Trastorno más allá del duelo

Alrededor de un 16% de las personas que sufren la pérdida de un ser querido presentan un cuadro depresivo durante el año inmediato al fallecimiento
Por Jordi Montaner 23 de diciembre de 2007

Cinco de cada cien personas que pierden a un ser querido presentan síntomas graves que se asocian a un trastorno denominado duelo patológico. Y es que la tristeza por la muerte sentida tiene una fecha natural de caducidad: entre seis y doce meses. Superado este trámite, se denomina depresión clínica.

El duelo se vuelve patológico cuando la tristeza pinza nuestro comportamiento más allá de un año, cuando nos vemos incapacitados para vivir una vida normal, apesadumbrados aún por la muerte de alguien importante en nuestra errática existencia. Desde la medicina se da por bueno el dolor propio de esta experiencia, un dolor consustancial al hecho de sobrevivir a quienes más queremos; pero se advierte de la necesidad de distinguir un duelo natural de otro patológico, trastornador.

El tiempo, la clave

No hay una medida exacta para la tristeza, como tampoco la hay para el cariño, el afecto o el amor. Se calcula que alrededor de un 16% de las personas que sufren la pérdida de un ser querido presentan un cuadro depresivo durante el año inmediato al fallecimiento del familiar o amigo. Su muerte les aboca a un panorama desestructurado, a una incertidumbre. Lo cierto es que quienes más han vivido, más acusan esa triste impresión. La tasa asciende a un 85% a partir de la sexta década de vida. El trastorno, además, va más allá del llanto.

Se cree que un 5% de personas con duelo patológico experimenta alucinaciones o sentimientos de culpa que se intensifican una vez superado el periodo normal de adaptación a la pérdida. José Angel Arbesú, coordinador del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria, SEMERGEN, subraya que, pese a que el duelo patológico se caracteriza como una entidad psiquiátrica, el 70% de las consultas seguidas en España recalan en médicos de atención primaria.

«Tiene su explicación, puesto que somos también los médicos que hemos estado en la cabecera del paciente fallecido hasta el día de su muerte, y los que de más pistas disponen para valorar la situación familiar planteada a raíz del fallecimiento». Para Arbesú, el papel del médico ante un duelo no es otro que el de escuchar a la persona doliente, facilitar una comunicación fluida para que ésta pueda expresar sentimientos y emociones, valorando al mismo tiempo todo el proceso y garantizando que los pensamientos y conductas manifestados entran en un cauce de normalidad.

«Todo el mundo tiene que asumir que se pasa muy mal ante una pérdida sensible»

El duelo es un proceso adaptativo ante una pérdida que tiene consecuencias tanto psicológicas como biológicas y sociales. Junto con el sentimiento de rechazo, es uno de los acontecimientos más estresantes a los que puede verse expuesto el ser humano en el transcurso de su vida. Miquel Roca, jefe de la Unidad de Psiquiatría del Hospital Juan March de Palma de Mallorca, puntualiza que el duelo natural puede convertirse en duelo patológico cuando su gravedad y duración no guardan cierta proporción con la pérdida experimentada. «Por tanto, es importantísimo hacer un buen diagnóstico diferencial, apoyar el duelo normal y tratar o bien derivar el patológico cuando los síntomas parezcan graves», asegura el experto.

Tratar o no tratar

Para los especialistas, una vez diferenciado el tipo de duelo propio de los procesos adaptativos normales, no hay que instaurar ningún tratamiento ‘per se’. «Todo el mundo tiene que, y en cierto modo debe, asumir que se pasa muy mal ante una pérdida sensible», explica Javier García Campayo, psiquiatra del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, «pero cada vez son más las personas que rehuyen ese duelo natural y demandan tratamiento para anestesiar su tristeza; porque vivimos en una sociedad que no está preparada para el sufrimiento».

García Campayo, sin embargo, insiste en que el tratamiento farmacológico no da lugar a un duelo normal no patológico, «puesto que impide que este duelo se resuelva con normalidad». Los psiquiatras reconocen que la definición de duelo no atañe sólo al fallecimiento de personas cercanas, entendido como un proceso de adaptación en una pérdida, sino que se pueden experimentar los mismos síntomas ante cualquier ausencia vital.

«Diagnosticamos muchas veces duelos patológicos en personas que pierden su trabajo, que quedan inválidas por un accidente de tráfico o mujeres a las que se ha practicado una mastectomía… El proceso no es tan distinto del de una pérdida por muerte», asegura García Campayo.

OCHO ESTACIONES DEL DUELO

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Una noticia concreta rompe las defensas afectivas y quiebra por dentro al paciente. La duración de este choque siempre es mayor cuando el suceso es imprevisto. Se asocia también a un cierto estado de apatía y sensación de vivir fuera de la realidad. Sigue una profunda desesperación y desorganización del funcionamiento del individuo en cualquiera de los ámbitos vitales. La tercera estación es la negación: una reacción frecuente ante sucesos tan inesperados como insoportables. El individuo anhela la llegada, la visión o la llamada de la persona supuestamente desaparecida, que actuaría como si nada ocurriese.

Luego hace su entrada la depresión; se llega a una fase adaptativa más realista, y es aquí donde el médico puede confirmar que el proceso del duelo se está llevando a cabo de forma adecuada. Es normal que irrumpa también una sensación de culpa, pensamientos recurrentes, casi obsesivos, en relación a lo que se podría haber hecho para evitar lo ocurrido. Esta sensación es más frecuente cuando no se ha podido despedir al fallecido o cuando las relaciones con el fallecido no pasaban por su mejor momento, justo antes de fallecer. Aparece entonces cierta ansiedad, un miedo justificado con respecto a los cambios que ocurrirán en la vida del paciente tras el fallecimiento del ser querido, y que van de la soledad a las dificultades económicas.

Aún en caliente, puede surgir un sentimiento de ira, dirigida hacia familiares o amigos que no han estado a la altura de las circunstancias, o hacia el personal sanitario (reacción muy frecuente en unidades de oncología o urgencias), por no haber hecho todo lo posible por salvar su vida; incluso hacia el fallecido, por haber abandonado a los supervivientes a una suerte difícil. El duelo natural se cierra con un sentimiento de aceptación. El paciente asume tanto lo ocurrido como sus consecuencias, y se propone adaptar su vida a un nuevo rumbo. No siempre se alcanza esta fase, frontera del duelo normal y el patológico.

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