El uso de medicamentos contra la obesidad puede provocar un impacto inesperado en la industria alimentaria. En un reciente análisis de la consultora Morgan Stanley, se estima que en 2035 cerca de 24 millones de personas en Estados Unidos (un 7 % de su población) seguirán algún tipo de tratamiento farmacológico contra el sobrepeso. De esta forma, “las industrias de alimentos, bebidas y restaurantes podrían ver una demanda inferior, particularmente de alimentos poco saludables y opciones ricas en grasas, dulces y saladas”, resume el informe.
Adiós a los alimentos azucarados y grasos
Las recientes encuestas realizadas por la compañía a consumidores que siguen tratamientos con estos fármacos desvelan una reducción en su consumo de alimentos ricos en azúcar y grasa, como dulces, bebidas azucaradas y bollería. Según sus datos, casi una cuarta parte de estos consumidores dejó de beber alcohol por completo y casi el 20 % abandonó las bebidas azucaradas. “A medida que más personas usen estos medicamentos, el consumo general de estos productos puede caer hasta un 3 % para 2035”, pronostica el informe.
Más espacio para los alimentos saludables
Los analistas de la consultora han observado, además, un aumento en el consumo de las categorías más saludables en alimentación —como frutas, verduras, pescado y pollo— en pacientes que siguen tratamiento farmacológico contra la obesidad.
La cadena de supermercados estadounidense Walmart también aporta datos similares en su análisis de mercado de agosto de 2023 realizado en sus propias tiendas. La cadena puede vender estos medicamentos en sus farmacias, y esto le ha permitido observar la relación entre el aumento de la venta de estos fármacos y la reducción del gasto en bebidas alcohólicas, dulces y aperitivos. Como primera consecuencia, algunas empresas propietarias de marcas de cerveza, aperitivos y dulces registraron pérdidas en la Bolsa después de hacerse pública estas informaciones.
En los próximos años, si se extienden y popularizan los tratamientos farmacológicos contra la obesidad, la industria alimentaria tendrá que reconsiderar cómo afectará a sus cuentas el cambio en los hábitos de los consumidores.
