Divorcios a partir de los 60 años

La separación de la pareja una vez cumplidos los 60 años es un fenómeno cada vez más extendido en la actualidad
Por Blanca Álvarez Barco 24 de noviembre de 2014
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Imagen: Amir Kuckovic

Los divorcios aumentan en España, según los últimos datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Las demandas de divorcio y de disolución matrimonial registraron un incremento del 2,8% y 2,4%, respectivamente, en el segundo trimestre de 2014. Esta situación es uno de los tragos más difíciles a los que puede enfrentarse una persona. Así lo indican diversos estudios científicos, los mismos que revelan que tras la muerte de un ser cercano, la disolución de la pareja es el segundo suceso que causa mayor tensión. Esto ocurre tanto a los 40 años, como a los 60 o los 70. Sin embargo, el divorcio de los progenitores supone un grave trastorno para los hijos adultos, que a menudo se sienten árbitros de la relación de su padre y madre o experimentan una sensación de pérdida. En este artículo se señala cómo afrontar una separación y de qué manera, pasado un tiempo de duelo, muchas personas se redescubren y viven en plenitud sus últimos años.

Divorcio, un fenómeno en crecimiento

Hasta hace poco tiempo, no era corriente que las personas mayores de 60 años decidieran poner fin a su matrimonio. Cuestiones religiosas, sociales y económicas hacían muy difícil que, pasada la cincuentena, se decidiera romper una relación que podía durar 25, 30 e, incluso, 40 años. La independencia económica de la mujer, así como la relajación de las normas morales y sociales, junto con la disminución de los obstáculos legales, han favorecido que los divorcios tardíos aumenten tanto, que en 2011 llegaron a la cifra de 3.507, según un informe del Imserso. ¿Pero cuáles son las causas?

Al cumplir los 60 y no tener que mantener ya la estructura familiar, se tiene vía libre para tomar la decisión de romper

Son muchos los expertos que creen que el divorcio, tras pasar el umbral de los 60, es achacable al abandono del hogar por parte de los hijos, el que se denomina como síndrome del nido vacío. La explicación podría residir en que muchas parejas se concentran en sus hijos y la familia y se olvidan de su propia relación. Cuando los hijos se van y los cónyuges se quedan solos, a veces, ni siquiera reconocen a la persona que tienen enfrente. Sin embargo, esta opinión es matizable, ya que el «nido vacío» empuja a tomar una determinación que se fragua durante años y ocurre porque hay un problema latente.

Las separaciones de personas adultas cuyos hijos ya se han independizado se deben, sobre todo, al hecho de no tener que mantener la estructura familiar, lo que les da vía libre para tomar la decisión de la ruptura si su relación no era buena. De este modo, no sienten ninguna obligación por pasar el resto de sus vidas juntos y estiman que la separación es lo más conveniente. Y para muchas personas es una liberación.

Aprender a superar un divorcio

Decidir que la mejor solución para el futuro es romper un vínculo afectivo de larga duración es un paso muy duro que suelen dar las mujeres, menos propensas que los hombres a aguantar una convivencia que les resulta insoportable. La decisión es más sencilla cuando hay una amplia red de familiares o amigos que apoya, si la situación económica es buena y cuando los hijos entienden la postura de sus padres.

Pese a todo, un divorcio es una situación traumática. Tras una separación, la autoestima se ve afectada, a lo que se añade la angustia que provoca la soledad, ya que solo a raíz de la separación se es consciente de la dependencia emocional de la pareja, una corriente emocional que persiste por muy desagradable que haya sido la relación. En el caso de las personas mayores, esta situación se agudiza. El tiempo que han permanecido unidos es mucho mayor que en parejas jóvenes que se separan pronto. Además, el círculo de amistades y familiares de una persona mayor suele ser más reducido que el de una persona joven, bien sea porque muchos han fallecido o porque se han dejado a un lado, conforme se cubrían distintas etapas de la vida.

A pesar de las dificultades, los expertos aseguran que tras un período de duelo que oscila entre seis meses y un año, las personas mayores son capaces de superar este trance. ¿Pero cómo hacerlo? No hay fórmulas mágicas y la receta es la misma que para quienes se divorcian a edades más tempranas:

  • Recordar que la responsabilidad de una ruptura matrimonial nunca es de una sola persona.

  • Reconocer que el paso que se ha dado era inevitable, aunque hubiera sido preferible que las circunstancias fueran distintas y que no llegaran a producirse.

  • Tener en cuenta que una ruptura sentimental no es un fracaso personal. Hay que ser optimistas y darse cuenta de que la vida sigue y que puede reservar muchas sorpresas.

  • Tratar de mirar hacia el futuro, sin recrearse en recordar el pasado, ni para añorar lo bueno, ni para guardar rencor por lo malo.

  • Convencerse de que los defectos de la pareja con la que se ha roto y los problemas que han llevado a la ruptura no son extensibles al resto de hombres y mujeres. Es la única manera de poder rehacer la vida sentimental.

  • Intentar ser activos y tener proyectos, como viajes, etc…

Cómo afecta a los hijos

Aunque los miembros de la pareja superen el trauma de la separación, no hay que olvidar que muchas tienen hijos a los que una ruptura tardía también incumbe de modo especial. ¿Hasta qué punto puede afectar a unos hijos que ya están en la edad adulta?

Para los hijos adultos de un matrimonio que supera los 60 años, enfrentarse a la separación de los padres es, a veces, mucho más duro que para los niños pequeños, porque la ruptura modifica todos los lazos que se habían establecido a lo largo de los años. Si la relación era mala, la separación se ve como una liberación, pero para muchos hijos supone su transformación en árbitros porque sus padres y madres los involucran en su particular batalla. Es relativamente frecuente que uno de los miembros de la pareja hable a los hijos e hijas de todas las transgresiones del otro cónyuge, algo que puede originar un grave daño en los hijos. Como en el caso de los pequeños de corta edad, los hijos adultos tienen sentimientos confusos, de tristeza y de enfado con sus progenitores e, incluso, se culpan de la separación y piensan que no han actuado como deberían haberlo hecho.

Un hijo adulto de padres divorciados experimenta también una sensación de abandono por parte de sus padres y puede llegar a creer que ya no le tienen en cuenta. Ello se debe a la propia situación de los padres respecto a sus sentimientos y su vivencia, que redunda en una pobreza de comunicación con sus hijos y que durante un tiempo no suele ser demasiado directa. Asimismo, si uno de los progenitores rehace su vida con otra pareja, los hijos suelen rechazarla y se despierta la rivalidad.

Los hijos deben actuar con prudencia y no entrometerse en la vida de los padres, aunque tampoco desentenderse de sus problemas. Por ello, es importante que sigan una serie de pautas:

  • Todos los hijos de la pareja deben adoptar una línea de actuación común en respuesta al divorcio entre sus padres.

  • Deben ayudar a sus padres a simplificar los conflictos y acercar posiciones. Es posible que hablando entre ellos de una manera seria comiencen a lograr un nuevo afecto y respeto por sus hijos.

  • Los hijos deben interponerse contra la violencia y el abuso.

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