Ser joven, vivir solo y comer bien

Hay vida más allá del "táper de mamá", pues tomar las decisiones domésticas es una gran oportunidad para revisar, corregir y mejorar la alimentación
Por Maite Zudaire 21 de enero de 2015
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Imagen: dima_sidelnikov

La dieta habitual de una familia es responsabilidad de los padres. En ellos recae la obligación y la facultad de hacer la compra, elegir las recetas y conformar los hábitos familiares de alimentación. Así se atienden los gustos y las necesidades de todos los miembros. Pero cuando es uno mismo quien se ha de ocupar, qué comer comienzan a ser palabras mayores. En nuestro país, menos del 50% de los jóvenes se emancipan antes de los 27 años, pero aunque tarde, la gran mayoría lo hace. Aparece la obligación de ir a la compra, elegir la despensa, los menús cotidianos, los alimentos básicos, las formas de cocción y, con ella, un reto y una oportunidad de elegir la dieta que se desea y adquirir nuevos hábitos saludables. El siguiente artículo explica cómo organizar la dieta personal y cuáles son los errores y aciertos habituales.

Cómo organizar la dieta

Hay comida más allá de la fiambrera de mamá, de los macarrones con chorizo y de los congelados. Pero, sin duda, hay que descubrirla. No aparece sola y no es el camino más sencillo. Es preciso tomarse en serio la alimentación. Todo comienza con organizar la compra con tiempo, lo que ahorra dinero, evita desperdiciar comida y condiciona una despensa saludable. Es un camino hacia la madurez que requerirá tiempo, pero que cuanto antes se logre, menos hábitos erróneos habrá que corregir después.

Organizar la dieta comienza por organizar la compra con tiempo para tener una despensa saludable

Si atendemos a los informes sobre alimentación de jóvenes universitarios que viven fuera del hogar familiar, queda constancia de que el margen de mejora es muy amplio. Desayunan mal, comen demasiadas frituras y, sobre todo, improvisan la dieta. Hay que lograr salir de ese espacio de confort que se reduce a no atender la importancia de alimentarse de acuerdo a un plan. Hay que lograr cumplir con un plan de menú semanal, igual que se introduce el ejercicio físico de una manera pautada. Nadie, ni los padres ni otros agentes, condiciona las normas. Es uno mismo quien, de acuerdo a las posibilidades económicas y organizativas que se tenga, debe marcar las pautas.

Los coaches o entrenadores -tanto los deportivos como los nutricionales o quienes acompañan a directivos- aseguran que el éxito de lograr un objetivo está en querer lograrlo y perseguirlo. En la actualidad hay muchas herramientas al alcance de bolsillos y tiempos juveniles. Aplicaciones móviles y cursillos municipales son muy útiles para los jóvenes que no tuvieron la ventaja de ser educados en la nutrición y la alimentación saludable, pero que pueden convertirse sin grandes dificultades en autodidactas. O también, por qué no, acudir a un dietista-nutricionista para ampliar sus conocimientos y habilidades.

Los errores más habituales en la alimentación

La comida rápida o los planes en torno a restaurantes baratos son casi inevitables en la juventud. Sin embargo, hay que tomarse en serio la advertencia de que no es lo mejor ni lo más sano. Existe respuesta para la pregunta «¿cuántas hamburguesas se pueden comer por semana?», pero la realidad es que los errores más típicos son casi los hábitos más comunes entre los jóvenes antes de los 30.

Demasiada sal, demasiado azúcar, demasiadas comidas delante de una pantalla… Faltan frutas y verduras y son recurrentes los diez alimentos básicos. Además, comienzan las dietas de adelgazamiento, en muchas ocasiones innecesarias y en la gran mayoría, mal programadas. Es lógico que se acumulen fallos en este proceso de independencia alimentaria, pero, sin caer en derrotismos, hay que intentar no repetirlos y potenciar los aciertos.

Acertar con la comida es una decisión personal

Tomar conciencia de que es uno mismo quien decide a partir de ahora lo que come debe ser un paso hacia una alimentación más saludable. La actitud que se adopte hacia la comida y hacia comer nos acompaña toda la vida. Una persona joven cree que puede comer lo que sea sin sentirse culpable, comer cuando tiene hambre y parar cuando está llena. También es normal comer cantidades diferentes según el día y elegir lo que más gusta. Esto no es negativo en la medida que demuestra una actitud positiva y normal hacia la alimentación, pero no exime de tener una conciencia de cuáles son los alimentos más saludables y de que la compra, la despensa y la preparación condicionarán la salud.

Cocinar puede ser fácil si se opta por técnicas culinarias sencillas: con agua -cocido, vapor, escalfado-, al horno, papillote, plancha y rehogados con poco aceite. Sabido esto, no hay excusa para la falta de sapiencia o interés por los fogones. Cualquiera puede ser capaz de preparar menús sencillos y ampliar el recetario más allá de las pastas, los bocadillos y los congelados, que están bien y son juveniles, pero limitativos. Aunque suene reiterativo, hay que lograr una dieta equilibrada que contenga al menos dos raciones diarias de verdura, una en la comida y otra en la cena; fruta fresca a diario; legumbres entre dos y tres veces por semana, alternando con arroz y otros cereales integrales; junto con la presencia semanal de carnes magras y preferentemente pescado, como fuente de proteína animal. Conviene, por salud, evitar alimentos como el azúcar, dulces como mermeladas ricas en azúcar, bebidas azucaradas, bollería y pastelería industrial. Y no hay que olvidar hacer deporte, al menos, cinco horas a la semana.

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