Obesidad: ¿cuál es el papel de las emociones?

Ciertos mensajes o asociaciones aprendidos en familia desempeñan un rol determinante en el uso de la comida como anestésico de las emociones
Por Maite Zudaire 7 de noviembre de 2013
Img aburrido listg
Imagen: s2art

Alimentación equilibrada y ejercicio físico regular. Este binomio elemental, que forma parte del protocolo básico para abordar la obesidad, es exiguo para el tratamiento eficaz de esta enfermedad crónica con múltiples causas como desencadenantes. Además de una ingesta exagerada de alimentos para las necesidades individuales, una escasa actividad física o del papel de los genes, las emociones afectan e influyen en el apetito, en la forma de comer, en las elecciones alimentarias. En consecuencia, también influyen en la aparición, desarrollo y perpetuidad de la obesidad. Los aspectos psicológicos y familiares juegan un papel decisivo en este problema. El siguiente artículo aborda dicha relación y analiza el uso de la comida como anestésico de las emociones.

Emociones y obesidad: ¿cómo se relacionan?

Img
Imagen: CONSUMER EROSKI

Los factores psicológicos o emocionales, ¿son causa o consecuencia de la obesidad? La nutricionista Eliana Silvestri, coautora del tema ‘Aspectos psicológicos de la obesidad’, advierte de las consecuencias psicopatológicas del seguimiento de dietas hipocalóricas estrictas, como «aumento de depresión, ansiedad, nerviosismo, debilidad e irritabilidad» ligados a los ciclos de pérdida y recuperación de peso, más conocidos como ‘efecto yoyó’. Cuando llega a esta circunstancia, la persona obesa se siente culpable, avergonzada, inadecuada y criticada por su fracaso, tanto por sus familiares y compañeros de trabajo, como por profesionales de la salud, un marco que puede conducir «al desarrollo de nuevas patologías psiquiátricas, entre las que destacan la depresión, la ansiedad, la angustia y hasta el trastorno alimentario compulsivo».

En el 4º Congreso Virtual de Psiquiatría, la nutricionista mexicana Yolanda Vélez de León, recordaba en su ponencia la teoría de la adicción a los carbohidratos. Un consumo exagerado y continuo de azúcares u otros hidratos de carbono, simples o refinados, se asocia a un aumento de la liberación de serotonina, neurotransmisor implicado en el buen estado de ánimo, en el sueño reparador… La ingesta de proteínas no tiene este efecto. El círculo vicioso se entiende porque la ingesta excesiva de azúcares y dulces estimula la producción de dichos transmisores. Se desencadena un «sentimiento de euforia, con lo que los ‘antojos’ (chocolate, chucherías, pasteles, bocadillos, patatas fritas, etc.) son estimulados»: se comen estos alimentos para sentirse mejor.

Img
Imagen: CONSUMER EROSKI

Según explica Vélez de León, con el exceso de neurotransmisores en los receptores, se da la señal para dejar de producirlos, lo cual afecta de nuevo al estado de ánimo. Esto provoca, a nivel de hipotálamo, un efecto de «sube y baja emocional» que fortalece la conexión entre los carbohidratos y el estado de ánimo. La tendencia a recurrir a ciertos alimentos como si fueran ‘anestésicos» de las malas emociones es causa frecuente de exceso de peso y obesidad. Los expertos en psicología advierten la importancia de atender el valor simbólico de ciertos alimentos. Ante la ausencia de los alimentos que estimulan el placer, se dan efectos de abstinencia (cravings) que predisponen a la persona a volver a consumirlos: se genera una pérdida de control y se fortalece la adicción.

Para entender hasta qué punto los factores emocionales son causa o consecuencia del exceso de peso, es recomendable el libro ‘¿Por qué no puedo adelgazar? Causas psicológicas de la obesidad’, cuyo autor, el psicólogo clínico Esteban Cañamares, aborda en distintos capítulos -uno para cada causa potencial: miedo a estar delgado, la carencia afectiva y obesidad, la obesidad como forma de castigo, comer para cerrar el paso a la depresión, comer como forma de reducir la ansiedad, descontrol alimentario (binge eating) o la obesidad como forma de evitar satisfacciones e insatisfacciones (entre ellas, las sexuales).

Img 138374g
Imagen: CONSUMER EROSKI

En este sentido, Eliana Silvestri explica que, ante la falta de contacto sexual que proporcione placer, «el deseo frustrado de esta satisfacción ocasiona también mucha insatisfacción, y si esta se mantiene durante largo tiempo se tiende a buscar otra satisfacción que, aunque de manera imperfecta, la compense». De nuevo, la comida o ciertos alimentos sirven o se emplean como ‘anestésicos’ de las insatisfacciones. Cañamares, por su parte, asegura que existen otras causas psicológicas menores, a las que describe como «actitudes personales ante la vida que no son favorables a la hora de conseguir o mantener un peso saludable». Dentro de estas conductas limitantes en el proceso de adelgazamiento están el mecanismo del «todo o nada», la falta de voluntad, el pensamiento de «adelgazar no me compensa» el esfuerzo y el sacrificio (que todo cambio supone), la negación del problema, la percepción de una imagen corporal distorsionada («¡pero si no estoy gordo!») o la falta de planificación («hoy disfruto, mañana ya veremos»).

Por su parte, la nutricionista María Sanabdón destaca la importancia del abordaje holístico de la obesidad. En el aspecto de enseñanza-aprendizaje psicoemocional, relata la importancia y utilidad de enseñar al paciente obeso técnicas de autocontrol, con el objetivo de que logre una autogestión en el deseo de comer.

Uso de la comida como anestésico de las emociones

El aprendizaje familiar desempeña un rol determinante en el uso y función de la comida como anestésico de las emociones. La nutricionista Vélez de León sostiene que ciertos mensajes o asociaciones que se hacían con la comida en la familia de origen nos llevan a comer, «porque así lo aprendimos». Los siguientes son algunos ejemplos de ello:

  • Tranquilizar y confortar. Un pastel, un buen trozo de chocolate, una cena especial o una botella de vino después de experimentar dolor físico o emocional. En ocasiones, se ha consumido el alimento en un periodo de emociones muy intensas (calamidad, miedo, angustia o dolor). En estas circunstancias, el alimento ha servido de alivio y, en consecuencia, «se hace más necesario su consumo cuando consciente o inconscientemente se perciba como calamitosa, desastrosa, peligrosa o angustiosa una situación».
  • Premio. Permitir comer cierto alimento como premio de algo: esta asociación puede tener mayor relevancia, o manifestarse con más intensidad, en aquellos momentos de la vida en los que la persona tiene la sensación de no ser reconocida por el entorno.
  • Castigo. No dar cierto alimento como castigo por algo. Según Cañamares, esta práctica no es recomendable porque facilita la aparición de fobias alimentarias.
  • Chantajear o inducir culpa. Preparación especial de un plato que la persona no quería comer, ‘aderezado’ con frases del estilo: «si no comes, no aprecias lo que hice», «tantos que mueren de hambre…».
  • Definir a la persona. La frase que mejor ilustra este mecanismo: «si comes bien eres buen niño».
Sigue a Consumer en Instagram, X, Threads, Facebook, Linkedin o Youtube