Estamos en 1979. Los melómanos escuchan música en sus casas o en las salas de conciertos, y todo lo que puede verse colgando de las orejas son pendientes. Pero todo cambia cuando, en febrero, Sony lanza el legendario Walkman TPS-L2 a un precio de 200 dólares. Quienes pasearan entonces por los distritos más chic de Tokio pudieron ver cómo algunos jóvenes bien plantados caminaban por la calle sosteniendo un misterioso aparato al que estaban conectados mediante unos auriculares. Como después se sabría, estos chavales no eran sino actores pagados por la gran compañía nipona como parte de su campaña de publicidad, y un mes después de ponerla en marcha ya habían agotado todas las existencias. Influencers eran los de antes.
Walkman y discman: pioneros del sonido portátil
«El walkman sustituye a algunas drogas como un dispositivo que altera el ánimo y la mente», afirmó un apocalíptico periodista del diario Chicago Tribune para saludar la aparición del nuevo invento, anticipándose a las alarmas que años después provocarían los videojuegos o los teléfonos móviles. El aparatito causó furor, no solo por su excelente calidad de reproducción, sino porque satisfacía dos aspiraciones clave: permitía aislarse de las molestias sonoras del mundo exterior y lucir un gadget que confería estatus y hacía ver que uno estaba en la onda (véase uno de sus primeros anuncios).
El walkman, como Michael Jackson y las hombreras, dominó los años 80. Sin embargo, desde 1984 tuvo que compartir mercado con el D-5/D-50, nombre que recibió el primer discman creado por la misma empresa. Aunque podemos pensar que se trataba de un indudable paso hacia la modernidad (adiós a los bolis Bic con los que rebobinar manualmente las cintas de casete), los primeros reproductores de CD eran algo más caros -unos 350 dólares-, ocupaban más espacio, pesaban casi un kilo y no eran demasiado estables, por lo que cualquier movimiento brusco interrumpía la reproducción del disco.
Hizo falta esperar algunos años para que la compañía puliera estos defectos. Así, no es raro que ambos reproductores convivieran de forma amistosa hasta finales de la siguiente década, según las preferencias de cada usuario. En 1998, fecha de su declive, el primero había vendido 175 millones de unidades, y el segundo, 50.
Minidisc y MP3: una discoteca en el bolsillo
Antes de la llegada triunfal del MP3, no queremos dejar de recordar un flamante reproductor injustamente relegado al olvido: el minidisc. Lanzado por la ya recurrente Sony en 1992, esta pequeña bestia utilizaba discos magneto-ópticos de tamaño muy reducido: cabía en la palma de la mano, pero era capaz de almacenar hasta 34 horas de música en un solo disco. ¿A qué se debió, entonces, su relativo fracaso? Sobre todo, a que era bastante caro: el aparato costaba 750 dólares y, además, pocos artistas sacaron sus álbumes en este formato debido a que grabar en él resultaba casi prohibitivo.
Por ello, la principal función del minidisc para quienes tuvieron la fortuna de poseerlo fue la de grabar en él discos de los que ya disponían en otros formatos o, bien, usarlo como grabadora de música en vivo. En él era posible regrabar un número casi infinito de veces sin que el sonido sufriera deterioro alguno. En este vídeo podéis ver cómo funcionaba uno de los modelos más populares, el MZ-R70.
El primer reproductor de MP3 fue obra de la casi desconocida compañía coreana SaeHan, pero fue el primer iPod, de 2001, el que revolucionó para siempre el mercado de la música portátil. Igual que Sony en su momento, Apple combinó un diseño elegante con una interfaz intuitiva y una fastuosa calidad de audio. Su precio de lanzamiento, 399 dólares, era algo más elevado que el de sus precursores, pero a cambio ofrecía 5 GB de almacenamiento: esto suponía llevar en el bolsillo… ¡en torno a 100 álbumes! Como era de esperar, la compañía exprimió el filón e inundó el mercado con diferentes líneas de su producto, aunque en la actualidad solo fabrica el modelo Touch.
