El desarrollo del sentido moral en los niños

Una investigación reciente afirma que a los seis meses ya son capaces de distinguir entre el bien y el mal
Por José Andrés Rodríguez 10 de septiembre de 2010
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Imagen: Eric Richardson

¿Los bebés nacen con sentido moral o, por el contrario, éste es resultado exclusivo de la socialización? Algunos expertos en psicología infantil, como Sigmund Freud o Jean Piaget, consideran que los niños nacen sin ningún tipo de conciencia de esta apreciación, sin ningún tipo de sentido moral. No obstante, según un estudio de la Universidad de Yale (EE.UU.), los bebés de apenas seis meses de edad ya están preparados para realizar juicios morales, es decir, saben distinguir entre lo bueno y lo malo.

Imagen: Eric Richardson

Distinguir el bien del mal es fundamental para vivir en sociedad. El sentido moral es el conjunto de valores que rigen el comportamiento. Mediante ellos, las personas deciden qué está bien y qué está mal. Pero para el recién nacido, nada es bueno o malo desde un punto de vista moral. Algunos expertos en psicología infantil consideran que el bebé nace sin ningún tipo de sentido moral. Es el caso del psiquiatra y padre del psicoanálisis Sigmund Freud, del psicólogo evolutivo Jean Piaget o del psicólogo estadounidense Lawrence Kohlberg.

Para el recién nacido, según estos autores, nada es bueno o malo desde un punto de vista moral. El proceso de socialización permite que los niños interioricen las normas sociales que ayudan a distinguir el bien del mal. A pesar de las diferencias que tienen sus respectivas teorías, todos coinciden en señalar que la moral se desarrolla en cada persona a medida que pasa por una serie de fases, que son las mismas para todos los seres humanos y que se dan en el mismo orden.

Osito bueno u osito malo

Sin embargo, estas opiniones no son las únicas e, incluso, hay ideas contrarias. Según las conclusiones de una investigación dirigida por Paul Bloom, de la Universidad de Yale (EE.UU.), los bebés nacen con un código ético embrionario. El trabajo se llevó a cabo en el Infant Cognition Center, donde se estudia el desarrollo psicológico de los niños. Allí se realizaron varios experimentos en los que, según concluyen los autores, los niños de seis meses elaboraron juicios morales. En el primero de ellos, los bebés contemplaban cómo una bola roja intentaba subir una montaña mientras era ayudada por un triángulo amarillo.

En otras ocasiones, un cuadrado azul impedía que la bola roja subiera y ésta se veía obligada a descender. La mayoría de los bebés (80%) eligieron el triángulo amarillo como su personaje preferido. De este modo, aseguran los investigadores, habían elegido al personaje que se había comportado bien.

En la infancia y en la adolescencia se aprenden e interiorizan normas y valores que jugarán un importante papel en la identidad y la personalidad

En el siguiente experimento, los bebés observaban dos escenas. En una de ellas, un perro intentaba abrir una caja y un osito -ambos de peluche- le ayudaba. En otra escena, el osito se sentaba encima de la caja para que el perro no pudiera abrirla. Por último, en el tercero de los experimentos, un gato jugaba a la pelota con dos conejos. Cuando la pelota se le escapaba, uno de los dos conejos se la traía enseguida, mientras que el otro intentaba quedársela. La mayoría de los bebés escogieron como personaje preferido al peluche que ayudaba, es decir, que había obrado bien.

Tras analizar estos resultados, los investigadores creen que autores como Freud, Piaget o Kohlberg están equivocados y que los bebés nacen con ciertas nociones, aunque muy básicas, sobre qué está bien y qué está mal. Para Montserrat Conde, profesora de psicología en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), «la adquisición del sentido moral y de la expresión de la conducta moral está en manos de los agentes socializantes y, sobre todo, de la familia. No obstante, hay autores que creen que el niño nace con un sentido moral rudimentario. Es difícil demostrar cualquiera de las dos posturas pero considerar como verdadera esta última supone aceptar que hay un código moral universal». En su opinión, esto sería una afirmación controvertida.

Desarrollo del sentido moral

Aída Pérez, psicóloga y directora de la Fundación Sorapán de Rieros, entidad sin ánimo de lucro que trabaja por las personas con enfermedad mental, puntualiza que el desarrollo del sentido moral es fruto de varios factores interrelacionados: el desarrollo cognitivo, las experiencias del niño con su entorno (sobre todo, los hechos que provoquen en él reflexión) y rasgos de comportamiento genéticamente condicionados.

