Entrevista

Chema Rodríguez, Fundador de Bibir África

Vencer al hambre es posible, pero la respuesta es muy pobre
Por Azucena García 3 de octubre de 2007
Img chema

El hambre es uno de los principales dramas del continente africano. Especialmente en la franja del Sahel, una extensión conocida como el ‘cinturón del hambre’ que abarca ocho de los países más pobres de la Tierra, la desnutrición provoca la muerte del 20% de los niños y niñas menores de cinco años. Es precisamente en esta zona donde se centra el trabajo de la ONG Bibir África, fundada en 2001 por Chema Rodríguez (San Sebastián, 1960). Rodríguez llegó al continente africano por primera vez hace 17 años y, en este tiempo, asegura haber visto “de todo”. Por ello, critica a quienes, como él, han sido testigos del sufrimiento de miles de personas, “pero pasan, ven y se marchan”.

¿Cómo nació Bibir África?

Es una historia larga. Cuando estudiaba en Madrid, entré en contacto con la congregación religiosa Misioneros de África – Padres Blancos, que trabaja únicamente en el continente africano. Ese encuentro fue como un flechazo y, desde entonces, mi vida ha estado vinculada a África. Fui misionero desde 1979, hasta que en 2001 conocí a la que hoy es mi mujer, nos casamos, fuimos a vivir a Barcelona y, allí, nos propusieron empezar este proyecto en Burkina Faso. Creímos que el proyecto merecía la pena y decidimos marcharnos.

“Burkina Faso es un país completamente desconocido, pero con muchas necesidades”

Burkina Faso, un país del que apenas se habla en los medios de comunicación, pero que es el tercero más pobre del mundo y el último en acceso a la educación. ¿Cree que sólo los conflictos bélicos son capaces de sacar a la luz la situación de un país y remover las conciencias?

Exactamente. Burkina Faso es un país en el que no hay ninguna riqueza, no hay ni oro ni petróleo y, por lo tanto, no hay ningún conflicto bélico y nadie se fija en él. Es un país completamente desconocido, pero con muchas necesidades. Por eso nos decidimos, porque hay relativamente pocos proyectos que salgan adelante, pero en éste vimos una flexibilidad que le permitía adaptarse a la realidad del país. Los que tenemos la sartén por el mango no estamos allí, sin embargo, queremos hacer cosas que funcionen según nuestros criterios, lo que supone que muchas veces no se aplican los criterios adecuados. En Burkina Faso hay muchas posibilidades de trabajo y de hacer un trabajo bueno.

Pero también en otros países. De hecho, para el próximo año tienen previsto desarrollar varios proyectos en Mali y en Níger.

Sí, Bibir nació principalmente para luchar contra la malnutrición y nuestro deseo es poder extender esta acción a países de alrededor como Níger y Mali. No tenemos intención de abrir un nuevo Centro de Rehabilitación y Educación Nutricional (CREN) como el de Burkina Faso porque no tenemos una infraestructura suficiente en estos países, pero apoyaremos iniciativas locales que funcionan e intentaremos ver si podemos hacer algo más.

¿Contarán, como han hecho hasta ahora, con personal del propio país?

Por supuesto. El personal local tiene un conocimiento muy importante de la situación. Sabe cómo comportarse, cómo reaccionar, ante el día a día. Aunque tampoco creo que, por el hecho de ser africano, se sepa cómo afrontar correctamente cada circunstancia. A veces hay costumbres que se repiten sin que, necesariamente, lleven hacia una intervención positiva.

“El 20% de los niños no llega a cumplir cinco años”

Esa intervención se centra, sobre todo, en la lucha contra el hambre y en la atención a la población infantil. ¿Cuántos niños y niñas mueren cada día por desnutrición en Burkina Faso?

