Fraude en la ciencia

Aunque difíciles de localizar, se conocen varios casos, algunos de ellos con graves repercusiones para la salud
Por Alex Fernández Muerza 17 de agosto de 2005

La ciencia cuenta con rigurosos sistemas de control, lo que no evita que se cometan en ocasiones diferentes tipos de fraude como el plagio, invención de datos y manipulación de artículos. Aunque es difícil de cuantificar cuánto fraude existe, se tiene constancia de diversos casos, que en ocasiones incluso han podido poner en peligro la salud de las personas

Tipos de fraude

En un sentido amplio se entiende por fraude en ciencia las desviaciones de la buena práctica científica, ya sea por una falsa presentación de los resultados de una investigación o por el plagio o el mal uso de otros trabajos. Algunos expertos como Francisco García Olmedo, catedrático de Bioquímica y Biología molecular de la Universidad Politécnica de Madrid, reconocen que existe todavía un problema de definición, lo que dificulta su control.

Tipos de fraude

A pesar de que la comunidad científica suele considerar que los casos de fraude son mínimos, estudios como el del escritor científico William J. Broad y Nicolas Wade del diario ‘The New York Times’ o el de los investigadores de la Universidad de Montreal Serge Lariveé y María Baruffaldi apuntan a una práctica más común de lo que acaba finalmente por conocerse. Según Rosa Sancho, del Centro de Información y Documentación Científica, si bien es cierto que el número de incidentes confirmados es muy bajo comparado con la actividad científica total, la frecuencia puede ser mayor de la que se detecta. Esta autora distingue entre fraudes graves y menores, y entre los primeros indica como los más frecuentes la falsificación de datos, seguido de la fabricación de datos y el plagio. Entre los fraudes menores, destaca la autoría ficticia de un trabajo o el aprovechamiento excesivo de un trabajo propio, como el auto-plagio, la división de una publicación en varias o el inflado de los trabajos.

En cuanto a las especialidades científicas, las ciencias biomédicas y relacionadas, como la farmacología, podrían ser más susceptibles al fraude debido, en opinión de Sancho, a las características particulares de estas disciplinas, donde un mismo procedimiento en organismos similares puede dar resultados distintos. “Además, las enormes cantidades de dinero que mueve la industria farmacéutica pueden dar pie con mayor facilidad a irregularidades”, alega.

Otro problema a tener en cuenta es el de los conflictos de intereses, es decir, cuando existen intereses del científico, de tipo económico o personal, que pueden poner en duda su actuación. Según el médico Jordi Camí, mientras en España no existe tradición de comités para remediar estos conflictos, en Estados Unidos y en algunos países de Europa, las diversas organizaciones e instituciones científicas cuentan con instrumentos, fundamentalmente internos y entre colegas, que exigen la declaración pública de actuales y potenciales intereses económicos. El Servicio de Salud Pública norteamericano calcula que cada año unos 20.000 investigadores – cerca de la mitad de los que reciben ayudas de esta institución – tienen que declarar algún conflicto de intereses

El Servicio de Salud Pública norteamericano calcula que cada año unos 20.000 investigadores tienen que declarar algún conflicto de intereses

, aunque sólo se encuentran unos 200 casos en los que el conflicto realmente existe. Por su parte, la Fundación Nacional de Ciencia de este país estima que sólo el 23% de los 10.000 investigadores que financia tendrán que efectuar alguna declaración, de los cuales un número insignificante llega a ser conflictivo, si bien también es cierto que en este caso se trata de investigaciones menos problemáticas.

Los periodistas tampoco se escaparían de la práctica de acciones fraudulentas, en este caso para publicar ciertas informaciones que podrían favorecer los intereses de una compañía o institución, por medio de regalos, gratificaciones e incluso sobornos. Este tipo de prácticas llevó, por ejemplo, en 1960, a la Asociación Nacional de Escritores de Ciencia de Estados Unidos a la adopción de varias resoluciones para tratar de evitarlo.

Asimismo, otro tipo de fraude, esta vez involuntario, es la negligencia científica, que suele estar relacionada con la presentación prematura y en ocasiones incluso sensacionalista de unos resultados que no han pasado todavía los sistemas de control científicos. Y no se pueden olvidar las denominadas “pseudociencias”, que sin poseer un fundamento científico pretenden ofrecer resultados objetivos, como la astrología, las llamadas “medicinas alternativas” y tantas otras supercherías que se aprovechan de la ignorancia de las personas para conseguir grandes beneficios económicos.

Algunos fraudes famosos

La historia guarda en su memoria una gran variedad de fraudes científicos. En algunos casos se debe a la invención de pruebas científicas. Tras dar a conocer Charles Darwin en 1859 su famosa teoría de la evolución, un geólogo aficionado, Charles Dawson, presentó un cráneo del que aseguraba que era “el eslabón perdido entre el simio y el hombre”. Sin embargo, se descubrió más tarde que el “Hombre de Piltdown”, como se le llegó a conocer al haber sido encontrado supuestamente en dicha zona de Inglaterra, no era más que un cráneo humano actual pulido hasta haberle dado una forma simiesca. A mediados del siglo XIX, un grupo de científicos aseguró que había descubierto la materia que dio origen a la vida, una sustancia viscosa extraída en aguas irlandesas, cuando se trataba en realidad de una mezcla de barro y alcohol.

