Una salud ¿perfecta?

A pesar de que la población de países desarrollados cada vez está más sana, tiene una percepción mayor de las enfermedades que puede sufrir
Por Teresa Romanillos 18 de junio de 2009
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Imagen: doriana_s

Es indudable que el avance social y sanitario conseguido en los países desarrollados es el responsable del espectacular aumento en la esperanza de vida actual. Cada vez estamos más sanos pero, a la vez, también nos percibimos más enfermos, ya que se da la paradoja de que nos encontramos en una de las épocas de la historia de la humanidad en la que más se ha “medicalizado” la vida y más se ha desarrollado la perspectiva de una salud “perfecta”.

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En este proceso de «medicalización», ciertos fenómenos que formaban parte de otros campos, como la educación, la ley o la religión entre otros, han pasado a ser considerados como fenómenos médicos. Así, procesos normales de la vida como el ciclo reproductivo y vital de la mujer (menstruación, embarazo, parto, menopausia), las dificultades escolares, la vejez o la infelicidad, tienen una actuación médica y un fármaco a su servicio.

Sensación de amenaza

No sólo se han creado «nuevas» enfermedades, también el riesgo ha pasado a ser considerado un problema de salud prevalente. Las consultas están frecuentadas por individuos sanos en los que la perspectiva de una enfermedad futura les merma la sensación subjetiva de salud al sentirse amenazados. Uno de los autores que marcó un hito en este tema fue Ivan Illich, que en su obra ‘Némesis médica’ toma como ejemplo a la medicina para continuar un discurso sobre las instituciones modernas. Illich afirmaba que «la medicina institucionalizada amenaza la salud», en el sentido que en los países desarrollados la obsesión por una salud perfecta se ha convertido en el factor patógeno predominante.

Antes la salud se calificaba como la ausencia de enfermedad. Más tarde, la Organización Mundial de la Salud, OMS, amplió el concepto y pasó a definirla como un «estado de bienestar físico, psíquico y social». Hace años, los individuos tenían mayor capacidad para asumir sus propias responsabilidades mientras que ahora las estamos trasladando, de manera progresiva, al estado del bienestar. En cierta manera, se están transformando procesos normales, como el envejecimiento, en enfermedades que requieren la atención de numerosos especialistas. Los avances de la medicina también han propiciado la esperanza de que «todo puede de alguna forma solventarse» y que, por lógica, incrementa la demanda de atención.

En los países desarrollados la obsesión por una salud perfecta se ha convertido en el factor patógeno predominante

Vida «psiquiatrizada»

Desorden de ansiedad social, síndrome de culto a las celebridades… La «medicalización» puede constatarse en muchos aspectos de la vida pero en el ámbito de la salud mental alcanza uno de sus máximos exponentes. Y es que trazar la frontera entre enfermedad y malestar psicológico no siempre es fácil y, sin embargo, no todo sufrimiento es enfermedad. Muchos problemas cotidianos no son estrictamente médicos aunque causen angustia.

En los últimos años hemos asistido a un importante aumento en el diagnóstico de lo que se conoce como fobia social además de estar asistiendo a una verdadera epidemia en el diagnóstico de síndromes depresivos hasta el punto que los fármacos antidepresivos ocupan un lugar importante entre los medicamentos más recetados. En Gran Bretaña, se expidieron 34 millones de recetas médicas de antidepresivos en el 2007.

El diagnóstico de trastorno por déficit de atención e hiperactividad en la infancia se ha incrementado tanto que casi un 10% de los niños estadounidenses están medicados por problemas de conducta. Mientras, se considera que el 10% de los niños británicos tienen algún trastorno mental clínicamente reconocible. Especialistas en Salud Mental y en Medicina de Familia piden que no se «psiquiatrice» la vida. Este ha sido uno de los mensajes de los asistentes al VI Congreso de Atención Primaria y Salud Mental organizado por la CAMFiC (Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria).

«Debemos ser realistas: ni lo podemos prevenir todo, ni curar todo», declaró María José Sánchez, presidenta del comité organizador. Se comentó que la conversión en patología de problemas cotidianos es una tendencia errónea que se inicia, incluso, en la niñez. «Los niños de mi época también nos peleábamos, a veces, a pedradas; ahora a esto se le llama trastornos de la conducta», ejemplificaba Miquel Reguant, médico de familia y miembro del grupo de Ética de la CAMFiC.

En una de las mesas del congreso en las que se analizaba la prevención en salud mental, se concluyó que, aun cuando la prevención puede ser buena en ocasiones, no siempre está indicada, y puede hacer incurrir en el riesgo de usar y abusar de los fármacos en exceso. Alberto Ortiz, psiquiatra del Centro de Salud Mental Salamanca, refirió que a veces «el no tratamiento puede ser la mejor opción para el paciente». Tratar médicamente y de forma excesiva los problemas «puede hacerle creer que él no tiene recursos para enfrentar los avatares propios de la vida cotidiana, que le hace falta la ayuda de su médico o un tratamiento farmacológico».

LO QUE NOS CUESTA LA SALUD

Los países desarrollados invierten una cantidad nada despreciable de su presupuesto en cuestiones de salud y las cifras aumentan de forma inevitable ligadas, entre otras cosas, al envejecimiento de la población. En España, el gasto sanitario público en el 2006 fue de 58.466 millones de euros, lo que supone un 71,2% del gasto sanitario total del país, que asciende a 82.064 millones de euros. A pesar de ello, España ocupa el puesto número 14 en inversión en sanidad, estando incluso por detrás de países con un desarrollo económico inferior.

Según datos del Eurostat, oficina estadística de la Comisión Europea, el porcentaje del gasto sanitario público según el PIB (producto interior bruto) fue del 6% en el 2004, mientras que en Francia (la primera de la lista) fue del 8,8%. El gasto por habitante fue en España de 1.329 euros, muy por detrás de los 2.989 de Luxemburgo y de los 2.284 de los Países Bajos. Esta información está recogida en el estudio “La Atención Primaria de Salud en España y sus comunidades autónomas”, dirigido por el Programa de Políticas Públicas y Sociales de la Universitat Pompeu Fabra junto con el Instituto de Investigación en Atención Primaria (IDIAP) y financiado por el Institut Català de la Salut (ICS).

El gasto farmacéutico no se queda atrás y en el último año supera ya los 11.900 millones de euros, con un incremento del 6,87% en relación con el año anterior. Madrid, Navarra y Cataluña fueron las comunidades que mantuvieron el incremento más ajustado mientras que Melilla, Canarias y La Rioja fueron las que más se dispararon. El gasto se ha estimado a partir de la receta oficial del Sistema Nacional de Salud. El gasto medio por receta fue un 1,33% superior con respecto a 2007 y el número de recetas se incrementó en un 5,47%, cifra algo inferior a la subida del 5,95% del año pasado.

En el incremento también hay que tener en cuenta el aumento de precio de los medicamentos, que oscila entre el moderado 0,30% de Andalucía al 6,83% de Melilla. Para contener el gasto farmacéutico el Gobierno se ha marcado nuevos precios de referencia que permitirán ahorrar casi 370 millones. Las previsiones de ahorro también repercuten en el beneficiario que se estima que dejará de gastar 22,63 millones de euros. La entrada en vigor de los nuevos precios se hizo efectiva el 1 de marzo de 2009.

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