El mayor o menor estrés posvacacional a comienzo de curso forma parte del proceso de adaptación de cada alumno, según los expertos

La personalidad es determinante para afrontar la vuelta al colegio con una u otra actitud
Por EROSKI Consumer 11 de septiembre de 2006

Más de siete millones de niños y adolescentes han iniciado ya el nuevo curso; una pequeña proporción comienza estos días las clases por primera vez. Algunos escolares se muestran alterados y hasta sufren trastornos físicos los días previos e inmediatamente posteriores a su entrada en el colegio. Para algunos de ellos la vuelta al colegio tras unas largas vacaciones forma parte de una rutina a la que se adaptan sin problema. Otros sufren el estrés de quien vive situaciones emocionales enfrentadas, indica María José Gallego, psicopedagoga y orientadora, con más de 20 años de experiencia en centros de Secundaria.

Valentín Martínez-Otero, psicólogo, pedagogo y profesor de la Universidad Complutense, dice que, tras las vacaciones, los niños experimentan también un proceso de adaptación. «Es el periodo de tránsito entre un tiempo de libertad y ocio y otro marcado por los horarios y los deberes». No obstante, advierte de que sus reacciones de nerviosismo, por ejemplo, «no constituyen un síndrome clínico sino que se trata más bien de alteraciones psicológicas y físicas pasajeras», porque «no van más allá de dos semanas».

Ambos expertos indican que las sensaciones que experimentan los niños con la llegada del nuevo curso «pueden ser ambivalentes». Por una parte, sienten la emoción del reencuentro con los amigos; por otra, el temor a separarse de sus padres, en el caso de los más pequeños, o a enfrentarse a un curso que puede ser más difícil que el anterior o a un entorno hostil, si se trata de alumnos más mayores.

Razones diferentes

Para Gallego, «los escolares, especialmente los de cursos superiores, llegan al colegio influidos por las opiniones que han oído sobre los profesores». Ambos especialistas coinciden en que una etapa difícil es el paso de un ciclo a otro dentro de los distintos niveles educativos y, sobre todo, del colegio al instituto.

La personalidad de los alumnos también es determinante para afrontar el comienzo de curso con una u otra actitud. «Los alumnos muy competitivos, los que no cultivan las relaciones sociales, los tímidos e introvertidos y los que tienen una baja autoestima se ven afectados con más frecuencia por el estrés posvacacional», sostiene Martínez-Otero.

Para médicos, psicólogos y pedagogos, el rechazo de un centro obedece a razones diferentes en cada edad. En los más pequeños se advierte un rechazo del colegio por la sensación de desarraigo ya apuntada. Los lloros diarios y la simulación de síntomas como el dolor «de tripa» son pretextos para quedarse en casa. En los chicos de niveles superiores, el rechazo de la escuela puede encubrir problemas más serios que no se atreven o no saben contar.

Síntomas

En la adaptación al colegio, los niños pequeños pueden tener dificultades para dormir, así como un sueño irregular; entre tres y seis años, suelen aparecer pesadillas. Los especialistas llaman la atención sobre la somnolencia, la falta de concentración y la taquicardia.

Ante todos estos síntomas, pediatras y médicos de familia insisten en que «no estamos ante una enfermedad», pero recomiendan que si pasado un tiempo prudencial -unas dos semanas- persisten se debe acudir al profesional indicado. Es recomendable comprobar la agudeza visual y auditiva. Si las dificultades están relacionadas con cuestiones académicas, es necesario también recurrir a los profesionales para que la situación no derive en desmotivación.

Para evitar un choque demasiado fuerte, se recomienda la readaptación progresiva al horario de clase. «Acostumbrar a los alumnos al horario escolar, tanto en lo que se refiere a comidas como a las horas de sueño», concluye el profesor de la Complutense. Por tanto, se ha de adelantar la hora de acostarse, del baño y de la cena. Por la mañana, las prisas constituyen un serio peligro para la tranquilidad de los escolares. Los niños que van al colegio sin desayunar rinden menos y tienen mayor tendencia a la obesidad.

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