Dieta y estabilidad emocional

La dieta está relacionada con el equilibrio emocional e, incluso, con el riesgo de padecer depresión
Por Juan Revenga Frauca 3 de febrero de 2011
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La mayor parte de los estudios que relacionan la alimentación y el estado de ánimo están centrados en el papel de los distintos nutrientes por separado, en especial el de los ácidos grasos omega-3 y el de algunas vitaminas del grupo B, pero no tanto en el perfil general de consumo de alimentos. Un artículo publicado en noviembre de 2009 en la revista “British Journal of Psychiatry” pone de manifiesto que, entre la población de mediana edad, un patrón de consumo caracterizado por una ingesta elevada de alimentos procesados (con dietas ricas en azúcares y grasas) está más asociado con desequilibrios emocionales, e incluso cuadros de depresión, que otros patrones dietéticos diversificados y caracterizados por un mayor consumo de frutas, verduras y pescado. No es casualidad que estos alimentos sean portadores de nutrientes que equilibran el sistema nervioso y el tejido neuronal.

Nutrientes y bajo estado de ánimo

La correspondencia entre dieta y salud está desde hace tiempo muy bien asentada en la evidencia científica. Esta relación no solo hace referencia a las enfermedades somáticas (patología cardiovascular, diabetes, etc.), sino que engloba trastornos de índole psíquica, como la ansiedad, el estrés, el bajo estado anímico e, incluso, la depresión.

En los últimos años, se ha hecho especial énfasis en la importancia del aporte de determinados componentes de los alimentos por su asociación con el equilibrio en el plano emocional. Se han identificado las vitaminas del grupo B implicadas en el metabolismo de la homocisteína, como B6, B9 y B12, y los ácidos grasos omega-3, con un especial rol en el desarrollo de trastornos emocionales y síntomas depresivos.

El aporte adecuado de vitaminas B6, B9, B12 y ácidos grasos omega-3 equilibra las funciones del sistema nervioso y el tejido neuronal

Aunque esta asociación no se pueda obviar, recientes artículos publicados sobre esta materia inciden en la necesidad de realizar más estudios con el fin de establecer una relación causa-efecto clara. Al parecer, hasta la fecha, los resultados no son concluyentes como para poder hacer una recomendación directa a la población. Estas deficiencias se detectan en varias investigaciones, como la publicada en febrero de 2008 en «Nutrition», que puso en evidencia que una mayor ingesta dietética de folatos se asociaba con una menor prevalencia de síntomas depresivos entre la población masculina, pero no así entre las mujeres. Incluso otros estudios, como el publicado en agosto de 2008 en la revista «European Journal of Clinical Nutrition», no han encontrado vínculo entre el bajo consumo de estas vitaminas, los altos niveles de homocisteína y la depresión, en una población de 332 adultos sanos entre 70 y 90 años.

Con respecto a los ácidos grasos poliinsaturados omega-3, una revisión sobre esta materia publicada en marzo de 2010 en la revista «American Journal of Clinical Nutrition» concluye que resulta difícil realizar recomendaciones claras en cuanto al papel de estos nutrientes en la depresión, debido al carácter heterogéneo de las pruebas clínicas realizadas hasta la fecha. Parece ser que la actual evidencia apunta a un potencial efecto beneficioso de los omega-3 en pacientes con enfermedad depresiva diagnosticada, pero no así en el caso de individuos sin un diagnóstico previo.

El papel de la dieta en conjunto

Algunos autores han preferido estudiar el efecto de determinados patrones dietéticos detectados en su conjunto. En un artículo publicado en noviembre de 2009 en la revista «British Journal of Psychiatry», se estudiaron los hábitos dietéticos de 3.486 personas de mediana edad. En esencia, se identificaron dos patrones característicos: el primero, distinguido por una alimentación integral con un alto consumo de alimentos de origen vegetal y pescado; el segundo, caracterizado por un consumo importante de alimentos procesados (postres azucarados, chocolate, carne procesada, fritos, cereales refinados) y lácteos enteros. Después de 5 años, los participantes cumplimentaron un cuestionario con el fin de establecer los distintos grados de bajo estado de ánimo entre ellos. Los resultados fueron claros. Un perfil dietético caracterizado por un alto consumo de alimentos procesados supuso un factor de riesgo respecto a síntomas depresivos autopercibidos, mientras que el perfil de alimentación integral resultó protector.

Una alimentación abundante en alimentos procesados, grasos y azucarados, favorece el desarrollo de desequilibrios emocionales

Estos resultados podrían explicarse en virtud de la mayor riqueza en nutrientes de la alimentación integral: antioxidantes (también identificados en algunos estudios como protectores ante la depresión) de frutas y vegetales; folatos provenientes de las crucíferas (brócoli, coliflor, coles de Bruselas, etc.), vegetales de hoja (espinacas, acelga, etc.) y legumbres; y ácidos grasos omega-3 del pescado. Al mismo tiempo, los autores especulan con la posibilidad de que el resultado protector de este tipo de dieta radique en el efecto acumulativo y sinérgico del consumo de diversos nutrientes obtenidos de un mayor número de alimentos, más que del efecto atribuible a determinados nutrientes considerados de forma aislada.

TIPOS DE GRASA Y SALUD MENTAL

Recientes investigaciones apuntan que el tipo de grasa que se agrega a los alimentos podría tener un papel determinante en distintos aspectos de la salud mental.

Sin alejarse de la depresión, una investigación llevada a cabo entre la Universidad de Navarra y la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, publicada en la revista “PLoS One” (Public Library of Sciences One), aúna algunos de los determinantes nutricionales relacionados con las grasas y su relación con la depresión y con la enfermedad cardiovascular.

Los ácidos grasos trans tienen un perfil perjudicial, mientras que los ácidos grasos poliinsaturados y monoinsaturados son protectores para ambas dolencias. Tal y como señala Miguel Ángel Martínez González, coautor del estudio, de esta forma se vuelven a poner en valor las características inherentes a la dieta mediterránea, en cuanto a su riqueza en determinados ácidos grasos (mono y poliinsaturados), distintas a las de alimentos propios de una dieta más occidentalizada (trans y saturados).

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