Qué hacer cuando los niños se portan mal

En lugar de recurrir a castigos, conviene proponer alternativas ante los malos actos y recompensas ante los buenos
Por Azucena García 29 de noviembre de 2011
Img enfadado
Imagen: mdanys

Asunto crucial para todos los padres: ¿cómo actuar cuando los hijos se portan mal? ¿Qué hacer para que mejoren su conducta? Las respuestas a estas preguntas pueden hallarse al final de un largo camino, pero hay algunos conceptos básicos que conviene tener a mano. El principal, saber que la clave está, como en tantos otros aspectos, en el equilibrio: no caer en el exceso de permisividad, que deriva en pequeños egoístas desacostumbrados a recibir un “no”, ni en el autoritarismo castigador, que puede lesionar su autoestima y hacerles creer que sus padres no les quieren.

Marcar normas de comportamiento desde el principio

El comportamiento de un niño se considera «malo» cuando, por defecto o por exceso, no se adapta a lo que se entiende como «normal». Los pequeños adquieren pautas de conducta a medida que crecen, en función de lo que ven y de su propia experiencia, es decir, de las respuestas que obtienen sus propios actos. Por eso es fundamental dar señales claras en los primeros años de vida.

Los padres tienen que cortar el problema de raíz y marcar unas normas desde que los hijos tienen menos de cuatro años

En palabras de Jordi Sasot, médico especialista en pediatría y psiquiatría infanto-juvenil y coordinador de la Unidad de Padiopsiquiatría de la Clínica Teknon de Barcelona, ante la pregunta de qué hacer cuando los niños se portan mal, la respuesta está clara: «Los padres tienen que cortar el problema de raíz y marcar unas normas desde que los hijos son pequeños, menores de cuatro años, y en pequeñas cosas».

«Cada problema -especifica Sasot- debe ser estudiado de manera individual para descubrir su origen, que puede ser educativo, con problemas de comportamiento, o biológico, con trastornos de conducta». En el segundo caso, relacionado con cerca del 40% de los niños hiperactivos, cabe la posibilidad de que el pequeño necesite tratamiento farmacológico porque su mala conducta responde a condicionantes con los que ha nacido.

Sin embargo, las causas del problema no siempre están fuera de la relación entre padres e hijos. En el caso de los «falsos niños con trastornos», los problemas de comportamiento tienen su origen en la sobreprotección de los padres, que solucionan los problemas que el niño tiene que resolver por sí mismo. «Si a los niños menores de tres años les dan de comer los padres, les permiten ir a la cama cuando quieren y les resuelven todos los problemas, no se les educa en la capacidad de frustración y los niños no toleran un ‘no’. Este no es el camino correcto», apunta Sasot.

Disputas de poder

Los niños desafían a sus padres cuando no sienten satisfechas sus necesidades y buscan poder. Así lo asegura la pedagoga Elena Roger, quien explica el proceso de estas disputas: «Los padres repiten, recuerdan lo que deben hacer sus hijos, pero con resultados negativos. Luego negocian, razonan y sermonean sin éxito. Cuanto más repiten, más se enfadan, hasta acabar en gritos y amenazas, incluso en insultos y bofetadas. Cuando ya no pueden más, explotan diciendo cosas de las que luego se arrepentirán e infringiendo castigos desproporcionados que nada consiguen mejorar». Con el tiempo, estas rutinas pueden convertirse en patrones destructivos de comunicación, relación familiar y resolución de problemas, «en hábitos familiares que se consideran como la manera normal de convivir en casa».

Los castigos son solo una solución momentánea e inducen un aumento de la agresividad de los niños

Los castigos son contraproducentes en muchos sentidos. Primero, porque son solo una solución momentánea. Cuando el castigo cesa, el niño repite la conducta, perfecciona las travesuras y pierde sensibilidad ante las penalidades. Por otro lado, muchos padres, al notar que el castigo surte efecto en el momento en que lo aplican, tienden a castigar cada vez más y con mayor energía, lo cual los enreda en un círculo vicioso en el que todos pierden. Además, los castigos inducen un aumento de la agresividad de los niños, puesto que el modelo que se les inculca es: cuando estamos enfadados con alguien, es bueno ir contra él. En este mismo sentido, los castigos morales (hacerles sentir culpa) pueden hacer tanto o más daño que los físicos.

«Los hijos a veces nos ponen a prueba para mostrarnos que ellos han cambiado y que las normas, por lo tanto, también han de cambiar -agrega Elena Roger-. Nos desafían continuamente, nos provocan y muchos de ellos nos manipulan hasta llevarnos a su terreno. Entonces, ganan la batalla».

Sanciones, recompensas y alternativas

Lo adecuado es que, en vez de castigos, se apliquen técnicas de sanción con las que el niño advierta las consecuencias de sus actos y de las que solo él será protagonista. Si no hace caso a las normas, deberá aprender por sí mismo a resolver los problemas porque nadie los resolverá por él. Si no quiere comer, no se le ofrecerá otra comida hasta que no termine el primer plato servido. Y si no quiere ir a dormir a la hora que marcan los padres, él elegirá la hora, pero al día siguiente deberá levantarse para ir al colegio o hacer sus tareas como si se hubiera acostado temprano.

El objetivo de los padres es que sus hijos aprendan nuevas pautas de comportamiento para que, a largo plazo, varíen su conducta. Por este motivo, hay que buscar técnicas que consigan efectos duraderos, no momentáneos. «Las políticas de recompensa son las técnicas que nos van a servir para este objetivo de conseguir efectos estables», asegura Joan Romeu i Bes, especialista en neurología y psiquiatría de la Clínica Quirón y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Estas políticas se basan en el hecho de que las personas tendemos a realizar las cosas en las que hallamos un beneficio y evitar las que suponen un esfuerzo o una dificultad que no se recompensará. Cuando se habla de beneficio, no hay que pensar solo en bienes materiales. Romeu afirma que «las recompensas más eficaces son las más inmateriales: el elogio, la atención, el afecto y la compañía».

También se debe tener en cuenta no recompensarlo todo, «como a delfines de acuario». Es mucho mejor hacerlo de vez en cuando, para que el niño no pueda predecir cuándo se le premiará. En este caso, el premio ha de llegar en el mismo momento de la acción que se quiere premiar, porque de lo contrario, hay riesgo de que el niño no lo identifique.

Por último, en el caso de niños muy conflictivos en quienes sea muy difícil detectar conductas que compensar, la recomendación de los especialistas es conversar con los pequeños para informarles de lo poco apropiado que ha sido su comportamiento hasta ese momento y transmitirles conductas alternativas. Es decir: sin exaltarse ni gritar, los padres han de inculcarles nuevas prácticas. Con esta estrategia, además, se estrecharán los lazos entre padres e hijos.

Sigue a Consumer en Instagram, X, Threads, Facebook, Linkedin o Youtube