Entrevista

Sergio Federovisky, autor de ‘Los mitos del medio ambiente’

El desarrollo sostenible es el mayor mito del medio ambiente
Por Alex Fernández Muerza 18 de mayo de 2013
Img federovisky
Imagen: Daniel Jurjo

El argentino Sergio Federovisky es biólogo, periodista ambiental y presidente desde 2008 de la Agencia Ambiental de La Plata. En su último libro, ‘Los mitos del medio ambiente‘ (Ed. Clave Intelectual), denuncia que el medio ambiente, lejos de mejorar, ha empeorado desde 1992. En esa fecha, los países de la ONU celebraban la Cumbre de Río para resolver los problemas del planeta. En su opinión, la falta de avances se debe a las supuestas soluciones ofrecidas, como el desarrollo sostenible o el reciclaje, que se han convertido en mitos. “No se puede imponer un sistema económico basado en el lucro y pretender la sostenibilidad ambiental”, razona Federovisky. Autor de otros libros, como ‘El medio ambiente no le importa a nadie’ (2007) e ‘Historia del medio ambiente’ (2011), ha trabajado en los diarios más importantes de Argentina y en diversos canales de televisión.

¿Por qué considera “mitos” aspectos “estrella” del ecologismo, como el desarrollo sostenible, la conciencia ambiental o el reciclaje?

“Dejar en manos del mercado lo esencial de la relación entre sociedad y naturaleza nos ha conducido a este marasmo”
Los considero mitos a la manera del antropólogo Claude Lèvi-Strauss: un concepto que asocia polos irreconciliables, como la vida y la muerte, para atenuar la angustia por esa contradicción insalvable en la realidad. Imponer un sistema económico basado en la persecución del lucro como fin excluyente y, de forma simultánea, pretender la sostenibilidad ambiental es una contradicción insalvable. La forma de conjurar esa angustia lleva a crear mitos para aliviarla o para expiar conciencias contrariadas.

¿Cuáles son los mayores mitos del medio ambiente?

Todos los que cito en el libro. Pero a la cabeza de ellos, englobando a todos, el desarrollo sostenible.

¿El desarrollo sostenible?

Su formulación, vendida al por mayor como “la” solución, posterga la búsqueda de la verdadera solución. Nos tranquiliza porque nos hace pensar que, en algún momento, “la” solución, el mito, llegará y solo debemos esperar. Con una mirada crítica sobre la realidad, debemos aceptar que dicha solución nunca llega. Vivimos en una era de enorme preocupación y ocupación sobre los problemas ambientales y un permanente empeoramiento de todos los indicadores. Quizás sea hora de aceptar que dichas soluciones son enunciaciones falaces y ponernos a buscar otras fórmulas.

¿Cuál sería la mejor forma de proteger el medio ambiente?

“Un sistema que empuja a la obsolescencia programada o a un consumo de materiales fútiles no puede enfrentarse solo con reciclaje”
Quizá lo que más colaboraría serían políticas de Estado que sostengan esa premisa. Dejar en manos del mercado lo esencial de la relación entre sociedad y naturaleza nos ha conducido a este marasmo. Las ciudades del Tercer Mundo, y algunas del Primer Mundo, como Nueva Orleans con el huracán Katrina, son escenario de desastres naturales que desnudan la vulnerabilidad social, y dejan al descubierto espacios urbanos moldeados por la especulación inmobiliaria, con ausencia absoluta de políticas de Estado. Asistimos al espectáculo de ciudades que han crecido sobre los valles de inundación de los ríos, porque era la única opción para los pobres o porque ofrecía un panorama paisajístico deseado por los ricos: cuando se inundan, cosa inevitable pues por allí siempre circularon los ríos, nadie se pregunta dónde estaba la Administración a la hora de modelar esa ciudad. Para ser más drásticos: si está prohibido circular a más de cierta velocidad por el riesgo de muerte, ¿por qué no una prohibición progresiva del uso irracional del agua potable como recurso escaso?

¿Cuáles son las verdades del medio ambiente que habría que defender?

