La reunión de los ministros de Medio Ambiente del Grupo de los Ocho (G8) celebrada en la localidad canadiense de Banff el pasado fin de semana, ha confirmado las grandes reticencias de Canadá a ratificar el Protocolo de Kioto, el tratado internacional contra el cambio climático rechazado por EE.UU.
En un principio, estaba previsto que la reunión girase en torno a la relación del medio ambiente con el desarrollo, la salud y la gestión gubernamental, en preparación de la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible de Johannesburgo del próximo agosto. Sin embargo, fuentes presentes en el encuentro, señalaron que la discusión real se desarrolló sobre el cambio climático y el Protocolo de Kioto.
Los movimientos que Canadá ha dado en los últimos meses insistiendo en renegociar su papel en la reducción de las emisiones de gases que establece el Protocolo, llevaron a los países europeos y a sus socios a intentar modificar la agenda.
Por lo visto, Canadá parece querer seguir los pasos de su país vecino, EE.UU., que abandonó Kioto nada más llegar a la presidencia George W. Bush. De hecho, es casi seguro que los canadienses no ratificarán este tratado antes de junio, tal y como se habían comprometido, ni tienen planes para hacerlo próximamente. La comisaria europea de Medio Ambiente, Margot Wallstrom, afirmó en la conferencia de prensa final de la reunión del G8, que seria triste que Canadá no aprobara su adhesión al Protocolo. Descuento de emisiones
Según parece, Canadá, que ya logró importantes concesiones de la UE en lo referente al papel de absorción de dióxido de carbono (CO2) de sus bosques para cumplir el Protocolo, quiere ahora que sus exportaciones energéticas a Estados Unidos también le descuenten emisiones. Según Wallstrom, esta nueva propuesta cambiaría completamente todo el Protocolo y por lo tanto no es aceptable.
Por su parte, el representante sobre cambio climático de la organización ecologista Greenpeace, Benedict Southworth, señaló que si Canadá abandona Kioto se arriesga a un enorme «bochorno internacional» y corre el peligro de convertirse «en el paria de la familia de Kioto».
