obesidad en los adultos.

Anacardos crudos

La dermatitis causada por el urushiol (presente en las plantas de la familia Anacardiaceae, entre ellas, el anacardo) es una de las causas comunes de dermatitis de contacto alérgica aguda. Aunque parece ser que la alergia a los anacardos está aumentando, la dermatitis por urushiol es muy poco habitual. El riesgo de dermatitis por anacardo sigue siendo pequeño en la actualidad, de manera que la población no alérgica no tiene por qué dejar de ingerir anacardos.

Leche entera

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Imagen: Valentyn_Volkov

Existe una parte de la población con intolerancia a la lactosa, una de las razones que justifica eliminar, o reducir, el consumo de leche de vaca y optar por otro tipo de alimentos, como la leche con reducido contenido en lactosa u otras bebidas vegetales (soja, almendra, etc). Pero este hecho no es motivo para que toda la población deba hacer desaparecer la leche de su dieta.

En relación al contenido graso de la leche, y dado el incremento de sobrepeso, obesidad y dislipemias en las sociedades industrializadas, una de las opciones para controlar el consumo de grasas animales es tomar leches semi o desnatadas. Cabe destacar que ningún organismo de salud o sociedad científica relacionada con la alimentación, la nutrición y la salud recomienda suprimir la leche de la dieta basándose en la carga hormonal de este alimento.

Tomate en conserva

Existen diferentes tipos de tomates en conserva. Algunos, tal como viene indicado en el listado de ingredientes, poseen únicamente tomate, pero otros también contienen azúcares, sal e, incluso, aceites (habitualmente vegetales) en el caso de los sofritos en conserva.

La opción más saludable siempre será la salsa de tomate casera, en la que uno mismo escoge los ingredientes y controla las cantidades. Si no, el tomate triturado es una buena elección.

Salsas prefabricadas

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Imagen: studioM

Las salsas prefabricadas contienen, en la mayoría de ocasiones, ingredientes tales como azúcares (glucosa o fructosa), sal y aceites o grasas vegetales o animales, de manera que su ingesta excesiva puede conducir a un incremento del consumo de sodio, grasas saturadas, azúcares y calorías. Este desequilibrio dietético puede llevar a un aumento de la incidencia y prevalencia de enfermedades como la obesidad, hipertensión, diabetes, dislipemias y síndrome metabólico, lo que contribuye a un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares en la población. Dicho esto, el consumo de estas salsas debería ser ocasional.

Palomitas de microondas

Este tipo de preparado posee, además de palomitas de maíz, grasas o aceites (grasa de palma, mantequilla o aceites vegetales). Así pues, la opción más apropiada es comprar el maíz en grano y prepararlo en casa de la manera tradicional.

Edulcorantes

Evitar el azúcar es una de las medidas dietéticas más empleadas para controlar el aporte calórico de la dieta y prevenir la caries dental. Debido a esto, el consumo de edulcorantes (sacarina, aspartamo, acesulfame, sucralosa, estevia, sorbitol) ha crecido en los últimos años, y existe bastante controversia sobre si su uso podría conllevar efectos nocivos para la salud. Hasta el momento, los edulcorantes artificiales tienen la aprobación de las agencias de seguridad para ser utilizados; y hay que destacar que no existe evidencia científica que corrobore los efectos adversos que se les achacan.

Si, como elección personal, no se desea emplear este tipo de edulcorantes, se puede optar por alimentos dulces naturales como la miel o jarabes de fruta, pero debe recordarse que el contenido calórico de estos alimentos es, en muchos de los casos, parecido al del azúcar de mesa.

Comida basura

Se engloba en este grupo a la gama de alimentos precocinados y de alimentos ofrecidos en establecimientos tipo fast food. Habitualmente, este tipo de alimentos posee un elevado contenido en grasas, sal y, a veces, también azúcares. Debido a esto, su denominación más adecuada es la de «alimentos superfluos«, puesto que son alimentos de alta densidad energética, que en muchas ocasiones aportan calorías superfluas y una densidad nutricional baja de nutrientes esenciales. Su consumo debe ser, por tanto, ocasional.

Frituras variadas

Este grupo de alimentos podría incluirse dentro de la denominación anterior. Cabe destacar, además, que la fritura favorece la absorción de la grasa de cocción por parte del alimento, aumentando así el contenido calórico del alimento frito. Además, la fritura promueve la oxidación de la grasa utilizada en la cocción.

Tras conocer estos datos, debe tenerse en cuenta cuáles de estos alimentos son recomendados y cuáles no, puesto que la dieta debe aportar disfrute en la alimentación, pero también debe proporcionar la cantidad adecuada de nutrientes y energía que capacite a las personas para las actividades diarias y les asegure un estado de salud óptimo. La clave no es solo considerar si el alimento es «bueno o malo», sino cuánto y cada cuánto se consume.

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