Evitar robos en cajeros automáticos

En España hay anualmente cerca de 450 atracos con violencia en estos dispositivos
Por Laura Caorsi 18 de septiembre de 2008
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Imagen: hireen

El cajero, elemento habitual

En apenas tres décadas, lo que era una curiosidad o una forma novedosa de relacionarse con el banco se ha convertido en una rutina doméstica, como hacer la compra en el mercado o llevar a los niños al colegio. La autogestión ha ganado terreno. No sólo hay miles de terminales automáticos repartidos a lo largo y ancho del país; los españoles realizan, cada día, casi dos millones de operaciones bancarias en ellos, aunque sigan fallando en seguridad y accesibilidad para discapacitados. Pero con la comodidad y los avances tecnológicos también han aumentado los riesgos, y en nuestro país se producen cada año cerca de 450 robos con violencia o intimidación en los cajeros.

España es el país europeo que tiene más cantidad de cajeros automáticos por habitante, con una red que se aproxima a las 61.000 unidades y que continúa creciendo conforme pasan los años. El promedio es de un dispositivo cada 730 personas, una proporción que sólo superan los japoneses y que convierte a estas máquinas en elementos habituales del paisaje. El dato -de diciembre de 2007- refleja la gran aceptación social que han tenido los cajeros desde 1974, cuando comenzó a funcionar el primero en Toledo. El cajero ha sustituido ya para multitud de operaciones al banco tradicional, a pesar de que éste sea más seguro. Aunque no es infalible, sí cuenta con elementos que disuaden a los atracadores: desde mecanismos de alarma, cámaras de seguridad y personal de vigilancia hasta la presencia de otros clientes, o el simple hecho de que trabajan en horario comercial, a plena luz del día. Los cajeros, por el contrario, funcionan también por la noche, se utilizan en solitario, pueden estar ubicados en lugares apartados, mal iluminados o en la propia vía pública, sin suficientes medidas de protección. De hecho, estudio realizado por CONSUMER EROSKI a finales del año pasado demostró que, si bien el parque de cajeros automáticos de España es heterogéneo y variado, hay un alto porcentaje de unidades que suspende en prevención de robos y consejos de seguridad.

La prevención

Más allá del cajero o la institución que le respalde, ¿qué puede hacer el usuario para evitar ser víctima de un robo o un fraude? Aunque no siempre están a la vista o al alcance de la mano, casi todas las entidades bancarias ofrecen recomendaciones prácticas. Sin embargo, es importante aclarar que en estos terminales suelen producirse dos tipos de robo distintos: el físico y el electrónico; y que las precauciones -o los pasos que se han de seguir, en caso de que no pueda evitarse el atraco- varían según se trate de uno u otro. Según consta en los anuarios del Ministerio del Interior, cada año tienen lugar unos 450 robos con violencia o intimidación en los cajeros automáticos. La cifra es baja si se la compara con la cantidad de unidades que existen en España y operaciones que se realizan a diario, pero preocupante si se piensa que hay más de un asalto por día.

El primer consejo que dan las instituciones de crédito y bancarias tiene que ver con la elección del cajero automático. Evitar los que se encuentran aislados, con poca iluminación o expuestos a la vía pública -especialmente de noche- también ayuda a evitar sorpresas. Si el barrio donde se está no es seguro o si el usuario no utiliza ese cajero de manera habitual, es preferible buscar otro que sí cuente con elementos disuasorios, como iluminación propia, puerta con cerrojo y cámara de vigilancia. Incluso si el cajero alternativo pertenece a otra red -y, por tanto, cobra una comisión- hay ocasiones en que la tranquilidad compensa el gasto, pues lo barato puede salir caro.

Asegurarse de estar solos es otra forma de prevenir incidentes. No es conveniente utilizar un cajero en compañía de otras personas, aun cuando parezcan inofensivas o sean niños, ya que se han dado casos de robos perpetrados por menores. Si no se puede evitar la presencia ajena, es fundamental que nadie vea la clave de acceso personal (PIN), un código de cuatro dígitos que, por recomendación de todos los bancos, el usuario debe memorizar. Llevar el número escrito en un papel de la cartera equivale a poner la dirección de casa en el llavero: cualquier persona que accediera a esa información podría delinquir con mayor facilidad. A su vez, el código elegido no debe ser obvio: nada de “1234”, fechas de nacimiento o aniversarios; cuanto menos relacionado esté con los datos personales de usuario, mejor. En cualquier caso, en el momento de ingresar el número, es imprescindible cubrir el teclado con una de las manos o el cuerpo para que ninguna otra persona tenga acceso visual.

El dinero, la tarjeta y los objetos personales

Las operaciones que se pueden realizar en los cajeros son cada vez más diversas; van desde la simple consulta del saldo en la cuenta, hasta la recarga del teléfono móvil o la compra de entradas para espectáculos culturales. No obstante, por cada diez transacciones que se efectúan en ellos, seis son reintegros de efectivo. Sacar dinero es la gestión más frecuente, sobre todo en los días y horarios en que los bancos están cerrados. En estos casos, las entidades aconsejan guardarlo con rapidez, antes de salir nuevamente a la calle, y si el cliente desea contarlo, hacerlo luego con discreción. También es aconsejable guardar los comprobantes de la transacción que se ha hecho para asegurarse de que la misma es correcta o poder reclamar en caso contrario. En cuanto a la tarjeta, tenerla a mano sirve para que el proceso sea más ágil. Abrir el bolso junto a un cajero y ponerse a rebuscar en él impide estar atento al entorno y favorece los atracos sorpresivos.

