Cómo influye el estrés en las enfermedades

Los estados de tensión continua contribuyen a la aparición de enfermedades cardiacas, digestivas u hormonales
Por César Martín 28 de junio de 2004

El estrés es un hecho inherente a la sociedad moderna. Las prisas o el trabajo inciden en su aparición. Es difícil sustraerse a él y, por ello, repercute negativamente sobre la salud de las personas. Además de contribuir a la aparición de desórdenes mentales, hay muchas patologías que se agravan o aceleran por las consecuencias derivadas de estados de tensión casi permanentes. De hecho, se ha documentado su incidencia en disfunciones relacionadas con el corazón o con los sistemas digestivo, circulatorio u hormonal. El organismo no funciona de la misma manera frente a esta alteración.

Afecta a los sistemas hormonal, circulatorio y cardiaco

Parece evidente que las respuestas orgánicas al estrés pueden contribuir a la aparición, ya no sólo de patologías mentales, sino también físicas. De hecho, cada vez son más los estudios y los expertos que significan que el estrés es una variable más que incide en ciertas disfunciones del aparato circulatorio y de los sistemas inmunológico y hormonal, tal y como explica Rosario Bordón, presidenta del comité organizador de las I Jornadas Europeas sobre Roles Sociales, Estrés y Salud. La experta añade al respecto que el estrés está relacionado con la aparición de diversos tipos de cáncer, por ejemplo, el de mama, además de dolencias como la fibromialgia y con un amplio abanico de enfermedades relacionadas con el corazón.

Los médicos explican que el proceso evolutivo de la especie humana se debe en parte a la respuesta fisiológica que el organismo ha generado desde siempre ante el estrés, entendido éste como un indicador de peligro. Así, José Ramón Peciña, psicólogo clínico del hospital de Santiago, en Vitoria, explica que durante millones de años, cuando el hombre apenas era un trazo de lo que es en la actualidad, necesitó reaccionar de forma inmediata ante los retos que se le presentaban a diario y que amenazaban incluso su vida. Aquel poder de respuesta forma parte de la carga genética de la especie, ya que es inherente al propio ser humano. El hecho es que el cuerpo evolucionó y aprendió con ello a gestionar de la mejor forma posible las presiones físicas a las que se veía sometido por otros animales o humanos.

Peciña indica que se pueden aventurar tres etapas en la respuesta corporal al estrés. En una primera, el organismo lo reconoce y se amolda para actuar. En una segunda, el cuerpo repara los daños provocados por el estado de alarma. Sin embargo, si se mantiene el estado de alerta, el organismo alcanza la tercera fase, que es de agotamiento.

En esas situaciones de tensión, el organismo se prepara para reaccionar, el corazón late más deprisa, aumenta la presión sanguínea y la transpiración, se dilatan las pupilas, se ralentiza la digestión y otros muchos sistemas orgánicos se amoldan para afrontar cualquier amenaza. Cuando se contesta físicamente ante la alerta -huída o lucha, por ejemplo-, el cuerpo regresa a la normalidad ya que ha consumido todas las hormonas y sustancias generadas para repeler la agresión. Sin embargo, el problema surge cuando el hombre está preparado para enfrentarse al peligro y no puede hacerlo.

Afrontar o evitar la situación

Los episodios de estrés entre nuestros antepasados eran puntuales. En la actualidad, sin embargo, una generalidad de situaciones cotidianas son susceptibles de generar estrés a diario. Un roce con un compañero en el trabajo, por ejemplo, puede provocar que el organismo se prepare para una respuesta de agresión o fuga. Pero cuando no se ejecuta finalmente ninguna de esas dos alternativas, los sistemas corporales permanecen hiperactivos. En este sentido, José Ramón Peciña explica que el ser humano puede responder al estrés de dos maneras diferentes: “O lo afronta o evita la situación, ya que el organismo no está diseñado para permanecer en alerta todo el día”. Así, señala que “se podría hacer un símil con los militares para entender la situación. Nunca permiten guardias de más de dos horas porque saben que el estado de alerta del soldado disminuiría”.

Sea como fuere, el hecho es que, como respuesta al estrés, el cuerpo estimula ciertas glándulas que son las responsables de la liberación de hormonas como el cortisol o la adrenalina que, a su vez, actúan en la adecuación de los músculos y del resto de órganos para que éstos sean capaces de responder físicamente al peligro que se avecina. Además, el sistema cardiovascular se ve obligado a trabajar de manera forzada durante prolongados espacios de tiempo y las defensas del organismo se debilitan y permiten más infecciones, ya que están agotadas por la respuesta continua a un estrés llamado crónico.

En este sentido, un reciente estudio publicado por el doctor Ronald Glaser, profesor de Virología molecular en la Universidad de Ohio (EE.UU.) en una revista científica norteamericana -‘Current Directions in Psychological Science’- relaciona la vejez, el estrés crónico y la disminución de la fortaleza inmunológica del organismo. En su reportaje, dicha publicación explica que los cuidadores de enfermos con Alzheimer -generalmente familiares de cierta edad- tienen menor capacidad para curar heridas. De hecho, su capacidad para cicatrizar cortes es un 24% inferior a la del resto de ciudadanos. Asimismo, los individuos analizados sufrieron un mayor número de enfermedades infecciosas.