Es muy difícil establecer a qué edad los niños son capaces de empezar a distinguir el bien del mal. Conde considera que la adquisición de estos valores, aunque se dé al inicio de la infancia, «se estabiliza a lo largo de un período de tiempo bastante largo y no coincidente para todos». A su entender, el período que transcurre durante la socialización (infancia y adolescencia) resulta vital para ello.

En estas etapas, el niño aprende e interioriza un repertorio de normas y valores, entre ellos la idea del bien y el mal, que jugarán un importante papel en la constitución futura de su identidad y de su personalidad. En algo coinciden todos los investigadores: es fundamental el papel que juegan los agentes socializantes. Entre ellos, destaca el de los padres. «La interacción entre padres e hijos en la vida diaria facilita esta transmisión de valores», señala Conde.

La importancia de la escuela

Los padres son fundamentales en el desarrollo moral del niño. Pero, a medida que éste crece, el papel de la escuela y de sus iguales adquiere más relevancia. Los niños pasan muchas horas en el colegio y, en la adolescencia, encuentran sus principales referencias entre sus iguales. Pérez afirma que en «primaria se plantean asambleas periódicas para estimular la reflexión y el diálogo sobre valores. Lo mismo ocurre en secundaria con las tutorías grupales». De manera transversal, los valores están presentes en todas las materias y asignaturas escolares.

Por otro lado, muchos progenitores no pueden o no saben cumplir con su función de educadores. La falta de tiempo, sus propias crisis personales o valores erróneos pueden entorpecer el desarrollo moral de los hijos. Se mira a la escuela para que ésta corrija las posibles carencias morales que los niños tienen en casa.

¿Se pueden compensar en clase estas carencias morales? Depende de la edad del niño, de la capacidad de influencia que las figuras educativas tengan en él y de su grupo de compañeros. «En una situación óptima, en un niño menor de doce años, cuando los educadores tienen mucho peso y siempre que desde casa se valore el papel de estos, es posible si, además, el pequeño cuenta con buenos compañeros», apunta Pérez. En la adolescencia resulta bastante complicado.

No siempre copian a sus figuras de referencia

¿Se puede fumar delante de los hijos? ¿Tomar una copa? ¿Decir una palabrota? Numerosos padres creen que deben mostrar siempre un comportamiento inmaculado ante sus hijos. Para Conde, el hecho de que el aprendizaje observacional tenga buenos resultados en el niño no significa que todos los actos del adulto se copien. «Por norma general, los niños entienden bastante bien su rol», subraya. Los pequeños conocen las diferencias entre qué pueden hacer los adultos y qué actuaciones no son apropiadas para los niños.

Respecto a su exposición a los medios de comunicación y el seguimiento que hacen en ellos de sus ídolos, como cantantes, futbolistas o actores, propicia que estos se convierten en figuras que cobran importancia en el mundo interior de los pequeños. ¿En qué medida influye el comportamiento de los ídolos infantiles en el desarrollo moral de los niños? Pérez considera que los menores pueden querer imitar la conducta de sus ídolos, pero el desarrollo moral se refiere a cuestiones más profundas y amplias. «Los ídolos son personas que no están en su entorno inmediato, por lo que su influencia es relativa, aunque pueden convertirse en una motivación para el éxito», agrega.

EL PAPEL DE LA EMPATÍA

La empatía es la capacidad de penetrar de manera profunda, a través de la imaginación, en los sentimientos y en las motivaciones del otro. Sin empatía, no se puede desarrollar el sentido moral. No se puede discernir qué está bien y qué está mal, porque estos juicios dependen, en gran medida, de distinguir entre qué es bueno y qué es malo para los demás. “Alrededor del año y medio de vida, el niño comienza a tener empatía”, afirma Montserrat Conde. Su familia, profesores y amigos, entre otros, influirán sobre él para que aprenda a tener en cuenta los deseos de los demás, ser participativo y colaborador en los juegos y expresar emociones negativas y positivas. “Todo ello para que, en suma, aprenda a ponerse en el lugar del otro”, añade.

Expertos como Martin Hoffman, psicólogo de la Universidad de Nueva York (EE.UU.), colocan la empatía en el centro del desarrollo moral de los niños: “El afecto moral o la empatía es el factor más importante que mueve a ayudar a otros”. Determinados trastornos psicológicos impiden que se desarrolle la empatía. Uno de ellos es el trastorno de personalidad antisocial, más habitual en personas procedentes de ambientes familiares desestructurados y sin referentes que, según Conde, “muestran un comportamiento carente por completo de remordimientos”. La especialista precisa que son personas que tienden a crear códigos propios, por lo que sólo sienten culpa al infringir sus propias reglas, pero no los códigos comunes establecidos por la sociedad.

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