Afiladores

Un oficio en riesgo de desaparición por falta de relevo generacional
Por Anna Elisa Savelli 3 de mayo de 2008
Img afilador

«¡El afiladooooor..!» hace unas décadas estas dos palabras se escuchaban, junto a un característico sonido, en las calles de toda España. Las profesiones y los trabajos, sin embargo, cambian y se adecuan en función de las necesidades del mercado. La tecnología, la competitividad y la falta de tiempo hacen que la mayoría de los trabajos que requieren un esfuerzo manual sean reemplazados por la industria, por lo que ante este vertiginoso ritmo, el afilador ha desaparecido casi por completo de las ciudades. Su característica melodía suena ya a nostalgia, ya que no existe generación de relevo que pueda continuar el oficio de los afiladores que, paulatinamente, van llegando a la edad de la jubilación.

Particulares, peluquerías, hospitales y colegios son los clientes que recurren a los servicios de estos profesionales. Desde un cuchillo a una tijera de pescado, desde discos de cortar embutidos hasta hachas, son innumerables los utensilios que pueden requerir las manos de un buen afilador, un oficio en declive. Subido a lomos de una moto o una bicicleta a las que se acopla la rueda de afilar, el pedaleo del afilador provoca que ésta gire para realizar el acerado de tijeras o cuchillos. Pero además de trabajar a domicilio, desde mediados del siglo pasado estos afiladores ambulantes se hicieron también sedentarios y realizan su oficio dentro de los mercados en los que, aparte de afilar, venden las herramientas relacionadas con su trabajo, una manera de sobrevivir y adaptarse a los cambios.

Además de trabajar a domicilio, estos afiladores ambulantes realizan su oficio en los mercados en los que también venden herramientas relacionadas con su trabajo

Afilar cuchillos o tijeras puede parecer sencillo, pero esta profesión requiere algo más que una buena piedra; para realizar un buen trabajo, el afilador debe poseer cualidades como experiencia suficiente, buen uso del tiempo y un gran interés por el detalle. Asimismo, es esencial manejar las claves de la negociación: Precisamente, el negociar es una de las características que hacen del afilador una profesión con temple, ya que desde la más temprana edad los afiladores aprenden a comerciar y obtener todo tipo de pago, con el único fin de sobrevivir. Un afilador debe tener, asimismo, mucha paciencia, ya que además de afilar también «vacía», y temple para sacar en la piedra el agudo filo a instrumentos cortantes y muy delicados, como cuchillas de barberos y bisturís de cirugía. Respecto a sus honorarios, aunque no están estipulados y cada afilador puede solicitar lo que considere por sus servicios, el precio medio que se cobra por afilar un cuchillo normal de cocina -aunque dependa del tamaño y el grado de trabajo que necesite- podría situarse entre 4 y 6 euros.

¿Trabajo en extinción u oficio artesanal?

No es fácil encontrar buenos afiladores. A la exigua cantidad de personas que se dedica a esta actividad, se suma el hecho de que muchos de quienes dicen serlo, desconocen en realidad el oficio y pueden incluso llegar a dañar las herramientas, por lo que muchos profesionales sienten que su actividad está en peligro. Para localizarlos, Internet puede ser una buena herramienta, aunque entre las cuchillerías tradicionales, no es fácil encontrar más que unas pocas que mantengan este oficio, como la cuchillería Fermiñán de León.

El oficio de afilador es un trabajo, pero ¿es más que eso, puede ser considerado como una parte del patrimonio cultural de una zona? Son muchos quienes así lo creen, por lo que existe interés en continuar apoyando este oficio artesanal. Así sucede en comunidades como Galicia, Castilla La Mancha y Andalucía, donde se han desarrollado leyes de artesanía para salvaguardar este tipo de actividades. Estos oficios son considerados «artesanos si no realizan su actividad a nivel industrial», según explica Manuel González, presidente de la Asociación Galega de Artesans, quien señala que los afiladores están «reconocidos en la Ley de artesanía de Galicia de 1992». Dentro de esta ley, están contemplados como artesanía de servicios:

  • En su artículo primero establece lo siguiente: «Promover la adaptación tecnológica actual de las actividades artesanales mejorando las condiciones de rentabilidad, gestión comercial y competitividad en el mercado, velando, al mismo tiempo, por la calidad de su producción y eliminando los obstáculos que puedan oponerse a su desarrollo y mantenimiento en la Comunidad Autónoma Gallega».

  • En el artículo segundo señala qué es un artesano: «Tendrá la consideración de actividad artesanal toda actividad económica que suponga la creación, producción, restauración o reparación de bienes de valor artístico o popular, así como la prestación de servicios, siempre que los mismos se presten u obtengan mediante procesos en que la intervención personal constituye un factor predominante, y el producto final sea de factura individualizada y distinta de la propiamente industrial»

La defensa de la figura del afilador tiene una importancia especial en Galicia, ya que según afirma González, su origen se remonta precisamente a estas tierras. Orense, en concreto -tal y como indica el presidente de los artesanos gallegos-, «es la zona donde se practicaba esta actividad, que con la emigración se distribuyó por todo territorio nacional». La necesidad de buscar otros horizontes llevó a los afiladores incluso hasta Iberoamérica, donde en la actualidad (ante el riesgo de ser agredido en las calles) estos comerciantes ambulantes se han retirado a espacios cerrados.

Los afiladores están reconocidos como artesanos por la Ley de Artesanía de Galicia desde 1992

Más allá de las leyes, se pueden encontrar iniciativas como la Asociación Ben-cho-sey, presidida por el escultor orensano Florencio de Arboiro, que desde hace cuatro años busca impulsar estas viejas formas de vivir y las tradiciones de estos artesanos en Orense. Entre sus propuestas, destaca la idea de reunir a todos las personas que en algún momento de su vida se dedicaran a esta labor.

UN OFICIO CON TRADICIÓN

Sea o no considerada legalmente como “artesanía”, lo cierto es que desde hace siglos se tiene constancia de la tarea de estos profesionales, tanto por las obras de arte como por la tradición oral.

Reemplazada actualmente en buena medida por el bricolaje, por la cultura del uso y desecho y por el invento del cuchillo afilado al láser, la actividad del afilador ha quedado grabada en una serie de pinturas, como el famoso cuadro El afilador (óleo sobre lienzo de 68 x 50,5 cm. que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Budapest) de Francisco de Goya, en el que se hace clara referencia a este oficio. Asimismo, han dedicado sus obras a esta actividad pintores como Antonio Puga (1602-1648) y Ferdinand Hodler (1853-1918), o el escultor orensano Florencio Martínez, más conocido como Florencio de Arboiro.

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