¿Préstamo o crédito?

Las palabras préstamo y crédito suelen utilizarse, normalmente, como sinónimos por la mayoría de las personas. Sin embargo, en la práctica financiera corresponden a productos distintos.
Por EROSKI Consumer 26 de enero de 2005

La adquisición de una vivienda o de determinados bienes con un precio elevado requiere, generalmente, pedir dinero prestado a una entidad financiera para poder hacer frente al pago inmediato. Las formas más comunes de pedir capital son mediante la solicitud de un préstamo o un crédito bancario. En ocasiones, no se tienen claras las diferencias entre un producto y otro, lo que dificulta la elección de uno de ellos.

La finalidad de la financiación es determinante para optar por un préstamo o un crédito. El mejor producto será el que más se adecue a las necesidades específicas del solicitante. Así, si desea invertir en un artículo del cual se conoce su precio (vivienda, vehículo…) es recomendable el préstamo. Este producto financiero está destinado a la adquisición de bienes de larga duración y en la mayoría de los casos son préstamos personales, que se conceden a particulares para uso privado.

Por el contrario, los créditos son más útiles para profesionales autónomos o empresarios al ayudarles a afrontar las faltas de liquidez momentáneas y porque sus inversiones son en circulante, es decir, en algo que se puede volver a vender. También es mejor el crédito para aquellas personas con ingresos regulares que quieran ir disponiendo del capital según sus necesidades en cada momento.

Financieramente ambos consisten en una prestación de fondos a un tercero durante un periodo de tiempo, pero existen diferencias entre ellos. Un préstamo es el contrato por medio del cual, la entidad bancaria entrega al cliente una cantidad fija de dinero, obligándole a devolver ese capital más los intereses pactados de acuerdo a un calendario fijado de pagos.

En el crédito, la entidad se compromete a poner a disposición del solicitante fondos hasta un límite determinado, bajo unas condiciones y durante un plazo. Los intereses se pagan por las cantidades realmente dispuestas, puesto que el cliente no está obligado a utilizar todo el dinero que se ha puesto a su disposición. Por lo tanto, el resto del capital sigue disponible en la cuenta de crédito sin devengar intereses hasta que no sea utilizado. Los movimientos realizados por el cliente se verán reflejados en una cuenta corriente.

Ventajas e inconvenientes

Como principal ventaja de los préstamos destaca que suelen tener tipos de interés menores, aunque eso sí, se deberán pagar intereses por la totalidad del importe concedido.

La gestión y administración de este producto es más barata y para el consumidor es más clara desde el punto de vista de la aplicación fiscal, previsión de cancelación, etc. Como la amortización se realiza por cuotas regulares ya sea mensual, trimestral o semestralmente el cliente puede organizarse mejor y prever los pagos periódicos.

Para la concesión de un préstamo normalmente se exigen garantías personales o reales. Ya que las condiciones del préstamo están en función de las garantías económicas del cliente, como la nómina y avales financieros.

En cuanto al crédito, la diferencia esencial y principal ventaja con respecto al préstamo es que al final del contrato existe la posibilidad de renovación y ampliación del límite disponible. Además, se puede renovar cuantas veces se necesite. También es posible cancelar parte o la deuda total cuando se desee, lo que provocará una reducción del pago de intereses.

Entre los inconvenientes de este producto está que es más caro que el préstamo y el plazo de amortización es mucho más corto. Al igual que en el préstamo, hay comisiones, pero no son las mismas, porque en el crédito existe la comisión de disponibilidad. Esta comisión se calcula sobre el saldo no dispuesto según unos vencimientos, o suelen existir cláusulas de utilización mínima. Todo ello se debe a que el banco está reteniendo unos fondos para cliente y no le reportan ningún beneficio. Gracias a estas comisiones se evita que el solicitante pida un crédito por una cantidad más elevada de lo que realmente va a necesitar.

Ambos productos pueden formalizarse por intervención de fedatario público o mediante una póliza. Éste último procedimiento es más simple y económico. En algunos casos, como en los préstamos hipotecarios, se exige escritura pública.

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