Los propietarios de mascotas se decantan cada vez más por enterrar o incinerar a sus animales

Un estudio de la OCU demuestra el gran civismo de los españoles a la hora de deshacerse de sus compañeros fallecidos
Por EROSKI Consumer 29 de septiembre de 2002

María Puchol regenta en compañía de su sobrina Esther un cementerio para mascotas en Viver, un municipio valenciano situado en los límites de Teruel y Castellón. Es un gran espacio de siete hectáreas, con árboles, paseos y la tranquilidad propia de un cementerio. Allí, la gente deposita ramos de flores en el lugar donde reposan sus mascotas, una costumbre aún poco arraigada en España, que marcha en esto muy por detrás de los países de su entorno.

En París, por ejemplo, un cementerio de animales de compañía compite con el famoso camposanto de Montmatre, por citar uno, y está presidido por la estatua de un «san bernardo», en reconocimiento de las vidas que salvó. Todavía son escasos los lugares donde las mascotas reposan en condiciones parecidas a los humanos, aunque esta práctica se va extendiendo con cierta rapidez.

Una encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) cifra en el 2% el porcentaje de propietarios de animales domésticos que entierra a sus compañeros en cementerios habilitados para ello. Un tercio de los dueños afirma que los sepulta en terrenos de su propiedad; un 26% los cubre con tierra en solares públicos, y un 6% lo tira directamente a la basura. Finalmente, otro tercio se lo entrega al veterinario para que, por unos 35 ó 40 euros, se deshaga del cuerpo.

«Los veterinarios estamos obligados a confirmar que los cadáveres son incinerados o sepultados en buenas condiciones, porque está prohibido arrojarlos en un vertedero, y menos en un espacio público», afirma Manuel Villa, que trabaja en una clínica canina en Alicante. No siempre sucede así, ni los responsables de las clínicas veterinarias son tan responsables. De hecho, las autoridades están investigando las causas de la aparición en una escombrera de la provincia de varios cadáveres de perros, por los que sus propietarios abonaron una cantidad a cambio de que fueran incinerados.

«Habría que fomentar el uso de los cementerios, y no lo digo por mi negocio, sino porque es un riesgo enterrar un cuerpo en un descampado o en un jardín: puede contaminar los acuíferos o ser exhumado por otro animal. Además, generalmente son sepultados sin recubrirlos de cal viva», se lamenta María Puchol.

De la mismo opinión es Cristina Olmeda, de la OCU, quien considera que «el cuerpo de un animal es un peligro, aunque los datos sugieren que la situación no es preocupante». Los responsables de las asociaciones protectoras no están tan de acuerdo y se muestran extrañados ante el hecho de que, tras años de gastar dinero en la mascota, un ciudadano no asuma una última inversión para deshacerse del cuerpo en condiciones.

«La gente quiere un animalito que haga monerías y lo que no entiendo es que, si no lo has abandonado en vida, lo hagas cuando muere», se queja María Dolores Caballero, de El Refugio, en Alicante. «Después de vivir con él le tienes cariño, así que es mejor gastarse el dinero en incinerar el cadáver o sepultarlo, en lugar de dejarlo en cualquier parte», coincide José Luis Jarrío, de la sociedad protectora de Cantabria.

Pero, ¿es caro un enterramiento? En el cementerio de la protectora de Sevilla, en Mairena de Alajarafe, el alquiler de los nichos durante tres años asciende a cien euros. Abrieron el área de enterramiento en 1982, aunque el centro funciona desde 1970. «Tenemos unas 300 tumbas y la demanda va creciendo», asegura Francisco Hernández, responsable del recinto. La asociación sevillana gestiona también una incineradora, en la que quemar un cadáver cuesta 115 euros, aunque las cremaciones colectivas son más baratas.

Sucede lo mismo en La Valleja, en la localidad cántabra de Liencres. Incinerar un único perro porque los amos quieren conservar las cenizas cuesta 90 euros, y entre 20 y 42 -según el tamaño- cuando se queman varios. Las tumbas de hormigón, profundas y con un sistema de drenaje, cuestan unos 390 euros, más una cuota anual de mantenimiento de 30 euros.

Su propietario, Francisco Alonso, sostiene que las instituciones deberían prestar mayor atención hacia la forma en la que clínicas y particulares eliminan los cuerpos de los animales, porque «pueden ser un foco de insalubridad». Francisco Hernández mantiene una opinión similar, y pone en duda que se incineren tantas mascotas muertas «porque no hay hornos suficientes en España».

Sigue a Consumer en Instagram, X, Threads, Facebook, Linkedin o Youtube