¿Darwin estaba equivocado?

La evolución es un hecho incuestionable a pesar de las críticas a su teoría, que se ha modificado con el avance científico
Por Alex Fernández Muerza 12 de febrero de 2009
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Imagen: Wikimedia

Hoy se celebra un doble acontecimiento con un mismo protagonista: Charles Darwin. En 1859, hace 150 años, publicaba su famosa obra “El origen de las especies”, y hoy, 12 de febrero, hace dos siglos, el naturalista inglés venía al mundo. El Día y el Año de Darwin se celebra en todo el mundo para honrar al padre de una teoría que hoy día sigue siendo cuestionada y hasta atacada. Sin embargo, la evolución es un hecho, aunque la teoría se vaya modificando gracias a los últimos avances científicos. Desde un punto de vista medioambiental, la evolución nos debería hacer reflexionar sobre el actual deterioro del medio ambiente, ya que nos recuerda que todos los seres vivos, incluidos los humanos, estamos relacionados y dependemos de la naturaleza y sus mecanismos de funcionamiento.

Qué es la evolución

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Hoy en día habría sido un becario de investigación. El icono universal de un Charles Darwin (1809-1882) anciano con una larga barba blanca tenía en realidad 23 años cuando emprendió a bordo del Beagle un viaje de cinco años alrededor del mundo. Las duras condiciones de su estancia en este buque y los constantes mareos del joven naturalista merecieron la pena: sus descubrimientos de fósiles y su paso por las islas Galápagos, frente a las costas de Ecuador, le sirvieron para concebir una teoría que desvela los orígenes y los cambios de todos los seres vivos que habitan el planeta y su relación con la naturaleza.

La evolución implica un mismo origen, una especie de la que surgieron todas las demás, incluida la humana

Darwin nos regaló un gran álbum familiar en el que aparecen relacionados todos los seres, incluidos los humanos, del pasado y del presente de la Tierra. La evolución implica un mismo origen, una especie de la que surgieron todas las demás: todos somos parientes, al provenir de antepasados comunes que se fueron transformando y diferenciando con el transcurso del tiempo. Por ello, no es correcto decir que el hombre viene del mono, pero sí que ambos tienen antepasados comunes.

/imgs/2009/02/archaeopteryx.jpgEn el devenir temporal de la evolución, la sucesión de organismos evidencia la transición de unas formas a otras. Por ejemplo, el Archaeopteryx, un animal que vivió hace unos 150 millones de años, delata el paso intermedio entre reptiles y aves. Del tamaño de un cuervo, este animal poseía plumas, pero su anatomía era similar a la de algunos dinosaurios bípedos de su tamaño. Y en nuestro propio cuerpo también podemos encontrar rastros de nuestra propia evolución. Por ejemplo, el órgano que hoy día parece sólo útil para provocar la dolorosa apendicitis es un vestigio de una época en la que nuestro intestino era más largo para soportar una dieta eminentemente herbívora.

La evolución supone unos mecanismos de transformación y relación con el entorno que explican estos cambios y la gran variedad de especies que habitan el planeta. Uno de estos mecanismos, que popularizó Darwin en su teoría, es la selección natural. Ante unos recursos naturales limitados, los individuos con alguna característica que mejore su capacidad de explotarlos tendrán más posibilidades de reproducirse que sus congéneres. Si esta característica es heredable, sus descendientes se expandirán, de manera que, al repetirse este proceso de una generación a otra, la mayoría de la población poseerá dicho carácter beneficioso, transformándose en el proceso. Por su parte, la formación de nuevas poblaciones aisladas, y el efecto de la evolución a lo largo del tiempo, dará lugar a nuevas especies.

En los últimos 40.000 años de evolución humana, la selección natural lejos de pararse, se ha acelerado

Ahora bien, el azar no es el impulsor de la evolución. Si bien todas las mutaciones genéticas suceden al azar, sólo las beneficiosas para el organismo son seleccionadas y perpetuadas a través de las generaciones.

Asimismo, todos los seres vivos continúan evolucionando, lo que supone que su estado actual no es inalterable. Y por supuesto, también los seres humanos. De hecho, en los últimos 40.000 años de evolución humana, la selección natural lejos de pararse, se ha acelerado. Algunos hablan incluso del “Homo evolutis”, un “Homo sapiens” modificado por la ingeniería genética o la robótica.