Algunos fraudes famosos

Pero los fraudes pueden ser en ocasiones mucho más peligrosos, sobre todo cuando se pone en peligro la salud de las personas. En 1998, un grupo de científicos anunciaron en Londres que un estudio que habían publicado en una importante revista científica, The Lancet, relacionaba la vacuna tripe viral (sarampión, parotiditis y rubéola) con la presentación de los síntomas de autismo, lo que produjo una caída en el número de niños vacunados, con el evidente peligro que ello suponía. Sin embargo, posteriormente se descubrió que el investigador principal había recibido una importante suma de dinero de una asociación de niños con autismo, que podría utilizar dicho estudio como prueba en un juicio contra la compañía productora de dicho fármaco.

En ocasiones, las publicaciones científicas también ponen en evidencia los ‘rigurosos sistemas de control y calidad científica’. En este sentido, se tiene constancia de diversos casos, como el del físico Jan Hendrik, que con 32 años publicó 80 artículos en dos de la revistas más prestigiosas, Science y Nature, y del que se comprobó que había inventado o alterado datos, o el de los investigadores del centro Max Delbrück de Medicina Molecular de Berlín Friedhelm Herrmann y Marion Brach, de los que se demostró que habían manipulado y falseado datos en al menos 94 artículos. Para dejar en evidencia que el control de las revistas científicas no es tan bueno como se cree, Alan Sokal, profesor de física de la Universidad de Nueva York, logró publicar en 1996, en la revista Social Text, un texto inventado y sin sentido.

A pesar de ello, los controles suelen funcionar y hay quien trata de saltárselos y dar así a conocer a la opinión pública unos supuestos descubrimientos, como el caso de la conocida como “fusión fría”. En 1989, los investigadores Stanley Pons y Martin Fleischmann anunciaban ante los medios de comunicación la invención de un sistema sencillo, barato y limpio de producir energía nuclear sin haberlo publicado en una revista científica, por el supuesto miedo a perder la exclusividad del invento. Sin embargo, tras el paso de los meses, ningún otro científico del mundo logró reproducir los resultados de Pons y Fleischmann.

En España también se tienen constancia de algunos fraudes, o cuando menos, de flagrantes fallos en los sistemas de control de las publicaciones científicas. Antonio Arnaiz Villena, jefe de inmunología del Hospital Doce de Octubre de Madrid, publicó en la revista “Human Immunology” un artículo, que fue retirado poco después por el editor, en el que supuestamente demostraba que los palestinos tienen una fuerte correspondencia genética con los judíos y otros pueblos de Oriente Medio

¿Cómo combatirlo?

La Ciencia, por la forma en que ha sido concebida, es en sí misma una forma eficaz de evitar fraudes, puesto que cuenta con métodos objetivos de control y no defiende verdades inmutables, sino que deja abierta la puerta a que lo que hoy es algo asentado y puesto en fuera de duda, mañana puede ser revocado al presentarse nuevas pruebas reconocidas científicamente. Asimismo, las revistas científicas que cuentan con el sistema de “revisión por pares”, es decir, científicos de reconocida solvencia que evalúan la calidad del artículo que se presenta para ser publicado, son otra garantía de calidad.

No obstante, como se veía anteriormente, no existen filtros perfectos y lo que puede ser en principio un buen sistema de control puede llegar a convertirse en la causa de que aumenten el número de fraudes

No existen filtros perfectos y lo que puede ser en principio un buen sistema de control puede llegar a convertirse en la causa de que aumenten el número de fraudes

. En este sentido, el mérito de los científicos se mide esencialmente por el número de artículos que publican y por la importancia de la publicación, que lleva a ser citado y reconocido por el resto de científicos, lo que en muchos casos, sobre todo cuando la financiación de las investigaciones depende de ello, puede llevar a caer en la tentación del fraude.

Como sátira a esta fiebre por el publicar a toda costa se creaba el “Diario de Resultados Irreproducibles”, editado en la Universidad de Harvard, donde se recogen algunos de los artículos supuestamente científicos más “pedantes, oscuros o simplemente estúpidos”, según sus responsables. El Diario ha dado también pie, en 1991, a lo que se conoce como los Premios IgNobel, o Premios Nobel a la Ignominia, que se celebra todos los años para premiar a los “mejores trabajos”, en un acto con renombrados científicos disfrazados. En definitiva, el sentido del humor es también una buena fórmula de autocrítica.

Otra posible manera de controlar los fraudes es la creación de organismos o instituciones dedicadas a ello. En Estados Unidos cuentan desde 1989 con la Oficina para la Integridad de la Investigación, perteneciente al Instituto Nacional de Salud. Asimismo, muchas universidades de este país tienen un departamento que se encarga básicamente de detectar la mala conducta en ciencia. En Alemania se creó en 1998 la Agencia Alemana de Investigación contra el Fraude.

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