Una amplia revisión, la más extensa hasta la fecha, revela la falta de “evidencias sólidas” que vinculen de forma clara la dieta diaria y el riesgo de padecer alguna forma de cáncer. El estudio, publicado en la prestigiosa revista británica The Lancet, reduce a la categoría de conjeturas muchas de las asociaciones que se han establecido a lo largo de los últimos 30 años sobre los efectos supuestamente protectores de determinadas dietas y productos alimenticios.
Diversos estudios epidemiológicos atribuyen a la dieta cerca del 30% de los casos de cáncer que se dan en los países desarrollados. Pero esta cifra, que se reduce al 20% en los países en desarrollo, se corresponde más con una estimación que no con datos científicamente probados. Del mismo modo, el efecto protector atribuido a determinados productos o incluso a dietas estándar, obedece a «observaciones indirectas» en las que la relación causa-efecto no ha sido probada científicamente.
A estas demoledoras conclusiones ha llegado un equipo de investigadores de la Unidad de Epidemiología del Cáncer de la Universidad de Oxford (Reino Unido), tras analizar con detalle las investigaciones más significativas en esta área publicadas en los últimos 30 años. Tras esta extensa revisión, la mayor y más profunda de las publicadas hasta la fecha, a lo máximo que se atreven los investigadores es a aventurar hipótesis «que deben ser probadas» pese a la existencia de indicios que correlacionen claramente dieta y cáncer.
El estudio, liderado por el epidemiólogo Timothy J. Key, destaca la existencia de «irregularidades contables» en los estudios que tradicionalmente han relacionado determinadas dietas con la aparición de algunas formas de cáncer. En este sentido, Key constata en el artículo publicado por The Lancet la existencia de múltiples estudios basados en observaciones de grupos de población los cuales «no están soportados de forma consistente» por resultados parejos sobre la ingesta diaria en individuos sometidos a control. Dicho de otra forma, difícilmente pueden extraerse conclusiones de estudios que sólo consideran la dieta de forma global y extrapolan los resultados a amplias capas de la población. Metodológicamente, defiende Key, sólo podrían ser consideradas válidas aquellas investigaciones en las que se establecieran grupos individualizados de control en los que se evaluara la incidencia de dietas específicas a largo plazo. Es decir, saber qué come cada uno de los integrantes del grupo y ver como ello afecta con el paso del tiempo.
No obstante, Key admite la validez de investigaciones que constatan diferencias notables en la composición de las dietas de distintas partes del mundo y cómo estas diferencias se corresponden con variaciones en los tipos de cáncer con mayor incidencia en cada una de ellas. Ello, sin embargo, no lleva a otra conclusión posible de que la dieta puede ser un «factor de riesgo importante» y que, por tanto, correcciones en la misma pueden «parcialmente prevenir» la aparición de un cáncer.
Problemas de métodoBuena parte de los estudios publicados en los últimos 30 años, detalla Key, adolecen de problemas de método notables. Así, las primeras investigaciones que trataban de correlacionar dieta y cáncer no pasaban de ser «meras aproximaciones» en las que era imposible concluir que el consumo de un determinado grupo de alimentos, como fruta, carne o cereales, pudiera tener algún efecto protector o, por el contrario, favorecería determinadas formas de cáncer.
No sólo eso. Otras muchas investigaciones, pese a estar bien diseñadas e implementadas, excluyen factores de riesgo probados como el tabaquismo, el sedentarismo o el consumo excesivo de alcohol. En esta misma línea, Key alude a la dificultad de establecer estudios de control que clarifiquen los nutrientes que integran la ingesta diaria y el aporte energético de la dieta. Además de la complejidad de una investigación de este tipo, el epidemiólogo británico señala como, frecuentemente, no se considera el alcohol, «excluido de forma recurrente de la dieta» cuando, en realidad, su consumo significa una parte importante en la dieta de algunos grupos de población.
Por todo ello, Key insiste en la necesidad de efectuar un mayor número de estudios con modelos experimentales animales. Este tipo de investigaciones, asegura, son escasas y con resultados demasiado parciales.
Riesgos probados y riesgos probablesLa revisión del equipo de la Universidad de Oxford incluye un resumen de la relación establecida entre los tipos de cáncer más comunes y algunos elementos de la dieta que actúan como factores de riesgo o bien como factores de protección. En la lista destacan los términos «probable relación» y «relación no establecida».
Sin ir más lejos, este es el caso de los cánceres de boca, faringe y esófago, para los que además del alcohol, se habla como «probables factores de riesgo» de las bebidas muy calientes, el pescado conservado en salmuera y la obesidad. El consumo de fruta y vegetales, podría actuar de forma preventiva. Sin embargo, el tabaquismo se ha revelado como el mayor factor de riesgo probado para estas enfermedades.
La obesidad y el consumo de alcohol son los factores más citados, aunque no necesariamente probados, para cánceres como el colorrectal, laringe, mama, hígado y riñón. De nuevo, aunque con la cautela del «muy probablemente», frutas y verduras componen el mapa preventivo. Entre los factores probados se cita el tabaco, el sedentarismo, la infección por Helicobacter pylori en cáncer de estómago e infecciones provocadas por distintos virus como los de la hepatitis o el del papiloma humano.
Pese a la vaguedad de las conclusiones, la revisión de Key da por sentado que la obesidad y el consumo de alcohol incrementa notablemente el riesgo de padecer un cáncer, mientras que el consumo de frutas y vegetales podría atenuarlo. Del mismo modo, concluye que la relación que pueda establecerse con carne, fibra y vitaminas «no es nada clara» y que la única recomendación que puede hacerse, a fecha de hoy, es mantener un estilo de vida saludable, con una actividad física regular y una dieta variada en la que abunden frutas, vegetales y cereales. Poco más o menos, lo que dicta el sentido común.
CAMBIO DE HÁBITOS Y RIESGO DE CÁNCERLa investigación publicada por The Lancet se hace eco de los cambios de hábitos alimenticios en distintas áreas del mundo y trata de establecer relaciones plausibles con variaciones en la incidencia general de distintas formas de cáncer. Destaca, por ejemplo, como el consumo de dietas con un alto contenido en carne, grasas y azúcar, muy comunes en los países occidentales en los años 70, siempre se ha vinculado a una alta incidencia de cáncer colorrectal, mama, próstata y pulmón, entre otros. En países orientales, las dietas incorporan pocos de esos alimentos y la incidencia para esas mismas formas de cáncer ha sido siempre notablemente inferior.
Las comparaciones entre ambas zonas del planeta, refrendadas por el estudio de poblaciones migratorias o el cambio de tendencia en Japón, donde el aumento del consumo de carne se ha visto acompañado con el del número de casos de cáncer, alimentan la creencia de que, además de los factores genéticos, las alteraciones oncológicas dependen en buna medida de factores ambientales. La dieta sería uno de ellos, pero sin olvidarse de otros como el estilo de vida o la exposición a productos tóxicos. Lo que hoy constituye una hipótesis, concluye Timothy Key, debe ser probado con estudios que contemplen todas las variables y con modelos experimentales más adecuados que los que se han usado a lo largo de estos últimos 30 años.