Vigorexia, obsesión por el culto al cuerpo

Una dieta hiperproteica junto con complementos para aumentar la masa muscular y un plan intenso de ejercicio son rasgos comunes de quienes padecen este trastorno
Por Maite Zudaire 5 de julio de 2001
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Imagen: Bruce

El abuso de sustancias anabolizantes para ganar masa muscular y el seguimiento de dietas estrictas sin más fundamento que la obsesión por limitar al máximo las grasas y preponderar las proteínas son rasgos comunes entre las personas afectadas por vigorexia. Es un trastorno psicológico que afecta sobre todo a hombres jóvenes, de entre 18 y 35 años, que acuden a diario al gimnasio para ganar masa magra con ejercicios de musculación y pesas.

La presión social hacia un cuerpo bello, esbelto y delgado en las chicas, y apuesto y musculoso en los chicos, influye sobremanera en la percepción de la propia imagen real y tiene una incidencia expresa en la conducta y en el comportamiento alimentario. Esto determina que algunas personas desarrollen rasgos obsesivos en la selección y consumo de alimentos que, a medio y largo plazo, pueden desencadenar trastornos más serios como los diagnósticos de anorexia y bulimia nerviosa u otros nuevos desórdenes alimentarios, como el trastorno por atracón, la ortorexia o la diabulimia. Si la obsesión se centra en ganar músculo mediante la práctica de ejercicio y éste es desmesurado tanto en la ejecución como en la intensidad y la frecuencia, el diagnóstico está claro: dismorfia muscular, más conocida como vigorexia.

Dieta extrema y abuso de sustancias

No hay, por el momento, estudios epidemiológicos, aunque sí estimaciones, sobre personas que podrían cumplir el diagnóstico de vigorexia, un trastorno de índole psicológica. El informe «Ortorexia y vigorexia: ¿nuevos trastornos de la conducta alimentaria?», de las psicólogas Rosario Muñoz y Amelia Martínez, relata que en España unas 20.000 personas sufren vigorexia, lo que supone 1 de cada 2.000 personas. De ellas, el 80% son hombres.

Aunque se denomina «la anorexia de los 90», es un trastorno distinto, no estrictamente alimentario, si bien comparte la preocupación enfermiza por la figura y una distorsión de la imagen corporal. El miedo a estar obeso y una preocupación exagerada por la apariencia física, junto con el deseo siempre presente de ganar masa magra y ajustarla al máximo, propicia que el individuo se obsesione con la práctica de ejercicio y recurra a los ejercicios de musculación y pesas durante varias horas al día, en su mayoría, todos o casi todos los días de la semana. Los afectados se pesan varias veces en una sola jornada y se comparan con otros compañeros de gimnasio. El trastorno deriva en un cuadro obsesivo-compulsivo que favorece que se sientan fracasados, abandonen sus actividades y se encierren en gimnasios durante varias horas.

La dieta de quien padece vigorexia se caracteriza por un consumo exagerado de alimentos proteicos

La conducta obsesiva se refleja también en una excesiva atención a la dieta, que se caracteriza por un consumo exagerado de alimentos proteicos ante la creencia incierta de que la proteína beneficia al músculo. Las tortillas de claras y las pechugas de pollo, además de proteína en polvo a cucharadas, son los componentes diarios en la dieta, que es desequilibrada en su conjunto, monótona y poco o nada apetitosa.

A esta particular dieta hiperproteica, popular entre asiduos a gimnasios y quienes practican con pesas, se añade el consumo de sustancias peligrosas con una función, en teoría, «quemagrasas» y que aumenta (de manera artificial y descomunal) la masa muscular, como son hormonas y anabolizantes esteroideos.

El mayor peligro radica en que tras el nombre de complementos dietéticos para la nutrición deportiva, como complejos vitamínicos o de minerales, ayudas ergogénicas para aumentar la energía muscular (carnitina, creatina), suplementos proteicos o batidos, entre otros, se pueden enmascarar sustancias diuréticas y anabolizantes cuyo consumo mantenido y sin control médico puede provocar graves problemas de salud. Rosario Muñoz y Amelia Martínez completan su informe con datos de otro análisis de la Comisión Europea que reflejan cómo «un 6% de las personas que acuden a un gimnasio se dopan, es decir, consumen sustancias consideradas prohibidas para una práctica deportiva sana.