Conductas inadaptadas

El ser humano actual no encuentra el modo de aliviar esas sensaciones ante el estrés, y eso degenera en la cronicidad de la situación de alarma del organismo. De ahí que, en muchas ocasiones, circunstancias de tensión continuadas degeneren en conductas inadaptadas. José Ramón Peciña indica que hay que ser capaces de afrontar y gestionar estas situaciones. “Si no es así, existen posibilidades de que el individuo afectado decida resolver sus problemas con, por ejemplo, un consumo excesivo de alcohol o de estupefacientes”. Otras reacciones al estrés, como el abuso del tabaco o la sobrealimentación, pueden contribuir de forma secundaria en la aparición de ciertos casos de cáncer.

Al respecto, Peciña explica que “el ser humano necesita cierta ansiedad para vivir. Es importante entender que el estrés es un proceso transaccional entre el medio ambiente y las experiencias del individuo sobre dicho entorno. Éste responde según cómo valore la situación. Así, puede entender esta última como un proceso físico, cognitivo o emocional”.

Por todo ello, puede suceder que el organismo responda de forma física: los latidos del corazón se aceleran y la presión sanguínea se eleva. De hecho, ésta puede mantenerse elevada durante largos periodos de tiempo, incidiendo así negativamente en el sistema cardiovascular y en el circulatorio, llegando incluso a provocar taquicardias. En este sentido, según apunta la Guía editada por la UE sobre la incidencia de patologías laborales en Europa, el estrés aparece en enfermedades cardiovasculares, por ejemplo, ataques al corazón, en alrededor del 20% de los trabajadores. Tampoco hay que pasar por alto que la circulación de la sangre se concentra en áreas consideradas de necesidad inmediata para una rápida reacción física, como en los músculos o en el hígado, con lo que se provocan trastornos, por ejemplo, en el aparato digestivo. En este sentido, destaca el denominado síndrome del colon irritable.

Además, en estas situaciones de estrés crónico se producen desórdenes al no poder responder a las alarmas. Así, la glucosa que se libera a la sangre para facilitar un mayor consumo energético corporal no se consume de inmediato, y por ello, pasa a almacenarse en el tejido graso, hecho que provoca o facilita la obesidad. Asímismo, los ácidos grasos que libera el hígado tienden a depositarse en las arterias si no se le da salida, con lo que contribuye a la formación de la arteriosclerosis. Por último, las glándulas adrenales, encargadas de producir hasta 150 hormonas, se agotan y diversos órganos y sistemas se ven afectados.

Estrés emocional

Junto a lo ya mencionado, del estrés crónico devienen otra serie de problemas físicos. El insomnio, agotamiento físico y mental, dolor en los músculos del cuello y de la espalda, o ausencia de apetito son algunos. Además, aparecen síntomas psicológicos. “No existe una base orgánica para que el cuerpo sufra estas patologías, pero es una respuesta que se presenta a menudo”, certifica José Ramón Peciña. Así, se puede detectar irritabilidad o pesimismo, entre otros estados de ánimo. También se pueden dar otras situaciones de carácter psicosomático. De hecho, los expertos médicos explican que la ansiedad, entendida como una consecuencia del estrés, tiene un tope. “En ocasiones se produce un ‘feed back’ continuo. El individuo piensa en la situación de alarma y, sólo con eso, le duele la cabeza, padece sudor frío, se angustia… Todo se magnifica”. Al respecto, también están documentadas jaquecas, dolores de cara, asma, úlceras pépticas, hipertensión y estrés premenstrual. Asimismo, el estrés emocional puede incidir sobre trastornos en la piel, picores, cosquilleos, sarpullidos y granos.

La ansiedad y sus comportamientos relacionados forman parte de las reacciones al estrés. La Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo apunta a que es posible que contribuya a los 5 millones de accidentes de trabajo con más de tres días de baja, a los 48.000 suicidios y los 480.000 intentos de suicidio que se registraron en la UE en 2001.

Existen ciertos roles que son más susceptibles de sufrir con mayor rigor las consecuencias de la respuesta al estrés. Además, algunas sociedades soportan mayor riesgo por su nivel de exigencia o su climatología. En este sentido, Cristina López, decana del Colegio Oficial de Psicólogos de Las Palmas, explica que países como Alemania o Japón registran “un índice muy grande de desórdenes mentales y tasas más altas de suicidios”.

Cómo prevenir los efectos del estrés

  • La relajación ayuda a controlar el estrés. Los expertos señalan que es beneficioso llevar a cabo, al menos durante 10 minutos al día, ejercicio de disciplinas como el yoga o ejercicios de control corporal.
  • No hay que descuidar la alimentación, que ha de ser variada. Los nutricionistas apuestan por una dieta que incluya frutas y verduras, además de cereales y arroz integral.
  • Se aconseja el consumo de carne y productos lácteos no excesivamente grasos o dulces.
  • En la medida de lo posible, se recomienda eludir el abuso de alimentos enlatados y de platos elaborados con la harina blanca.
  • Tampoco se aconseja abusar de productos enriquecidos con nata, de embutidos, grasas, bollería industrial o bebidas estimulantes.
  • Dormir el suficiente número de horas y hacerlo de forma regular.
  • Es bueno establecer una rutina antes de acostarse.
  • Evitar alcohol y tabaco.
  • Es muy recomendable realizar ejercicio aeróbico, como caminatas. Los expertos explican que dicha actividad aumenta la frecuencia cardiaca, reduce la ansiedad y la depresión. Se aconseja 30 minutos tres veces por semana.
  • Infusiones de manzanillas o valeriana, entre otras.
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