Violencia en adolescentes

Transmitir a los jóvenes valores de compañerismo, tolerancia y respeto es la mejor forma de prevención
Por Clara Fraile 27 de marzo de 2006

Aspectos familiares, legales, académicos, psicológicos, individuales y sociales influyen en las actuaciones violentas de los más jóvenes. Las agresiones empañan las relaciones del 40% de los estudiantes y la mayor incidencia de violencia juvenil se registra en los cursos de 2º y 3º de la ESO. Estos datos revelan un grave problema en la actitud de muchos jóvenes cuya resolución precisa una actuación conjunta de padres, profesores y otros agentes sociales determinantes en su educación, como amigos, monitores y otros familiares. Es necesario concienciarse e identificar la naturaleza de los conflictos, incluso antes de que se presenten. Por ello los psicólogos recomiendan poner límites a los adolescentes desde su infancia.

Menos delitos, pero más graves

“Los adolescentes son el reflejo de la sociedad adulta”, opina el presidente de la Asociación Castellano Leonesa de Psicología y Pedagogía, José Luis Casillas. Por este motivo, ante la pregunta de si son o no más violentos que en generaciones anteriores su respuesta es otro interrogante: “¿Es la sociedad actual más violenta?”, y remite a los informativos de televisión, mientras asegura que existen estudios de sociología y antropología que manifiestan que los adolescentes de hoy no son significativamente más violentos que los de ayer. “Lo cierto es que los adolescentes se implican cada vez en menos hechos delictivos, pero éstos son más graves y se efectúan a menor edad”, declara Javier Urra, quien fuera el primer Defensor del Menor en España. Las cifras que maneja este psicólogo de la Fiscalía de Menores de Madrid apuntan que nueve de cada diez delitos son cometidos por varones, aunque cada vez “las chicas son emocionalmente más duras”.

Menos delitos, pero más graves

Un estudio realizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y el Instituto de la Juventud (INJUVE), bajo el título “Prevención de la violencia y lucha contra la exclusión desde la adolescencia”, denota que los chicos “presentan mayores niveles en agresividad física”, si bien estos resultados no implican necesariamente que los adolescentes y preadolescentes varones masculinos sean más agresivos que las chicas de su edad, sino que unos y otras “canalizan y/o muestran su agresividad de formas diferentes”.

En cuanto a las diferencias de clases, Urra asegura, con la perspectiva que le dan 25 años de profesión, que en este tiempo la tendencia en cuanto a la comisión de delitos es a igualarse, incluso a globalizarse. “Ya no hay diferencias entre el medio rural y el urbano, Internet llega a todas partes y quienes cometen delitos ya no son sólo los chicos procedentes de los niveles socioeconómicos más bajos”, comenta.

También hay que contemplar una nueva realidad: la de los jóvenes inmigrantes. En la actualidad el 40% de los menores privados de libertad en Madrid son extranjeros, algo que no extraña a Javier Urra “teniendo en cuenta las dificultades que tienen para manejarse”. Tal vez el reflejo en los medios de comunicación de esta problemática, que en las grandes ciudades se agrava con la lucha por territorios entre bandas rivales como los Latin Kings o Los Ñetas, sea lo que lleva a pensar que aumenta la violencia en general entre los adolescentes. De todos modos, Urra considera que la juventud es mayoritariamente solidaria, pacífica y estudiosa. “Lo que ocurre es que siempre se ha puesto la lupa sobre la adolescencia”, subraya.

Ámbito escolar

Casillas, orientador del Instituto de Enseñanza Secundaria (IES) La Bureba de Briviesca (Burgos), comulga con estas últimas afirmaciones y explica que quizá la sociedad actual sea ahora más consciente de estos temas y esté más sensibilizada. “Tenemos más oportunidades para darnos cuenta y estamos hipersensibilizados respecto al fenómeno, lo que puede ser positivo si nos ayuda a mejorar o negativo si nos crea un estado de inseguridad y miedo”, manifiesta.

En el ámbito escolar las conductas violentas más frecuentes son insultos, robos, agresiones y peleas,

En el ámbito escolar las conductas violentas más frecuentes son insultos, robos, agresiones y peleas

aislamiento social, rotura de mobiliario e insolencia ante los profesores. “Algunas manifestaciones actuales de la violencia son muy elaboradas y mezquinas, e incluso grabadas con los teléfonos móviles”, remarca Casillas. Una nueva forma de acoso es exhibir luego esos videos o fotos en Internet.

