La envidia

Es natural sentirla, pero hay que alertarse cuando todos los sentimientos están dominados por ella
Por María Landa 27 de septiembre de 2004

¿Ha sentido alguna vez rabia o enfado por el éxito de otras personas? ¿Vive fijándose en lo que consiguen sus conocidos y no valora lo que usted logra? El diagnóstico está claro: sufre de envidia, uno de los sentimientos más comunes en el ser humano. Casi todos la hemos sentido en alguna ocasión, es una reacción que en principio no tiene por qué ser mala cuando se trata de admiración o comparación porque nos ayuda a mejorar y a superarnos. El problema surge cuando la envidia se transforma en un trastorno u obsesión, ya que impide sentir alegría y mostrar satisfacción por los éxitos ajenos. Los psicólogos aseguran que la educación desde la infancia y aprender a valorarse uno mismo son las mejores armas para superarlo.

Qué es la envidia

La palabra envidia procede del vocablo latino ‘invidere’, que significa “mirar con malos ojos”. El filósofo griego Aristóteles la definía como “el dolor por la buena fortuna de los otros”, aunque son numerosos los refranes y dichos populares que hacen referencia a esta emoción. También es considerada como uno de los siete pecados capitales en la tradición cristiana, lo que ha provocado que en nuestra cultura haya tenido siempre connotaciones muy negativas.

En la actualidad, la envidia se define como una sensación de admiración o deseo por tener algo que otro posee, y el rencor o resentimiento al ver el éxito del otro. Además, se añade el deseo de que el rival no tenga aquello que nosotros queremos. Para el psiquiatra Vicente Madoz, de la Fundación Argibide de Pamplona, la envidia “es un sentimiento o una disposición afectiva molesta y penosa, por lo tanto un fenómeno afectivo profundo, que en sentido estricto sólo se puede dar en la edad adulta. Un niño puede experimentar celos o afán de acaparamiento, derivados de su natural egocentrismo, pero no propiamente envidia”.

Existen diversas teorías sobre el nacimiento de este sentimiento. La psicóloga clínica María José Aibar opina que la envidia sí aparece en los primeros años de vida: “cuando el niño comienza a relacionarse con el grupo familiar y social. El niño desea poseer lo que no tiene y se manifiesta con pataletas, rabietas y otras alteraciones conductuales. Estas muestras de disconformidad deberán ser calmadas para que el menor comience a tolerar sus frustraciones y controlar sus conductas impulsivas. De esta forma aprenderá a respetar las diferencias y valorar sus propias cualidades”.

La perspectiva evolucionista que menciona esta psicología subraya que las emociones tienen un valor adaptativo para el individuo, y por tanto forman parte del ser humano porque son útiles y facilitan la supervivencia. Así, la envidia se considera un tipo de emoción más determinado por las influencias sociales y culturales, por la educación y el contexto en que se desarrolla cada persona. En este grupo se hallan también emociones como la culpa o la vergüenza.

La envidia es considerada por la psicología una forma solapada de admiración que puede ser útil. “Esto implica el deseo de tener aquello que posee el otro, pero no es necesariamente un sentimiento malo; puede servir como un impulso para superarse y seguir adelante en la dirección de lo deseado”, apunta Emma Noval, psicóloga clínica. También el psiquiatra Vicente Madoz opina que observar a otras personas como modelos de uno mismo y tratar de imitarles puede ser una respuesta sana y positiva. “De hecho, la imitación y la identificación son dos mecanismos habituales de maduración personal”, añade.

¿Cuándo se convierte en un problema?

A menudo se habla coloquialmente de ‘envidia sana’, una expresión que para Madoz es una contradicción en sí misma puesto que, estrictamente, no cabe la existencia de una envidia sana. “Nunca la admiración se transforma en envidia. Ésta surge de lo profundo de uno mismo, de forma espontánea y retorcida”, afirma con rotundidad.

Se pueden distinguir dos tipos de envidia, según explica María José Aibar:

  • La envidia positiva. Aquella en la que admiramos y deseamos lo que posee el otro.
  • La envidia destructiva, en la que se desea que el otro pierda aquello que más deseamos.

La experta asegura que nadie puede estar libre de esta emoción universal. “Sin embargo, de la misma manera que el miedo o la tristeza pueden convertirse en algún tipo de trastorno como las fobias o la depresión, la envidia también puede tornarse problemática”, advierte.

La envidia va acompañada habitualmente de diversos sentimientos que se entremezclan: pena, rabia, tristeza, pesar, malestar, enfado, impotencia, autodesprecio y hostilidad, entre otros. Pero, ¿de quién sentimos más envidia? Todos los profesionales consultados aseguran que la verdadera envidia la provoca la gente común. Vicente Madoz cree que envidiamos a la gente más cercana a nosotros, a la que está en una situación de cierta igualdad a la nuestra. Asegura que la gente famosa suscita admiración o ansias de emulación, pero no auténtica envidia.

