Cinco gestos para combatir el hambre en el mundo

Moderar el despilfarro de comida y el consumo de carne, adquirir productos de comercio justo y de temporada y gastar menos energía al cocinar mejoraría el sistema alimentario mundial
Por Azucena García 27 de julio de 2012
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Imagen: Intermón Oxfam

Cinco gestos: desechar menos comida, comprar productos de comercio justo, adquirir frutas y verduras de temporada, moderar el consumo de carne y reducir el gasto de energía al cocinar. Son cinco modos de conseguir que, en conjunto, se limiten las emisiones de gases de efecto invernadero y el uso de energía. Con estas cinco prácticas, los ciudadanos ayudan a combatir el hambre, un fin que no es fácil ni se alcanza a corto plazo, pero que con el apoyo de un número suficiente de personas se lograría un empujón más para conseguirlo.

Mejorar los hábitos de consumo propios influye en el sistema alimentario mundial. Para concienciar sobre esto, Intermón Oxfam ha realizado el informe «Receta para cambiar el mundo: el poder de los consumidores para conseguir un futuro alimentario más justo«. En él se proponen «cinco acciones sencillas que cualquiera puede poner en práctica» para contribuir a combatir el hambre en el mundo. Entre los principales objetivos figura minimizar el uso de energía y las emisiones de gases de efecto invernadero para una mejor conservación del planeta y de sus recursos naturales.

1. Menos despilfarro de comida

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Imagen: Intermón Oxfam

En el mundo hay alimentos suficientes para todas las personas, pero la mayoría llegan a una mínima parte de la población. Cada vez que se tire comida a la basura, restos de los alimentos consumidos todavía en buen estado, conviene pensar en lo que se conseguiría con esos alimentos en otra parte del mundo. Hay que ser conscientes de las cantidades que se sirven en cada plato para no derrochar comida y conocer la consecuencia de la elección de los alimentos.

Y es que se desperdician un tercio de los producidos para consumo humano, mientras que una de cada siete personas en el mundo se va a la cama con hambre. La comida que se despilfarra no se puede aprovechar en otros países, pero si se conserva, se puede consumir en otro momento. Esto no solo reduce el gasto familiar, sino también las emisiones de gases de efecto invernadero, al disminuirse la producción de alimentos. Se estima que se desperdicia alrededor de un tercio de los alimentos que se producen para comer, una práctica demasiado insostenible. «¿Y si nunca dejáramos que se estropeara una manzana?», se pregunta Oxfam. «Una de cada seis manzanas termina en el cubo de la basura, es decir, 5.300 millones de manzanas cada año», calcula.

2. Comprar productos de comercio justo

Los productos de comercio justo se cultivan en condiciones de trabajo dignas, a miles de kilómetros, pero se adquieren en el lugar donde se consumen. Aunque se transportan desde lejos, en condiciones más o menos sostenibles, comprarlos permite el mantenimiento económico de los campesinos productores, que sí apuestan por prácticas sostenibles de cultivo.

El 75% de las personas con menos recursos vive en zonas rurales. La producción agrícola en los países en desarrollo está en buena parte en sus manos, por lo que potenciar la compra desde el Norte ayuda a su subsistencia en el Sur. La agricultura es el único modo de vida que tienen, su única fuente de ingresos, y a menudo topa con barreras comerciales o culturales.

3. Moderar el consumo de carne

Destinar menos tierras al cultivo de alimentos para el ganado aumenta la superficie para el consumo humano

Consumir un poco menos. Esta es la máxima. Reducir la ingesta de carne y de lácteos supondría una merma en la emisión de gases de efecto invernadero. No hay que dejar de comer ambos alimentos, imprescindibles para obtener las vitaminas y nutrientes necesarios, sino que basta con proponerse no consumirlos un día a la semana. Intermón Oxfam lo explica del siguiente modo: la cría de animales para consumo genera más emisiones de gases de efecto invernadero e implica un mayor consumo de agua y una mayor superficie de tierras que el cultivo agrícola de alimentos. Esto supondría más suelo para plantar alimentos para más personas, en un nuevo intento por combatir el hambre.

