Miles de mujeres trabajan en países en desarrollo sin apenas derechos en las subcontratas de grandes multinacionales

Las ONG´s que defienden los derechos laborales denuncian esta situación y exigen un mayor control del cumplimiento de las leyes
Por EROSKI Consumer 22 de diciembre de 2003

Sus manos trabajan bien, rápido y barato. Cosen pantalones, balones o juguetes durante largas jornadas, hacinadas en naves industriales conocidas en los países en vías de desarrollo como maquilas. En el norte, las fábricas llevan casi toda la elaboración del producto, pero son las factorías de países centroamericanos o de Extremo Oriente las que rematan el proceso.

Estas nuevas y pujantes industrias de Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala se nutren de cientos de miles de operarias y, curiosamente, muy escasa mano de obra masculina. «Porque el trabajo intensivo se sirve mejor de las mujeres», explica Idoia Zabala, profesora de Economía Aplicada en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del País Vasco (UPV). «Se les paga menos, aunque aportan mayor destreza, concentración y aguante, ya que sus cualificaciones no son formales». Tampoco gozan de estabilidad. «Hablamos de contratos de escasa duración, aunque los empleos resultan mejores que los habituales en los sectores agrícola o doméstico, si bien los horarios son horribles y las condiciones penosas, sin estabilidad ni promoción», señala Zabala.

Denuncias de las ONG´s

Las maquilas concitan las denuncias de las ONG´s que defienden los derechos laborales. Y es que no se trata de un grupo de empresas más dentro del tejido productivo nacional. Generalmente, surgen financiadas con capitales chinos o coreanos, norteamericanos o provenientes de oligarquías locales, funcionan en régimen de subcontrata para grandes firmas multinacionales, y la clave de su éxito radica en el disfrute de las exenciones fiscales derivadas de su adscripción al denominado régimen de admisión temporal o su ubicación en una zona franca.

Introducen las materias primas sin pagar derechos de importación y las exportan con la misma dispensa. «Todo proceso de industrialización tiene importantes costes sociales, pero es que, en este caso, su sacrificio no recibe contrapartidas. Dada su situación de aislamiento, no transfieren tecnología, no capacitan, no generan autodesarrollo», se lamenta Zabala, autora de estudios sobre el papel de la mujer en la economía internacional.

En el sudeste asiático, medio millón de empleados participa en la confección textil y de material deportivo en una cadena de producción que recurre a las grandes instalaciones, pequeños talleres y también al anónimo trabajo doméstico. En la última década, la inversión pública en formación y las estrategias de incentivos han atraído la instalación de compañías electrónicas que requieren mayor cualificación y ofrecen mejores condiciones para sus empleados.

Paralelamente, las empobrecidas economías latinoamericanas han hallado en las maquilas una válvula de escape para el enorme desempleo urbano. Su expansión, iniciada en la pasada década, depende de los vaivenes de la economía del norte. «Partieron de México, donde se instalaron a partir de los 80 con la intención de contrarrestar el cierre de la frontera estadounidense a los inmigrantes». La expansión por el istmo y el Caribe fue muy rápida. «Cada vez se desplazan a lugares más pobres, al campo, allí donde pueden encontrar una situación más favorable», indica la profesora.

Código de conducta

Los defensores locales de los derechos humanos y las entidades contra la violencia sexista se alían para exigir controles sobre las duras condiciones de producción o la vulneración de las leyes. Grupos como la Red de Mujeres Centroamericanas en Solidaridad con las Trabajadoras de la Maquila exigen la implantación de un código de conducta e inspecciones regulares para vigilar las condiciones sanitarias y el maltrato por parte de capataces.

También en los años 80 se inició Ropa Limpia, una campaña coordinada por numerosas asociaciones españolas que llegó a denunciar las violaciones de derechos humanos por parte de varias compañías de nuestro país instaladas en otros lugares. Intermón-Oxfam retomará en febrero su denuncia de las condiciones de la mano de obra femenina en el sur. «Pero la última palabra la tenemos nosotros, los consumidores -precisa Idoia Zabala-. Hemos de preguntarnos cómo se puede ofrecer esa camisa tan bien acabada y tan barata, por qué podemos seguir las modas sin pagar demasiado».

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