Consecuencia de una obsesión

El sobreentrenamiento expone a una alteración del ritmo cardiaco normal, a un incremento de la presión arterial, fatiga generalizada, aumento del dolor muscular y articular, temblor de manos, nerviosismo, irritabilidad, disminución del apetito, trastornos del sueño, freno del impulso sexual, dolor de cabeza, importantes carencias nutricionales y pérdida de las reservas energéticas (por falta de aporte y aumento de las necesidades).

El exceso de proteínas que se consume, al metabolizarse en el organismo, se convierte en ácido úrico, un elemento tóxico que puede causar hiperuricemia y gota. El exceso de ácido que se genera durante el metabolismo proteico afecta al equilibrio orgánico de calcio y puede propiciar una situación de calciuria (pérdida de calcio por la orina) que, si se mantiene en el tiempo, aumenta el riesgo de debilidad ósea, fracturas y osteoporosis, un trastorno que también se desarrolla en varones.

Los distintos trabajos que han comparado el comportamiento y actitud a diferentes niveles de deportistas, sobre todo culturistas con vigorexia, con quienes están sanos, apuntan que el trastorno podría estar relacionado con otros y ser el desencadenante o consecuencia de:

  • Tendencias obsesivas.
  • Comportamientos compulsivos.
  • Trastornos depresivos.
  • Trastornos por ansiedad.
  • Abuso de sustancias, como hormonas esteroideas.
  • Alteración de la imagen corporal, insatisfacción corporal.
  • Riesgo de sufrir trastornos del comportamiento alimentario.

El tratamiento es complejo y debe ser multidisciplinar, que combine la farmacoterapia con psicoterapia y apoyo dietético para que se equilibre el estado psíquico y emocional y se mejore la percepción que se tiene de una alimentación sana para el cuerpo.

DIETA JUSTA Y CON SENTIDO COMÚN

Las razones que obligan a comer cierta variedad de alimentos en su justa medida son varias e importantes. El organismo necesita a diario el aporte combinado de más de 40 nutrientes, algunos de los cuales son esenciales, es decir, sin otra vía de aporte que el propio alimento.

  • Leche y derivados: fundamentales para el mantenimiento de los huesos y dientes por su aporte de minerales (calcio, fósforo), proteínas y vitamina A y D.
  • Carnes, pescados y huevos: aportan proteínas de alto valor biológico que forman parte de los tejidos (músculo, huesos…) y órganos e intervienen en el sistema de defensas del organismo.
  • Cereales (pan, arroz, maíz, pastas alimenticias…), patatas, legumbres: en forma de hidratos de carbono, aportan la energía necesaria para realizar las funciones vitales (bombeo del corazón, respiración, mantenimiento de la temperatura corporal) y para el movimiento muscular (actividad física).
  • Verduras y frutas: contienen micronutrientes (vitaminas, minerales, fibra, antioxidantes) que regulan el funcionamiento óptimo de cada célula del organismo.
  • Grasas: no sólo aportan energía de reserva sino que, además, algunas son esenciales. Son sustancias que el organismo no puede producir por sí solo y ha de obtener de la alimentación.

Una vez conocidos los principios básicos de la nutrición, el siguiente paso es plasmarlo en un plan de menús equilibrado, en el que se varíen al máximo los alimentos y se consuma a diario la cantidad justa de cada uno de ellos. La distribución en tres comidas principales (desayuno, almuerzo y cena) se puede completar con alguna colación a media mañana o a media tarde para calmar el apetito y no llegar con demasiada hambre a la siguiente comida. Comer poco a poco, masticar bien, en un ambiente relajado y sin interferencias (tv, radio, etc.) y, a ser posible, en compañía de amistades o familia (comida y cena), también ayuda en la digestión posterior.

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