Sobreprotección infantil y salud mental en el adulto

El exceso de protección de los hijos durante la infancia se relaciona con problemas psicológicos en la vida adulta
Por José Andrés Rodríguez 8 de julio de 2012
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Imagen: photography33

Progenitores que no permiten que sus hijos vayan de excursión, que hacen los deberes por ellos, que no les dejan dormir en casa de un amigo… La sobreprotección infantil ayuda a calmar la angustia de los padres, pero puede ser una piedra en el camino para el desarrollo de sus descendientes. En este artículo se explican los peligros de proteger en exceso a los hijos y qué consecuencias tiene en la salud mental del futuro adulto. Por otro lado, también se aportan consejos para evitar la sobreprotección infantil.

La relación de los progenitores con sus hijos es determinante para el desarrollo psicológico de estos. No obstante, hoy en día, es frecuente que muchos padres, por cuestiones laborales, se sientan culpables por no poder pasar más tiempo con ellos y se vuelquen de forma excesiva y sobreprotectora.

Los progenitores sobreprotectores son aquellos que, de manera continua, están pendientes de evitar que sus hijos se expongan a situaciones conflictivas, angustiantes o dolorosas. Son quienes les hacen los deberes si ven que son incapaces, que toman decisiones que por edad ya deberían tomar sus niños, que dan todo lo que les piden para evitar que se frustren, los que no quieren que vayan de excursión o que se queden a dormir en casa de algún amigo, que no les encargan tareas del hogar, que no quieren separarse nunca de ellos, que disculpan cualquier error o travesura que cometan sus hijos, entre otras.

Los peligros de la sobreprotección infantil

Numerosas investigaciones señalan que la sobreprotección puede ser un lastre para el desarrollo del niño y que, incluso, puede afectar de forma negativa y profunda al futuro adulto. Aunque no todos los pequeños reaccionarán igual ante un estilo relacional sobreprotector por parte de sus padres, muchos tendrán baja tolerancia a la frustración y una incapacidad para reconocer sus errores, serán inseguros con problemas para relacionarse con los demás, tendrán un desarrollo psicológico inferior a su edad o serán niños que siempre están aburridos o descontentos.

Las equivocaciones y los pequeños sinsabores ayudan a los niños a desarrollar una saludable tolerancia a la frustración
Los padres que sobreprotegen a sus hijos creen que, actuando como lo hacen, les protegen de los sinsabores y las frustraciones de la vida. Pero, en realidad, consiguen el efecto contrario. Las emociones negativas, como la frustración, son su mejor entrenamiento. Durante los primeros años de vida, es necesario que los niños sientan que sus progenitores están para protegerles. De este modo, crecen con confianza para aventurarse a explorar el mundo. Pero, poco a poco, también deben equivocarse y sentirse frustrados o aburridos. Son los pequeños sinsabores los que les ayudarán a desarrollar una saludable tolerancia a la frustración.

Una investigación realizada en el año 2007 por científicos de la Universidad de Illinois (EE.UU.) muestra que cuanto menos protegen los padres a sus hijos de las emociones negativas, mayor es el grado de madurez de estos. Asimismo, detrás de la negativa de muchos niños por ir al colegio puede haber un exceso de protección (sobre todo, por parte de la madre). Y esta sobreprotección puede generar un peligroso círculo vicioso. El pequeño excesivamente protegido por sus progenitores no querrá separarse de ellos, porque se siente inseguro. Así que los padres, al ver que el niño se pone nervioso en determinadas situaciones (como ir de excursión), reaccionarán protegiéndolo aún más.

Sobreprotección con consecuencias en la salud mental del futuro adulto

Pero las consecuencias negativas del exceso de protección de los hijos no acaban en la infancia o la adolescencia. Una persona que pasa por estas etapas de la vida tan importantes para el desarrollo personal sin apenas frustrarse, porque ha vivido sobreprotegida, puede sufrir mucho cuando se adentre en la «jungla» de la vida adulta.

Uno de los recursos que emplean los psicólogos para analizar el estilo relacional de los progenitores con sus hijos es el PBI (Instrumento de Vínculos Parentales). Esta herramienta mide la sobreprotección (control, infantilización y negación de la autonomía) y el cuidado. En función de estos dos factores, hay cuatro grandes vínculos parentales: óptimo (alto cuidado, baja sobreprotección), ausente o débil (bajo cuidado, baja sobreprotección), constreñido (alto cuidado, alta sobreprotección) y control sin afecto (bajo cuidado, alta sobreprotección).

Gordon Parker, psiquiatra de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), realizó una interesante investigación en la que relacionaba estos estilos educativos con los trastornos más habituales de los adultos. Observó que quienes sufrían problemas depresivos, neurosis de ansiedad o esquizofrenia y más recaían señalaban que sus padres habían sido muy sobreprotectores pero poco cuidadosos (vínculo de control sin afecto). En otro estudio, Stanley Rachman, psicólogo de la Universidad de British Columbia (Canadá), señaló que los pacientes con trastorno obsesivo compulsivo tenían a sus padres como sobreprotectores.

Consejos para evitar la sobreprotección

Ver pasarlo mal a un hijo no es agradable. No obstante, el sufrimiento o la frustración son aspectos fundamentales en el desarrollo de los niños. Es necesario que los progenitores sobreprotectores aprendan a sufrir menos en situaciones en las que su impulso es proteger al hijo cuando “no toca” (por ejemplo, si tienen el impulso de que no vaya de campamentos por miedo a que “le suceda algo”). Asimismo, es aconsejable analizar el porqué de la sobreprotección de los adultos: falta de autoestima, una infancia problemática, problemas de pareja, sentimiento de culpa como padres…

Los adultos pueden y deben proteger a sus hijos, pero no sobreprotegerles. Proteger significa dejar que estos se equivoquen o sufran pero que sientan que sus padres están para ayudarles. Los especialistas ponen como ejemplo que no hay que hacerles los deberes; son los escolares quienes deben realizarlos y, si no lo logran, pedir ayuda a sus progenitores. Y no hay que anticiparse a la frustración. Hay que dejar que el niño se equivoque o se frustre de vez en cuando (sin poner en peligro su integridad física o psicológica), para que vaya madurando.

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