La violencia en las aulas, según Fuensanta Cerezo, profesora del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Murcia y autora de un libro sobre el tema, enturbia hoy las relaciones del 40% del alumnado en su región y está aumentando en los últimos años. Porcentajes parecidos, incluso superiores, recoge el último informe del Defensor del Pueblo “Violencia escolar: el maltrato entre iguales en la Educación Secundaria Obligatoria”. Se dan, por tanto, comportamientos agresivos, intencionados y perjudiciales cuyos protagonistas son jóvenes estudiantes. Las formas más frecuentes de maltrato, atendiendo al análisis del Defensor del Pueblo, son las de tipo verbal (insultos, motes), seguidas por el abuso físico (peleas, golpes, etc.) y el aislamiento social (ignorar, rechazar, no dejar participar).

Según las investigaciones de José Mª Avilés, doctor en Psicología por la Universidad de Valladolid, una de las personas que más ha estudiado este fenómeno en España, el 30% de los escolares puede padecer ocasionalmente maltrato físico, verbal, psicológico o social, y el 40% actuar como agresores esporádicos.

Buenas prácticas

Ante conflictos generalizados y casos de acoso escolar, se empiezan a extender programas de buenas prácticas tendentes a reconvertirlos o minimizarlos. Precisamente el IES La Bureba fue distinguido el año pasado por el Ministerio de Educación y Ciencia con un Premio a las Mejores Prácticas Educativas por su plan de convivencia, en el que destaca un protocolo de acogida para alumnos inmigrantes.

Según Casillas, desde la autonomía de cada centro se puede elaborar mejor este tipo de programas. “Una escuela comprensiva, basada en el trabajo cooperativo y en la que todas las partes implicadas tomen decisiones consensuadas y se sientan integradas y útiles, y en la que la autoridad se ejerza de forma positiva es la mejor de las estrategias posibles para prevenir la violencia”, afirma.

Gran parte de los docentes y de los padres coinciden al concebir la educación como un proceso integral de socialización que no es competencia exclusiva de nadie y que sobrepasa los límites académicos. Familia, profesores, compañeros y todas las personas con las que se relaciona el adolescente influyen en su educación. “O cambiamos todos o no cambia nada”, resume Javier Urra.

En este proceso, por tanto, deben converger familia y escuela con el respaldo de toda la sociedad (ayuntamientos, instituciones, medios de comunicación…). Sin embargo, los profesores son conscientes de que en muchos casos la familia no puede participar por razones estructurales o por falta de capacidad.

Los profesores son conscientes de que en muchos casos la familia no puede participar por razones estructurales o por falta de capacidad

“Hay estudios que señalan que algunos padres apenas dedican 5 minutos diarios a hablar con sus hijos de sus cosas”, recuerda el presidente de la Asociación Castellano Leonesa de Psicología y Pedagogía.

Así, el sistema educativo y la propia familia han de intentar desempeñar conjuntamente una labor complementaria. Ambos, en ocasiones, se encuentran un poco aislados en su intento por transmitir valores de esfuerzo, compañerismo, tolerancia, y respeto. A continuación se muestra una serie de recomendaciones:

  • Como prevención se aboga por una participación mayor de las familias, mediante el diálogo con los profesores, en la toma de decisiones de los centros educativos, para que se lleguen a convertir en “comunidades de aprendizaje” desde donde se potencie y dinamice la educación en los valores democráticos y de convivencia, pero no como una asignatura, sino como parte de la instrucción básica de cada curso.
  • Los estudiosos de la violencia en la adolescencia encuentran carencias en el ámbito familiar que tienen que ver con la falta de afectividad y la excesiva permisividad. Como consejos generales para los padres, tanto de víctimas como de agresores, se apunta una revisión de las pautas familiares de autoridad que rechace la violencia (se descarta la utilización del castigo físico) y aumente el acceso a la comunicación: “los padres tienen que aprender a decir que ‘no’ a los hijos de forma razonada”. La postura ha de estar claramente definida respecto a dónde se sitúan los límites.
  • Reforzar sus actitudes hacia la diversidad. Conviene desarrollar las relaciones desde el propio hogar en un contexto de respeto mutuo y confianza hacia los demás, independientemente de su forma de ser o de pensar.
  • La sanción ha de formar parte de la educación. “Los jóvenes tienen sensación de impunidad. Creen que nada de lo que hagan va a suponerles un castigo”, dice Javier Urra, y la sociedad no puede permitirse que, por ejemplo, los profesores acaben necesitando un teléfono de atención psicológica. A su juicio, la política penal es correcta y está bien recogida en la legislación, “lo que pasa es que en el proceso de aplicación por distintos motivos muchas veces se suaviza”.
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