Para algunos robos, en lugar de utilizarse la violencia, se apuesta por la distracción

Por supuesto, hay que vigilar los objetos personales manteniéndolos cerca, pero sin descuidar la pantalla y las ranuras del aparato. Para algunos robos, en lugar de utilizarse la violencia, se apuesta por la distracción. En esa línea, si un amigo de lo ajeno se aproxima a las bolsas de la compra, el paraguas o cualquier otra cosa que uno lleve, lo primordial es concluir o cancelar la operación que se está haciendo y recuperar la tarjeta antes de enzarzarse con el ratero, ya que muchas veces no está interesado en esos objetos, sino en desviar la atención de la víctima para hacerse con el botín que realmente le importa: el dinero de su cuenta bancaria. Si se es abordado por otra persona, lo mejor es cancelar la operación, recuperar la tarjeta y retirarse.

El mismo consejo sirve para quienes acudan en coche hasta el cajero automático. Jamás deben dejarlo con las puertas o ventanillas abiertas, con objetos de valor a la vista y, mucho menos, al ralentí. En ocasiones, por ahorrar tiempo, los conductores detienen su vehículo cerca y lo dejan en marcha o lo aparcan en doble fila. Eso se convierte en un factor de distracción y puede conllevar que, o bien le roben el coche o los delincuentes hagan un amago de hurto para desviar la atención de la operación que se pretenden realizar.

El robo electrónico

Una encuesta realizada por la multinacional NCR, especialista en seguridad electrónica para bancos y entidades financieras, desveló que en España uno de cada tres usuarios de cajeros automáticos considera insuficientes las medidas de seguridad. Este temor se explica porque, además de los asaltos físicos, también existen los electrónicos, que son mucho más frecuentes y sutiles, hasta el punto de que alguien puede ser robado sin que se dé cuenta de ello en el momento. Los ladrones de este tipo son más difíciles de detectar y, en general, poseen conocimientos informáticos, pues utilizan elementos tecnológicos para el atraco, como cámaras ocultas y falsas ranuras con lectores que se colocan en la superficie del cajero. Así, al introducir la tarjeta, el dispositivo registra la información importante (número, nombre del titular, fecha de vencimiento, etc.) igual que si fuera un escáner, mientras que la cámara oculta graba el código PIN. Con esos datos en la mano, es perfectamente posible utilizar los fondos de la víctima para hacer compras por Internet.

El mecanismo parece sacado de un cuento de ciencia ficción pero, lamentablemente, es real y sucede. Más alarmante todavía es conocer la existencia de otro método prácticamente casero, cuyas instrucciones de confección y uso pueden encontrarse con facilidad en varias páginas web. En líneas generales, se trata de una cinta negra, plana y prácticamente indetectable que los ladrones introducen en la ranura del cajero. Cuando el usuario coloca su tarjeta, ésta queda atrapada en el interior, aunque sin llegar a posicionarse en el lugar en que debería. El cajero no puede efectuar la operación y el cliente, por lógica, intenta recuperar su tarjeta. Sin embargo, una especie de ganchillos o lengüetas impiden su expulsión. En ese momento, suele aparecer alguien amable que finge prestar ayuda e insta a la víctima a intentarlo otra vez, digitando su número PIN. Por supuesto, la tarjeta sigue atrapada y el usuario, por lo general, se va, creyendo que la recuperará después en el banco. El tiempo que tarde en llamar a la entidad para notificar del incidente es más que suficiente para que el ladrón “pesque” la tarjeta, la introduzca correctamente, marque el número secreto y retire la mayor cantidad de efectivo posible.

Uno de cada tres usuarios de cajeros automáticos considera insuficientes las medidas de seguridad

Los consejos para evitar este tipo de robos son unánimes. En primer lugar, antes de iniciar cualquier transacción, es necesario asegurarse de que no haya elementos extraños en el cajero y que todas las ranuras estén despejadas, sin materiales adheridos, incluida la que expende el dinero. Si la unidad está protegida por una puerta, conviene cerrarla por dentro, para evitar que otras personas puedan entrar. De no ser posible, en ningún caso debe aceptarse la ayuda de personas desconocidas. Al finalizar una operación, hay que prestar atención a la tarjeta que devuelve el cajero, ya que también existen aparatos fraudulentos que retienen el plástico auténtico y devuelven otro en su lugar. Si la tarjeta o el dinero no salieran de la máquina, el primer paso es verificar la ranura correspondiente. En caso de no estar atrapados allí, se debe avisar de lo ocurrido al banco. Por ello, tan importante como memorizar el código secreto es saber el número de teléfono que la entidad tiene habilitado para alertar de estos incidentes o solicitar el bloqueo de las tarjetas. No importa que el suceso tenga lugar de madrugada, un día festivo o fuera del país; todas las instituciones cuentan con este servicio de atención permanente, que funciona las 24 horas del día.

En estos casos, el móvil suele ser un gran aliado, pues permite llamar al banco desde el lugar del incidente y cancelar las tarjetas antes de abandonar el cajero. Si no se dispone de un teléfono en ese momento, lo ideal es avisar cuanto antes, ya sea desde una cabina pública, un comercio cercano o la casa, pero hacerlo uno mismo. El procedimiento es sencillo y ágil; sin embargo, requiere proporcionar datos personales, de modo que no es aconsejable que otra persona se encargue del asunto, aun cuando se ofrezca a llamar desde su móvil, asegure conocer el número de teléfono para incidencias o diga que sabe lo que hay que hacer. Asimismo, y aunque no ocurra nada sospechoso o inusual, siempre conviene revisar el estado de cuenta con cierta periodicidad, guardar los comprobantes y tener un registro personal de los movimientos para poder detectar cualquier anormalidad, por nimia que sea.

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