La relación entre el ganado y la insostenibilidad se explica por los gases que produce (metano y óxido nitroso a través del sistema digestivo y del estiércol) y el consumo de agua (un 8% del uso mundial de agua para cultivar alimentos para las reses). Producir medio kilo de carne de vacuno requiere 6.810 litros de agua, frente a los 818 litros empleados para cultivar medio kilo de alubias. Si además se cambiara el medio kilo de carne de vacuno por alubias o lentejas, se ahorrarían unos 6.000 litros de agua en una comida para cuatro personas.

4. Reducir el gasto de energía al cocinar

Cocinar con menos energía no solo reduce la factura, sino también las emisiones. A ello contribuyen unas sencillas prácticas: emplear cazuelas planas al cocinar, usar siempre una tapa para aprovechar mejor el calor que se genera, emplear la menor cantidad de agua posible y bajar el fuego una vez que empiece a hervir. «Si todos los hogares urbanos de Brasil, India, Filipinas, España, Reino Unido y Estados Unidos llevaran a cabo estos pasos, podrían ahorrarse cada año más de 30 millones de megavatios/hora de energía», destaca el estudio.

Los electrodomésticos de bajo consumo también ayudan a limitar el consumo de energía. Otro aspecto importante relacionado con estos aparatos es la conveniencia de desenchufarlos cuando no se utilicen, ya que a menudo consumen energía durante todo el día con el único fin «de hacer funcionar el reloj que llevan incorporado».

5. Comprar alimentos de temporada

Los alimentos de temporada son más sostenibles. Se cultivan en la estación correspondiente, lo que implica que sean frutas y verduras más naturales, en cuyo cultivo se ahorra energía. Hay que conocer los productos de temporada de cada región para consumirlos en el momento adecuado. No hacerlo, señala Oxfam, significa a menudo que se desconoce o no se valoran los alimentos que se consumen de la misma forma que si se fuera consciente «del duro trabajo y del cuidado que se invirtieron en cultivarlos o producirlos». Los ciudadanos tienen el poder de decisión, puesto que con sus compras determinan qué alimentos se consumen más en cada temporada.

Casi un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero de todo el mundo tienen su origen en la agricultura. Esto se une a los fertilizantes empleados en los cultivos, que degradan el medio ambiente, incluido el oxígeno de agua, al derramarse en los ríos.

Combatir juntos contra el hambre

¿Por qué seguir estas cinco pautas? Intermón Oxfam asegura que si “un número suficiente de personas” se comprometen con ellas, se podría contribuir a varias cosas. Los agricultores pobres y sus comunidades mejorarían sus posibilidades de alimentarse, se reducirían las consecuencias del cambio climático, “que frena la producción agrícola”, y se alcanzaría un mejor uso de recursos fundamentales para la agricultura, como el agua. “Juntos podemos lograr un cambio positivo en las vidas de aquellas personas que, en todo el mundo, luchan por alimentar a sus familias”, señala la portavoz de Intermón Oxfam, Raquel Checa.

Si “un número suficiente de personas” se comprometen a combatir el hambre, se lograría un cambio positivo en la vida de los más pobres

Los cinco consejos conforman el Desafío CRECE, de Oxfam, que anima a quienes los sigan a contarlo en la página de Facebook de la campaña y en el site Soyactivista.org.

¿Hay compromiso por parte de los ciudadanos? En el informe se recogen las conclusiones de una encuesta realizada a más de 5.100 madres de tres países desarrollados y tres países en vías de desarrollo: España, Estados Unidos, Gran Bretaña, Filipinas, India y Brasil. Las preguntas se formularon a las mujeres porque “ellas controlan el 65% del gasto de consumo anual mundial, unos 12 billones de dólares”.

La división entre mujeres de países desarrollados y en desarrollo revela diferencias importantes, como la conexión con los productores de alimentos, menor en el caso de los países desarrollados, “menos conscientes del impacto que tienen sus elecciones en las vidas de otras personas”. La organización asegura que, de acuerdo a los resultados, “existe una oportunidad clara para aprovechar el inmenso poder de las personas como consumidores y, especialmente, el de las mujeres, quienes toman la mayor parte de las decisiones sobre qué alimentos comprar”.

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