¿Se equivocó Darwin?

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“Darwin estaba equivocado”. Así titulaban su portada los responsables de la revista New Scientist, a escasos días antes de la celebración del Día de Darwin. La frase resulta más llamativa si cabe por ser esta publicación una referencia mundial de la divulgación científica. En realidad, el artículo que da pie a este polémico titular no desautoriza la teoría, sino que explica que la historia de la evolución no sería similar a un árbol con múltiples ramas, como pensó Darwin, sino más bien como una red.

La evolución sigue siendo un hecho incuestionable, sólo que ahora los investigadores disponen de herramientas y métodos para matizar o corregir ciertos aspectos de la teoría de Darwin e incluso descubrir algunos nuevos. El artículo del New Scientist es una muestra, pero no la única, de los avances producidos en campos tan diversos como la genética, las matemáticas, la bioquímica o la paleontología.

La historia de la evolución no sería similar a un árbol con múltiples ramas, como pensó Darwin, sino más bien como una red

Darwin estableció que la competencia entre seres vivos es el impulso principal de la evolución. Los predadores y las presas mantendrían una lucha similar a la de los policías y ladrones: si uno consigue mejorar alguna habilidad, el otro tendrá que variar su contraataque, de manera que el duelo continúe igual. Sin embargo, la evolución a gran escala no funciona así, por lo que Darwin no fue capaz de explicar cómo se crean nuevas especies ni cómo los seres vivos se vuelven cada vez más complejos. Y tampoco acertó el número de especies que habitan el planeta: estimó una cantidad de cientos de miles, mientras hoy día se estima en varios millones, aunque también es verdad que la biodiversidad es tan enorme que se sigue sin conocer el número exacto.

/imgs/2009/02/pinzon-darwin.jpgAsimismo, Darwin formuló su teoría de manera que los cambios fueran graduales a lo largo del tiempo. Pero no siempre es así. El naturalista inglés conocía la denominada “explosión cámbrica”, la creación, hace unos 540 millones de años de un enorme y repentino estallido de vida, pero no supo explicarla. Otro ejemplo típico de ello son los pinzones de Darwin, unas aves que este evolucionista estudió en las Galápagos. Sus poblaciones se adaptan a su cambiante entorno en menos de dos décadas, cambiando la forma de su pico. Hoy día se cree que la transformación radical del entorno es capaz de trastocar la velocidad de los mecanismos evolutivos. Asimismo, como sugieren los Grant, una pareja de investigadores de la Universidad estadounidense de Princeton que lleva décadas estudiando a estas aves, la evolución también parece acelerarse bruscamente cuando dos especies muy cercanas entran en competición.

La edad de la Tierra supuso también un quebradero de cabeza para Darwin. La mayor parte de los investigadores de su época creían que podría tener diez millones de años, mientras que Darwin la estimaba en cientos de millones de años, pero no tuvo pruebas para demostrarlo. Gracias a las actuales técnicas de datación de rocas, basadas en la descomposición de ciertos minerales radiactivos, se ha demostrado que nuestro planeta tiene más de 4.500 millones de años. Y algo similar sucede con el ancestro común a todos los seres vivos: Darwin fue el primero en señalarlo, pero tampoco pudo probarlo. Gracias a los avances en el estudio de fósiles desde hace varias décadas, los científicos conocen hoy día restos con 3.500 millones de años que confirman la teoría darwiniana.

La transformación radical del entorno es capaz de trastocar la velocidad de los mecanismos evolutivos

Los geólogos también han echado una mano al poner en evidencia los cambios que el planeta ha experimentado a lo largo de su historia. Animales “raros” como los ornitorrincos australianos o los tapires sudamericanos son así porque las zonas que ahora habitan han sido islas durante millones de años. Y Darwin también habría agradecido los conocimientos actuales en geología para explicar las extinciones masivas, producidas por alteraciones extremas e inesperadas del planeta.

Por qué no se acepta la teoría de la evolución

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Una encuesta dada a conocer recientemente afirma que la mitad de los británicos no cree en la evolución. Las críticas sobre el sesgo de los datos no se han hecho esperar, más si cabe teniendo en cuenta que el promotor de la encuesta es Theos, una organización británica que defiende que la sociedad “sólo puede florecer en la fe”.

