Combatir los déficits nutritivos más comunes entre los 1 y 3 años

Mantener una dieta equilibrada es fundamental para el desarrollo de los niños. La clave: introducir frutas, verduras, hígado y lácteos en su alimentación.
Por Maite Zudaire 20 de octubre de 2011
Img pure verduras

Una de las mayores preocupaciones de los padres es, por supuesto, alimentar bien a sus hijos. Y esa preocupación puede derivar en dos errores comunes: caer en excesos y confundir calidad con cantidad. La etapa que va desde que el niño cumple un año de vida hasta los 3 es fundamental para su crecimiento, y lo más importante es que reciba los nutrientes primordiales en cantidades apropiadas. Ni de menos ni de más.

Las causas principales

Se habla de los déficits nutritivos en esta etapa, pero, ¿cuáles son las principales causas? Sobre todo: un aporte calórico insuficiente, dietas monótonas, repetitivas o restrictivas, el rechazo de frutas y verduras, el bajo consumo de otros alimentos básicos, como lácteos o pescados y, en general, la disminución del apetito.

Son esos los factores, entonces, que hay que combatir. Para ello, resultados obtenidos en diferentes estudios europeos resaltan que se debe prestar especial atención a que los niños incluyan en su dieta alimentos ricos en vitaminas A y C y en ácido fólico. ¿Cuáles son esos alimentos?

Vitamina A

Se trata de un componente esencial para el crecimiento, la hidratación de la piel y el desarrollo saludable de la vista, el pelo, los dientes, las uñas, los huesos, los riñones, el aparato digestivo y las vías respiratorias. Existen dos grupos de alimentos que proporcionan esta vitamina.

  • Por un lado están los primarios, que son fuentes de vitamina A siempre: el hígado, la yema del huevo, grasas lácteas (mantequilla, nata, etc.) y lácteos completos.
  • Por otro, se hallan las fuentes alimentarias de beta-caroteno, que incluyen componentes que, cuando el organismo lo requiere, se transforman en vitamina A. Aquí podemos enumerar las verduras de color verde o de coloración rojo-anaranjado-amarillento y ciertas frutas, como el albaricoque, la cereza, el melón y el melocotón.

Vitamina C

Este nutriente -uno de los más «famosos» cuando se habla de alimentación- interviene en la formación de colágeno, principal constituyente de cartílagos y huesos. También participa activamente en la síntesis de hormonas esteroideas y en el metabolismo de las grasas (lípidos), y aumenta la absorción del hierro de los alimentos. Tiene influencia, además, en el sistema inmunológico, ejerce una acción antioxidante e interviene en el mantenimiento de la integridad de encías, huesos, dientes y vasos sanguíneos.

¿Qué alimentos nos brindan vitamina C? Pues casi exclusivamente ciertas frutas y verduras.

  • Entre las primeras, en particular los cítricos (naranja, limón, mandarina, pomelo, etc.), el melón, las fresas y todas las frutas tropicales.
  • Entre las segundas, las de la familia de la col, los pimientos, la lechuga y el tomate? Vamos, que si de algo no se puede acusar a la vitamina C es de ausentarse de muchos de los alimentos más comunes en la dieta mediterránea.

Ácido fólico

También es llamado folacina, ácido pteroil-L-glutámico, vitamina B9 o vitamina M. Posee numerosas funciones, entre las cuales destaca la participación en la síntesis de material genético de las células (es decir, en el ADN) y en la formación y maduración de eritrocitos (glóbulos rojos) y leucocitos en la médula espinal. Si bien su insuficiencia en seres humanos es muy rara, no puede desdeñarse, sobre todo en esta etapa crucial del crecimiento del niño, hasta los 3 años.

Las fuentes alimentarias ricas en ácido fólico son, especialmente, las legumbres y verduras verdes, las frutas, el hígado y los cereales de desayuno enriquecidos.

En resumen, si se busca un denominador común para los alimentos mencionados, claramente aparecen las frutas y verduras como protagonistas rutilantes de la dieta ideal. Un paso por detrás aparecen los lácteos, el hígado y los cereales? Lo más importante es suministrárselos a los pequeños del modo más eficaz, para garantizar que -al menos en lo que de nosotros depende- crezcan sanos y fuertes.

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