Bipolar, más que una depresión

Expertos apuntan que muchos trastornos bipolares se tratan como depresiones mayores perjudicando la evolución de los pacientes
Por Jordi Montaner 21 de diciembre de 2006

Tenida popularmente como una depresión de segundo orden, la enfermedad bipolar se reivindica. Los Institutos de Salud Nacionales de EEUU han puesto de relieve que los días de trabajo perdidos por parte de pacientes bipolares doblan los de los pacientes depresivos, y no dudan en categorizar a esta enfermedad como la principal lacra de salud mental del país.

En su edición de septiembre, la revista American Journal of Psychiatry incluía un estudio llevado a cabo por la Universidad de Harvard, por encargo de los Institutos de Salud Nacionales de EEUU (NIH), en el que se recogían datos de 3.378 trabajadores con enfermedad bipolar, relativos al impacto de esta patología en el mundo laboral. El estudio concluía que los bipolares estadounidenses causan anualmente pérdidas de 14.100 millones de dólares, y que la media de días de trabajo perdidos al año (65,5) supera en mucho a los de la depresión mayor (27,2).

Los depresivos mayores son muchos más (6,4% del total de la población activa, por sólo un 1% de la enfermedad bipolar), razón por la cual siempre se había pensado que el impacto de la depresión mayor superaba al de la depresión bipolar en términos de costes laborales. La sorpresa de los investigadores ha sido descubrir que no ocurre exactamente así. Para explicar este revés estadístico, los expertos apuntan a errores médicos al tratar muchas enfermedades bipolares como depresiones mayores, algo que deteriora la evolución de los pacientes y dificulta su integración a una vida normal. El estudio en cuestión descubrió que hasta un 44% de los pacientes seguidos tomaba fármacos antidepresivos que, por sí solos, no garantizan el control adecuado de la enfermedad.

Trastorno del humor

Calificada muchas veces como depresión maníaca de forma algo equívoca, la enfermedad bipolar es en realidad un trastorno del humor que produce cambios drásticos y graves. Los pacientes experimentan cambios que abarcan de periodos excesivamente eufóricos (con episodios maníacos) a fases de extrema tristeza y desesperanza (con episodios depresivos), que se repiten de forma cíclica y a menudo con días de humor totalmente normal (eutimia) entre un extremo y otro. El trastorno bipolar debuta de forma típica en los últimos años de la adolescencia o los primeros de la edad adulta (de los 15 a los 25 años), y la mala noticia es que los episodios de manía y depresión habitualmente se presentan de forma recurrente durante toda la vida.

La principal característica de la enfermedad bipolar es pasar de una fase maníaca a una depresiva, separada por periodos cortos de estabilidad y normalidad

Debido a que muchos trastornos bipolares siguen confundiéndose con otros trastornos mentales como las depresiones, pueden transcurrir hasta diez años hasta su correcta identificación, perdiendo de este modo una ventana terapéutica excelente y la ocasión de un mejor control de las crisis. Por razones que aún se desconocen, el número de mujeres con este trastorno triplica al de los varones. Se sabe hoy día que el trastorno bipolar tiene un componente hereditario importante. Los genes pueden determinar una susceptibilidad a dicho síndrome, toda vez que se ha sugerido también, como desencadenante, un desequilibrio de neurotransmisores o una disfunción sináptica.

Dos polos, dos

Los cambios de humor, pasar de un estado de ánimo al contrario, son la principal característica de la enfermedad bipolar. En la fase maníaca, el paciente experimenta una autoestima exagerada, una autoconfianza excesiva; duerme poco, habla mucho, expresa pensamientos competitivos y desarrolla una conducta muy impulsiva, a veces inapropiada. Esta fase puede presentar también síntomas de agitación o de una cierta violencia que, junto con posibles alucinaciones, pensamientos delirantes o desordenados, pueden sugerir una psicosis. Separada de la fase maníaca por periodos cortos de estabilidad y normalidad, la fase depresiva sume luego al paciente en un estado persistente de tristeza o desesperación, con trastornos del sueño, poco apetito, apatía, baja autoestima e incluso pensamientos suicidas. Esta fase depresiva suele durar más tiempo que la maníaca.

Atendiendo a las características de cada fase y a sus ciclos, los psiquiatras distinguen una enfermedad bipolar de tipo uno (con periodos de depresión intercalados con manía, o incluso periodos mixtos en los pueden darse simultáneamente signos de manía y de depresión), de tipo dos (periodos de depresión intercalados con periodos prolongados, de al menos cuatro días, de manía leve o hipomanía), de ciclo rápido (presencia de al menos cuatro episodios de manía o depresión al año), inespecífica (periodos recurrentes de depresión intercalados con periodos de hipomanía muy breves, de menos de cuatro días) o ciclotimia (periodos prolongados, de al menos dos años, de alternancia de depresión leve o distimia con hipomanía).

El tratamiento no es fácil, puesto que comprende tanto los episodios agudos de manía como los de depresión bipolar y la prevención de recaídas. Como la enfermedad no tiene cura, los psiquiatras abogan normalmente por recetar una combinación de fármacos: estabilizadores del humor (el más conocido es el litio), antipsicóticos y antidepresivos. El problema es que el cumplimiento terapéutico dista mucho de ser el óptimo. Hasta un 64% de los pacientes asegura no tomar su medicación en los términos prescritos. Tal incumplimiento es la causa más común de recaídas, que a menudo requieren hospitalización.

UN TRASTORNO DE GRAN REPERCUSIÓN SOCIECONÓMICA

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El hecho de que más de la mitad de los pacientes bipolares compre las pastillas que requiere (no precisamente baratas) pero luego no las tome como se requiere revierte en crisis motivadas por falta de control y hospitalizaciones que pueden ser prolongadas. Esta situación contribuye a que la enfermedad bipolar se asocie en el entorno sanitario a grandes costes. La repercusión personal del trastorno bipolar no controlado puede ser grave y devastadora, afectando no sólo al trabajo sino también a las relaciones sociales y a la calidad de vida individual del paciente.

Casi la mitad de todos los individuos con trastorno bipolar intenta al menos una vez suicidarse. En 1998, el coste medio de por vida para cada paciente con trastorno bipolar se estimó en los EEUU desde casi 11.750 dólares para un episodio maníaco único hasta 625.000 dólares en los casos sin respuesta o crónicos. Se fijó en aquel mismo año que el coste total de por vida del conjunto de personas diagnosticadas de trastorno bipolar ascendía a 24.000 millones de dólares.

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