En Estados Unidos sólo un 40% de los ciudadanos cree en la evolución

Una fuente más fiable, la revista Science, realizó una encuesta en la que preguntaba si es verdad o no que “los seres humanos, tal y como los conocemos, evolucionaron a partir de especies primitivas de animales”. En este caso se comprobaron las grandes diferencias entre países: en Islandia, Dinamarca o Suecia lo creen en un 80%, mientras que en Turquía y Estados Unidos sólo un 20% y un 40% respectivamente. España, como Alemania, Noruega o el citado Reino Unido, se movieron en torno al 70%.

El desconocimiento, la confusión, y unas creencias religiosas que niegan o malinterpretan los hechos juegan en contra de la verdadera comprensión de este fenómeno natural. Por ejemplo, uno de los errores típicos consiste en confundir la evolución en sí con la teoría. Como explica Maximiliano Corredor, biólogo y divulgador evolutivo, las explicaciones que los científicos dan a los hechos se llaman teorías. La teoría de la evolución ha cambiado mucho desde sus comienzos hasta hoy, sin que ello signifique que las poblaciones de organismos hayan dejado de evolucionar.

/imgs/2009/02/atapuerca01.jpgAdemás de cuestionar la evolución, algunos colectivos incluso la han atacado. Es el caso de los denominados “creacionistas”, que afirman que la Tierra y los seres vivos han sido creados por un Dios con un propósito por tanto divino. En países como Estados Unidos han promovido varias acciones que han tratado de eliminar del sistema educativo la enseñanza de la evolución o bien equipararla con sus ideas. Ya en 1925 se aprobaba en Tennessee una ley que prohibía enseñar “cualquier teoría que niegue el relato de la creación divina del hombre tal como se enseña en la Biblia”, al igual que en otros Estados. No fue hasta finales de la década de los sesenta cuando se derogaron tales leyes.

Pero los creacionistas son persistentes. En 1999, el Consejo Escolar de Kansas aprobaba eliminar la evolución, así como la teoría del Big Bang, de los programas científicos del Estado. Y en 2004, la Junta de Directores de Escuela del Área de Dover, en Pensilvania, aprobaba unas normas que colocaban al mismo nivel educativo el evolucionismo y el “desarrollo inteligente”. Sin embargo, en 2005, la Corte del Distrito Medio de Pensilvania anulaba tal decisión.

Los creacionistas radicales sostienen que la Tierra fue creada por Dios hace 6.000 años

En este sentido, en la actualidad se pueden encontrar varios movimientos creacionistas con sutiles diferencias:

  • “Creacionismo radical”: niega la evolución e interpreta literalmente la Biblia. Así, sostiene por ejemplo que la Tierra fue creada por Dios hace 6.000 años.
  • “Creacionismo científico”: presenta supuestas pruebas científicas (erróneas) para demostrar que la teoría de la evolución no es cierta.
  • “Creacionismo pro evolución”: acepta la evolución natural, pero basado en un creador y un propósito divino.
  • “Diseño inteligente”: promovido por el Discovery Institute, sostiene que no son las teorías científicas las que explican la complejidad y diversidad actual de los seres vivos, sino la intervención directa de un ser inteligente. Es el movimiento más activo en la actualidad en Estados Unidos. Como contrapunto irónico, se ha creado el “pastafarismo”. Sus seguidores defienden que si se permite su enseñanza en el sistema educativo, también tiene el mismo derecho una divinidad en forma de monstruo de espaguetis volador que ellos han creado.

Por tanto, la polémica, 150 años después de la publicación de “El Origen de las Especies” sigue viva, a pesar de que algunos expertos razonan que no se puede comparar en el mismo plano la ciencia, basada en datos científicos y la religión, basada en la fe. En este sentido, algunos investigadores tratan de explicar científicamente el por qué de la necesidad de creer en divinidades. Por ejemplo, el psicólogo Michael McCullough, tras evaluar estudios de ciencias sociales y neurociencias, afirma haber encontrado evidencias de que las convicciones religiosas son útiles para el autocontrol. Otros investigadores sugieren que tener fe ha sido importante en la evolución del cerebro humano.

Por su parte, la Iglesia católica no parece tener una posición única al respecto. Si Juan Pablo II afirmaba en 1996 “que la teoría de la evolución ya no es una mera hipótesis”, Benedicto XVI sostenía en 2007 que el proceso de la evolución “no es verificable”, y que el origen del hombre no es algo que “la ciencia pueda responder directamente”.

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