El Ministerio de Educación premia un proyecto lúdico que ayuda a alumnos de Primaria a asumir valores y buenas conductas

Los niños aprenden a expresar lo que piensan, escuchar, llegar a acuerdos, respetarse y resolver conflictos
Por EROSKI Consumer 29 de enero de 2004

La psicóloga de la Universidad del País Vasco (UPV) Maite Garaigordobil ha desarrollado un proyecto cuyo objetivo es ayudar a los estudiantes a mejorar sus valores y sus comportamientos sociales. Esta iniciativa se fundamenta en los llamados juegos cooperativos, aquellos en los que nadie gana ni pierde y cuyo principal objetivo es fomentar la relación fluida entre los participantes. Garaigordobil ha creado más de un centenar de esas actividades lúdicas en una investigación a la que ha dedicado tres años de trabajo y que ha sido premiada por el Ministerio de Educación. El estudio, titulado «Diseño y evaluación de un programa de intervención socioemocional para promover la conducta prosocial y prevenir la violencia», está dirigido a alumnos de quinto y sexto de Primaria (de entre 10 y 11 años) y ya ha sido probado con éxito en centros escolares de la provincia de Guipúzcoa.

En la experiencia participaron el pasado curso 86 niños de dos escuelas que fueron distribuidos en dos grupos: 54 tomaron parte en los más de 110 juegos propuestos por la experta y el resto quedó al margen. Todos ellos completaron un test en septiembre para conocer sus actitudes y fueron sometidos a un nuevo examen en junio para contrastar los resultados de unos y otros. La investigación demostró que los alumnos que jugaron lograron más progresos que los otros en su autoestima, capacidad de autocontrol, comunicación, creatividad, superación de la timidez, etcétera. Pero, además, los avances fueron más significativos en niños que, antes de empezar el curso, presentaban «bajos niveles de desarrollo social, emocional y cognitivo» y que a veces se traducían en conductas sociales y delictivas, agresividad e inestabilidad.

La especialista explica que el juego «permite al niño desarrollar su pensamiento, satisfacer necesidades, elaborar experiencias, expresar y controlar emociones, ponerse en el punto de vista de otro, ampliar los horizontes de sí mismo, aprender a cooperar, a comunicarse con los demás…». Los escolares adquieren buenas actitudes sociales -dar, ayudar, cooperar, compartir y consolar- y, al mismo tiempo, interiorizan la importancia de trabajar en equipo frente a la competitividad. «Los objetivos se relacionan de tal manera que cada uno puede alcanzar su meta sólo si los otros alcanzan las suyas», resume la psicóloga.

Una actividad más

Garaigordobil considera que buena parte del éxito de estos juegos es que sean incluidos dentro de los programas escolares como una actividad más, y no como algo excepcional al currículo. Los alumnos incluidos en la experiencia jugaban siempre el mismo día de la semana durante dos horas bajo la supervisión de su maestro y de un observador. La responsable de la investigación y sus colaboradores mantenían reuniones periódicas en las que analizaban las sesiones y proponían mejoras, si fueran necesarias.

Lo ideal para la psicóloga es desarrollar las actividades lúdicas en un espacio amplio, como el gimnasio del centro o una estancia similar. Antes de empezar los juegos -suele haber dos o tres por clase-, los niños se sientan formando un círculo y el docente les explica las reglas. En «Cuentos Morales», por ejemplo, los alumnos se distribuyen en equipos de cuatro o cinco jugadores y tienen que inventar entre todos un relato que contenga algún mensaje moral implícito, que luego representan dramáticamente. Después se abre un tiempo de debate y responden a varias preguntas.

Otro juego cooperativo es «Música y Asociaciones», que estimula la fantasía, la comunicación, la imaginación y la creatividad a través de las sensaciones que perciben los niños al escuchar una pieza musical de forma relajada. Después, cada jugador describe en un papel la situación o escena que ha imaginado al oír la música y todas las papeletas se introducen en una bolsa. Posteriormente, los niños, por turnos, las extraen y las leen en alta voz para conocer las emociones de los demás.

Vacío importante

La autora de la investigación tiene constancia de que existen colegios que, por su cuenta, tratan de desarrollar programas de este tipo para mejorar la llamada educación transversal de los estudiantes. Subraya, no obstante, que «todavía queda mucho por hacer» en este terreno y que sólo la implicación directa de las instituciones permitiría a los centros escolares apostar por estas actividades de forma «regular» y no sólo puntual, como ocurre en muchas ocasiones. «Sigue habiendo un vacío importante en esta materia. Hay que diseñar programas de desarrollo moral para que los niños sean sensibles hacia los problemas de los demás y para impulsar el diálogo, la tolerancia, la no violencia y la no agresividad», resalta la experta.

Cuando el equipo dirigido por Maite Garaigordobil preguntó a los alumnos si los debates posteriores a los juegos les habían servido de algo, respondieron que habían aprendido a expresar lo que piensan y a llegar a acuerdos con los demás; a hacer amigos, respetar a los otros y resolver conflictos; a escuchar y respetar las opiniones de los demás y a conocerse más ellos mismos. El juego también acrecentó la confianza de los alumnos en sus compañeros, ayudó a algunos a vencer su retraimiento y consolidó un mayor acatamiento de las normas. No obstante, la experta precisa que el éxito de ésta y otras experiencias nunca tendrá efectos duraderos si la educación en valores queda restringida al horario de clase y no tiene continuidad en casa.

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