La psicóloga Emma Noval concreta aún más esta teoría. “Es más fácil compararnos con personas cercanas que han tenido nuestras mismas oportunidades. Aunque también por ello el resultado de la comparación puede ser más doloroso porque se puede llegar a pensar que no hemos sabido aprovechar las nuestras de la misma manera. Además, puede resultar más peligroso porque con personas de nuestro entorno podemos dar rienda suelta a conductas movidas por la ira y por cierta necesidad de hacer daño al envidiado. Por ejemplo, es más fácil rayar el coche nuevo del vecino que el de Beckham”.

La envidia puede convertirse en un trastorno o problema grave cuando pasa a ser la emoción central de la vida de un individuo. Existen varias señales que pueden alertar de la gravedad del problema, según apuntan las psicólogas Aibar y Noval:

  • Siempre que provoque sufrimiento y mantenga a la persona que la sufre en un estado constante de ira y enfado.
  • Cuando va unida al deseo de despojar al rival de sus posesiones, con el peligro de acabar agrediendo al envidiado y a realizar actos delictivos.
  • Si impide disfrutar de aquellos bienes o cualidades que poseemos.
  • Una vez que la persona envidiosa no reconoce la emoción que está experimentando y la transforma o distorsiona.
  • Cuando se es incapaz de regular la dinámica, intensidad y la duración de esta emoción.

En relación a la envidia extrema, el psiquiatra Madoz explica su visión concreta en este caso: “no es el peligro que debemos temer más. Lo peor son las envidias abundantes y múltiples que pueden inundar toda nuestra existencia. Cuando la envidia desemboca en violencia física o en una conducta delictiva implica un descontrol y con ello un mecanismo enfermizo, casi siempre un proceso neurótico, psicógeno grave. Pero también en la envidia leve y más banal existe un cierto trasfondo de agresividad y violencia, que se puede traslucir en conductas hostiles, más o menos disfrazadas: comentarios descalificadores, desprecios, insidias, críticas negativas injustificadas y otros comportamientos de este tipo”.

Causas de la envidia y consejos para superarla

¿Sentimos envidia todos por igual o existen personas con mayor predisposición a padecer este molesto sentimiento? Los expertos señalan que algunas características de la personalidad pueden predisponer a unos mayores sentimientos de envidia, pero también ejercen una gran influencia los factores sociales, culturales y ambientales, que van conformando el perfil de alguien envidioso. Algunos rasgos que lo definen son los siguientes:

  • Personas con baja percepción de su valía personal, que no se gustan a sí mismos.
  • Egocentrismo.
  • Personas que actúan motivadas por la ira.
  • Personalidades antisociales, histriónicas o narcisistas.
  • Personas mediocres, menos maduras y más neuróticas.
  • Personas invadidas por temores, contradicciones y conflictos.

Estos rasgos que caracterizan al envidioso evidencian al mismo tiempo cuáles son las causas que provocan la envidia. En opinión de Vicente Madoz, el origen profundo de la envidia suele ser la insatisfacción con uno mismo, el no gustarse ni aceptarse, no haberse perdonado ni haber hecho las paces consigo mismo. “En general, tiene mucho que ver con lo que llamamos rasgos neuróticos del carácter”, dice.

En cuanto a la relación de la envidia con los factores culturales y sociales, es necesario destacar la influencia que ejercen en la actualidad los medios de comunicación porque transmiten la mentalidad de una sociedad consumista. Se utiliza la envidia como motivador para potenciar el consumo. “No es casualidad que en dos recientes anuncios de automóviles se use la envidia de forma explícita. Los medios de comunicación nos transmiten multitud de estereotipos relacionados con la felicidad. Por eso envidiamos lo que no tenemos y pensamos que si lo conseguimos nos envidiarán”, asegura María José Aibar.

Las alteraciones producidas por la envida dependen en gran medida de la capacidad de autocrítica de cada persona. Por su parte, el psiquiatra de la Fundación Argibide cree que si la envidia se reconoce y expresa, probablemente se pueda llegar a controlar y manejar, encaminándola a algún fin positivo. Si se niega o rechaza su existencia, la envidia busca formas de expresión negativas como la inquietud, angustia, rabia, dolor, etc. “En definitiva- dice el experto- no dominar la envidia es autodestructivo para quien la padece porque no le deja crecer ni desarrollarse, y puede llevarle a posturas absurdas de desprecio, o ridículas conductas de imitación grotesca”.

Por todo ello los profesionales de la psicología y la psiquiatría aportan algunos consejos para prevenir la envidia o superarla cuando ya nos domina:

  • Aceptar y permitir la envidia como una emoción natural que nace de las necesidades humanas despojándola de sus connotaciones negativas.
  • Manejar los sentimientos y comportamientos negativos derivados de la envidia.
  • Conocernos mejor a nosotros mismos y aceptar nuestras carencias o miserias.
  • Perdonarnos nuestras limitaciones.
  • Ajustar nuestros deseos a nuestras capacidades y posibilidades.
  • Gustarnos y disfrutar de todo lo que somos capaces de hacer con nuestros recursos.
  • Reconocer que algunas situaciones o personas provocan envidia.
  • Evitar en la infancia excesivas e innecesarias comparaciones.
  • Procurar que la educación de los niños potencie un talante solidario y abierto, que estimule alegrarse del bien ajeno.
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