Probablemente, la verdad más irrefutable es la expresión de los problemas ambientales. Y también la verdad incluida en ellos: la imposibilidad de resolverlos dentro de un sistema que empuja en una dirección contraria. Toda búsqueda de solución debe aceptar esa verdad en el origen del problema. Y si bien no se puede esperar a cambiar el sistema para encontrar una solución, ninguna medida que se imponga puede contradecir o subestimar dicha verdad.

¿Podría poner un ejemplo?

Un caso muy paradigmático es la basura: un sistema que propende a la obsolescencia programada, o que empuja a un consumo de materiales fútiles convertidos de forma rápida en residuo, no puede enfrentarse solo con el reciclaje. Es una herramienta útil y necesaria, pero no “la” solución cuando el sistema empuja en el sentido opuesto.

Diversas organizaciones e instituciones quieren recuperar el interés social por el cambio climático, considerado uno de los principales problemas ambientales, sociales y económicos a los que se enfrentan los seres humanos, pero que sin embargo ya no interesa como antes. ¿Es otro mito más?

El cambio climático, como todos los problemas ambientales, no es un mito. Es una expresión dramática de las contradicciones del sistema. La crisis climática, como dijo el economista inglés Nicholas Stern, es la manifestación “del mayor fracaso de mercado de la historia de la humanidad”. ¿Puede encontrarse su solución definitiva dentro de ese mismo mercado?

Se podría llegar a pensar tras leer su libro que no merece la pena luchar por el medio ambiente. ¿Se puede seguir siendo ecologista?

“La mejor política ambiental no es la que corre detrás de los impactos dañinos, sino la que los evita”
Al contrario. El desafío es mayor y, más que nunca, hay que ser ecologista. Pero ¿qué significa serlo? ¿Repetir ciegamente fórmulas que han demostrado ser inviables? Digo en el epílogo del libro que hay que ser optimistas, pero no tontos: la crisis ecológica, si es que podemos llamarla así al menos en lo subjetivo, pone en debate si el progreso sigue siendo el elemento central de nuestro futuro y, en caso de serlo, en qué condiciones debe edificarse.

¿Los consumidores estamos a merced de las empresas o gobiernos, o podemos hacer más de lo que creemos por el medio ambiente?

Siempre se puede hacer más a título individual o colectivo, pero teniendo en cuenta el engaño a gran escala del eslogan “con conciencia todo se resolverá”. Es indispensable la conciencia, pero más lo es que se transforme en fuerza que luego se verifique en políticas de Estado.

El fracking se está convirtiendo, al menos en España, en un tema clave para el ecologismo de lucha y reivindicativo, similar a la energía nuclear hace unos años. ¿Qué opina sobre este sistema?

El fracking expone con crueldad la ausencia del elemento central de toda política ambiental: el principio de precaución. En el medio ambiente debe invertirse la carga de la prueba: se debe demostrar que alguna actividad no es lesiva para el ambiente antes de aplicarla. En nombre del progreso y del mercado se ha avanzado en prácticas que luego se han revelado como tremendamente lesivas para el ambiente. Solo debiera aceptarse el fracking si puede demostrarse que su aplicación no conducirá a consecuencias ambientales devastadoras, algo imposible de probar con seguridad. La lógica del mercado funciona como patente de corso y se disculpa luego con presuntas prácticas de remediación. Hay que invertir el mecanismo: la mejor política ambiental no es la que corre detrás de los impactos dañinos tratando de morigerarlos, sino la que evita que se produzca el daño, aun cuando eso signifique, como con el fracking, privarse de ciertas tecnologías.

¿Qué tipo de periodismo ambiental cree que se hace en la actualidad, y cuál cree que se debería hacer?

Hay que saludar la existencia del periodismo ambiental y su crecimiento en los últimos veinte años, porque es la expresión de una preocupación social creciente. Pero si además de describir la realidad, el periodismo pretende aportar a su transformación, debe revisar sus premisas. Parece que hoy estamos saturados de información pero poco eficaz para generar algo más que denuncia y conciencia individual. Parafraseando a Marx, así como la filosofía debe dejar de explicar cómo es el mundo y pasar a transformarlo, el periodismo ambiental tiene una tarea indelegable: aportar soluciones reales a los problemas ambientales.

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