La investigación genómica aportará beneficios en la industria alimentaria

Por Marta Chavarrías 30 de mayo de 2002

El desarrollo tecnológico de los últimos años ha permitido avanzar en la industria de la alimentación, gracias especialmente a la investigación genética. Un equipo de expertos estadounidenses asegura que la investigación genómica puede servir al sector de la alimentación para desarrollar productos de calidad, a partir de procesos de producción óptimos.

«Se trata de la última frontera en genómica», asegura Roger Wyse, director de la empresa Burrill&Company, dedicada a las ciencias de la vida y especializada en biotecnología animal. Tal y como reflejan las cifras del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, en sus siglas inglesas) la investigación biotecnológica animal está creciendo de forma considerable en los últimos años. El objetivo de la investigación debe enfocarse, aseguran los expertos, hacia una producción mucho más eficiente y de calidad de los productos alimenticios que se ofrecen a los consumidores.

En este sentido, y desde hace unos años, la investigación genómica se ha centrado en el análisis de genes, aspecto que ha permitido mejorar la crianza de ganado. Además, y tal y como asegura la revista científica Red Herring, con el desarrollo del primer ratón transgénico en la década de los 80 y los recientes avances en clonación, las compañías no sólo se han dedicado a la modificación genética animal para mejorar la producción sino también para determinar los genes que pueden utilizarse para aplicaciones terapéuticas para los humanos.

Uno de los hallazgos más recientes es el que ha desarrollado un equipo de expertos de Chicago. Se trata de la mejora del bienestar animal para conseguir productos cárnicos de más calidad. El grupo de investigadores ha identificado un gen particular en el pollo capaz de acelerar el proceso de engorde, lo que se convierte, según los investigadores, en una oportunidad de mejoramiento para el sector cárnico. «Se trata de una revolución en la producción de carne», asegura Steve Niemi, de la Universidad de Georgia.

De acuerdo con las cifras de la Organización para la Alimentación y Agricultura de EEUU, está previsto que para el año 2020 el consumo de carne aumente un 64% por encima de los niveles detectados en 1993. Para situarse al nivel de la demanda, una de las empresas estadounidenses dedicada a la investigación genómica animal, MetaMorphix, está desarrollando una hormona del crecimiento que permita aportar más carne tanto al ganado aviar, como porcino y vacuno. Esto es posible insertando una proteína en el animal cuando éste aún es adolescente, ya que permite el crecimiento rápido del músculo. «La inserción de la proteína provoca un incremento de la carne de entre un 20% y un 30%», asegura Ed Quattlebaum, uno de los responsables del estudio. «Esto permite acortar el tiempo de producción con los mismos resultados».

Investigación aplicada al sector porcino

En el ámbito nacional, un grupo de científicos del Centro de Tecnología de la Carne de Monells, en el Baix Empordà y dependiente del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (IRTA, en sus siglas catalanas) está desarrollando investigaciones para optimizar los factores que influyen en el «nivel de vida» de la cabaña porcina y ovina, especialmente después de descubrir que el estrés que sufre el animal repercute en la calidad final de la carne. Se trata, tal y como asegura Josep Maria Monfort, director del centro, de reducir la mortalidad de los cerdos y garantizar la calidad de la carne.

Para conseguirlo, los investigadores han aplicado a los cerdos sistemas como los ultrasonidos y campos magnéticos utilizados por la tecnología aeronáutica. Los investigadores han utilizado recursos para determinar los indicadores sanguíneos de estrés y establecer medidas para su corrección. Entre los objetivos, está la de establecer cuál es el sistema de sacrificio más eficaz: los electrodos o el CO2. Según los expertos, el primero de los sistemas provoca en el animal un consumo de glucógeno que reduce la capacidad de retención de líquidos, lo que convierte al CO2 en el mejor método de sacrificio.

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