Las estadísticas dicen que el 20% de los niños no llega a cumplir cinco años. Esto es un número, pero este número tiene caras, tiene nombres. Y ésa es la razón por la que comenzamos el Centro de Rehabilitación y Educación Nutricional, al que, sin embargo, vienen sólo un 10% de los niños que necesitarían venir. Hay un 90% de niños que viven en los pueblos de alrededor y que, desgraciadamente, no pueden venir al centro y mueren. A causa de esto, este año hemos comenzado a trabajar con un equipo móvil que tiene tres objetivos: hacer un seguimiento de los niños que ya han pasado por el centro y se han recuperado, detectar nuevos casos de malnutrición para poder tratarlos y hacer un trabajo de educación y sensibilización sobre temas de higiene, preparación de papillas o cómo actuar en caso de diarrea.

Si comparamos este esfuerzo con el del resto de la sociedad ¿cree que se hace lo suficiente para evitar tanto sufrimiento?

Me parece que no. El país tiene pocos medios para hacer frente a esta situación y hace falta un apoyo de la sociedad civil, de iniciativas locales e internacionales. Nosotros hemos visto pasar por allí a grandes organizaciones que, sólo hacen eso: pasan, ven y se marchan. Recientemente, nos dieron un alimento concentrado muy rico para contrarrestar los efectos de la malnutrición, pero fue algo puntual que no soluciona el problema. Vencer al hambre es posible, pero la respuesta es muy pobre.

¿Qué efectos tiene la malnutrición durante el embarazo?

Los efectos de la malnutrición en las mujeres están relacionados con problemas de anemia y una tasa altísima de mortalidad durante el parto. De hecho, otro de los proyectos que tenemos es un orfanato en el que, actualmente, residen 29 niños, de los que unos 20 han perdido a sus madres durante el parto.

“La mujer juega un papel central, es el motor de la casa”

Sin embargo, la mujer juega un papel muy importante en el desarrollo de sus comunidades.

Efectivamente, la mujer juega un papel central, es el motor de la casa y la que hace que pueda existir una familia, pero hay que tener en cuenta que África es un continente y las situaciones son muy diferentes de un país a otro.

En cuanto al índice de escolarización, también en el caso de las niñas es más bajo que en el de los niños ¿es posible que este índice se llegue a igualar en el futuro?

Creo que sí, al menos, para eso trabajamos nosotros. Tenemos un programa en el que participan 44 escuelas y 13.000 niños. A través de él, firmamos un contrato en cada escuela con los maestros y la asociación de padres. Una de las cláusulas establece que, si los padres envían a sus hijas a la escuela, nos comprometemos a pagar la matrícula el primer año. Así conseguimos que el año pasado hubiera más niñas que niños en el primer curso.

¿A cuánto asciende el coste de esa matricula?

El curso completo cuesta, aproximadamente, un euro y medio al año, pero nuestra intervención va más allá. Por ejemplo, a cada niño le damos una bolsa con cuadernos, pizarra, bolígrafos, lápices, sacapuntas, gomas y, este año incluso, un manual de texto. También tenemos un equipo médico que asegura la atención durante todo el curso e intervenimos en comedores escolares. Si se suman todas estas actuaciones, el coste anual por niño puede ascender a 65 euros.

“Hemos visto pasar a grandes organizaciones que sólo hacen eso: pasan, ven y se marchan”

Otro gran problema que afecta a la población en general, y a las niñas en particular, es el sida. Incluso se ha denunciado que adultos seropositivos mantienen relaciones sexuales forzadas con niñas menores de 15 años porque creen que así eliminan la infección. ¿Cuesta más combatir estas creencias que luchar contra la propia enfermedad?

Así es, combatir la enfermedad es más una cuestión de tiempo que de dinero. Porque esa creencia es una de ellas, pero existen otras. Lo más difícil en África es trabajar en esas creencias y tradiciones que, aunque pueden ser muy ricas, también pueden resultar muy dañinas. Cuando miramos a África pensamos que se deben respetar todas las tradiciones y, de esta manera, dejamos pasar tradiciones que llevan a la muerte y a un desprecio de la mujer. Por ello, creo que se debe trabajar en esas tradiciones, aunque es un trabajo muy difícil, que lleva mucho tiempo, pero que a largo plazo va a ayudar a África a salir de la pobreza, miseria e injusticia.

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