Música móvil, el hit del momento
No es raro que un chaval de menos de 20 años no sepa muy bien qué es un iPod: en 2019, disponer de un cacharro específico para escuchar música se considera algo propio de carcas, excéntricos o gourmets de los gadgets. ¿Quién necesita algo así cuando es posible reproducir música almacenada en el propio teléfono móvil o, lo que es más habitual, mediante Spotify, YouTube u otras plataformas de streaming? Existe una divertida serie de vídeos llamada ‘Niños reaccionan a la tecnología’, en la que se les entrega a diferentes críos un walkman para observar cómo interactúan con algo que no pertenece a su mundo. Es de esperar que dentro de poco ocurra otro tanto con los reproductores de MP3.
La evolución de estos aparatos ha sido asombrosa. Así pues, ¿todo son ventajas? Es fácil pensar que sí. O que, como reza el famoso adagio, lo que importa no es el continente, sino el contenido. Y la música es la misma, ¿no? En principio, sí, pero nos relacionamos con ella de manera diferente, y esto afecta a la forma en que la percibimos y procesamos en nuestro cerebro.
Por ejemplo, el poseedor de un walkman o un discman podía cargar, como máximo, unos pocos discos en sus bolsillos o mochila, de forma que solía centrarse en escucharlos de cabo a rabo y memorizar sus canciones. Sin embargo, con la introducción de reproductores capaces de almacenar miles de canciones que pueden organizarse a voluntad en listas de reproducción, tendemos a valorar el single por encima del álbum, como en los años 50, y a que nuestra atención se disperse entre cientos de discos. Además, cuando utilizamos nuestro teléfono para escuchar música, evitamos llevar encima otro cacharro, pero, a cambio, la experiencia es menos inmersiva: llamadas, alarmas, sonidos de aviso o la publicidad de los servicios de streaming interrumpen la escucha, ya que no es la principal función del aparato. Cada persona deberá considerar los pros y los contras.
Pero sí que los reproductores de música quedan cada vez más relegados a un nicho relativamente específico. Lo suficiente para que Sony siga sacando gadgets que, bajo el mismo nombre de Walkman, poco tienen que ver con la reliquia que nos cautivó décadas atrás. Y, además de la omnipresente Apple, otras marcas disponen de máquinas de lujo para orejas exigentes y bolsillos bien surtidos. Aunque es difícil saber qué nos deparará el futuro, sin duda seguiremos disfrutando del placer que nos proporciona escuchar música en donde nos venga en gana.
Lo mejor y lo peor de cada dispositivo
Walkman (1979)
- Precio: 200 dólares (700 dólares o 620 euros al cambio actual).
- Tiempo medio de vida (uso casi diario): 4-6 años.
- Lo mejor: la innovación que supuso, su solidez y su encanto.
- Lo peor: escasa capacidad, deterioro de las casetes, rebobinado manual.
Discman (1984)
- Precio: 350 dólares (862 dólares o 762 euros al cambio actual)
- Tiempo medio de vida (uso casi diario): 2-4 años.
- Lo mejor: excelente calidad de sonido, controles digitales.
- Lo peor: frágil, muy sensible al movimiento, escasa batería.
MiniDisc (1992)
- Precio: 750 dólares (1368 dólares o 1212 euros al cambio actual).
- Tiempo medio de vida (uso casi diario): 4-6 años.
- Lo mejor: gran capacidad y calidad de sonido, discos reutilizables indefinidamente, sirve como grabadora de sonidos.
- Lo peor: precio elevado, poca música disponible.
iPod (2001)
- Precio: 399 dólares (578 dólares o 512 euros al cambio actual).
- Tiempo medio de vida (uso casi diario): 5-10 años.
- Lo mejor: gran capacidad, elegancia del diseño, interfaz perfecta.
- Lo peor: es casi imposible arreglarlo, la batería se acorta bastante con el uso.