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El sobrepeso y la obesidad son la consecuencia de un desequilibrio entre la ingesta calórica (alimentación) y el gasto calórico (actividad física), relacionados en la mayoría de los casos con hábitos de alimentación y estilos de vida poco saludables, también en las primeras etapas de desarrollo de la vida. Así, la alimentación durante el embarazo y los primeros meses de vida impactan en el riesgo de padecer obesidad y pueden ocasionar alteraciones en el circuito de alimentación de niños y niñas.
Un equipo de investigación liderado por la doctora Amanda Sierra, profesora Ikerbasque en el centro de investigación ACHUCARRO, ha sido el encargado de crear un nuevo material didáctico y divulgativo sobre la obesidad en el embarazo y la infancia que está disponible de manera abierta y gratuita, en el seno de un programa más amplio de colaboración con UNICEF Comité País Vasco.
¿Cómo se controla el apetito?
El circuito de alimentación se encarga de controlar cuándo tenemos hambre y la cantidad de comida que ingerimos. Está situado en una región del cerebro llamada hipotálamo y contiene neuronas que detectan tanto el hambre como la saciedad.

Órganos como el estómago o el páncreas y el tejido graso liberan hormonas (leptina, grelina e insulina) que informan de si el cuerpo siente hambre, si el estómago está vacío, si hay suficiente azúcar en sangre o suficiente grasa acumulada. Estas hormonas viajan por el torrente sanguíneo hasta alcanzar el circuito de la alimentación en el cerebro, concretamente, en el hipotálamo.
Allí, las neuronas receptoras detectan los niveles de esas hormonas y nos hacen percibir hambre, impulsando un comportamiento de búsqueda de alimento. En el momento en el que se ingieren suficientes alimentos se activan otros grupos de neuronas que nos hacen sentir saciedad.
Sin embargo, existe un comportamiento hedonista en la alimentación ya que cuándo comemos liberamos dopamina, que nos produce una sensación de placer y que puede alterar la relación entre la percepción del hambre y la ingesta.
Este sistema de alimentación se establece en los niños y niñas durante el tercer trimestre de embarazo y si durante esa etapa y los primeros meses de vida del bebé existe un exceso de consumo de calorías, el círculo se establecerá incorrectamente. Esto resultará en un desequilibrio entre el hambre y la saciedad, produciendo una mayor ingesta de comida, e incrementando el riesgo de obesidad infantil y el desarrollo del síndrome metabólico, una inflamación crónica que tiene graves efectos en la salud, con mayor riesgo de enfermedades graves.
Dieta, estilo de vida y obesidad: una relación compleja
Son evidentes los profundos cambios en los hábitos de consumo de alimentos y bebidas en las últimas décadas. Se ha incrementado notablemente el consumo de alimentos ultraprocesados, sobre todo aquellos con más azúcares, sal y grasas y bebidas azucaradas y “energéticas”, frente al progresivo abandono de dietas más tradicionales (la mediterránea, en nuestro caso) y el menor consumo de productos frescos, verdura, fruta, etc. Un consumo excesivo de alimentos ultraprocesados poco saludables en niños y niñas incrementa el riesgo de obesidad y de enfermedades graves.

El informe Malnutrición, obesidad infantil y derechos de la infancia de UNICEF España se refiere a este cambio de hábitos como “transición nutricional”, en la que están involucrados cada vez más países en el mundo. De hecho, los alimentos ultraprocesados llegan a suponer un 60 % de la ingesta total de una persona en los países desarrollados y su consumo está incrementando en los países en vías de desarrollo.
Los factores que más influyen en el consumo de alimentos ultraprocesados ricos en azúcares, sal y grasas son:
- La situación socioeconómica, ya que suelen ser baratos y accesibles.
- El estrés elevado, ya que el consumo de la alta cantidad de grasas y azúcares que contienen produce sensaciones plancenteras.
- La falta de hábitos de sueño saludables. Además, el consumo de estos alimentos también reduce la calidad del sueño.
Qué hacer frente a la obesidad infantil
El sobrepeso en la infancia y la adolescencia afecta directamente a la salud de los niños, niñas y adolescentes, y está asociado a un mayor riesgo de desarrollar, de manera precoz, enfermedades no transmitibles (ENT) como la diabetes tipo 2 o enfermedades cardiovasculares. Asimismo, tiene consecuencias psicosociales adversas; afecta al rendimiento escolar y a la calidad de vida, a lo que se añaden la estigmatización, la discriminación y la intimidación.
Más allá de la alimentación, se ha demostrado que la obesidad en la infancia y adolescencia está relacionada también con otros factores como los hábitos de sueño y el malestar emocional, así como los factores sociales y económicos que son independientes del sistema sanitario, tales como la publicidad, la educación y el ambiente escolar, el transporte y el entorno físico y alimentario.
Por ello, es importante no sólo inculcar hábitos de alimentación y estilo de vida saludables en niños, niñas y adolescentes, sino establecer medidas estructurales que impliquen cambios en la sociedad en su conjunto para poder reducir la prevalencia de la obesidad infantil y mejorar nuestra salud.