Entrevista

«No hay ningún superalimento que cure el cáncer»

Jara Pérez, científica del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición del Centro Superior de Investigaciones Científicas (ICTAN-CSIC)
Por Francisco Cañizares de Baya 10 de noviembre de 2022
superalimentos Jara Pérez
Imagen: Jara Pérez
En los supermercados encontramos cada vez con más frecuencia alimentos y productos a los que se le atribuyen cualidades extraordinarias. Por Internet circulan incluso dietas basadas en estos superalimentos para curar enfermedades graves como el cáncer. ¿Esta moda tiene alguna base científica? Jara Pérez Giménez, investigadora del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición del Centro Superior de Investigaciones Científicas (ICTAN-CSIC), lo aclara en el libro ‘Los superalimentos’, publicado dentro de la colección ‘Qué sabemos de?’ que edita el CSIC. Sus investigaciones se centran en el estudio de los compuestos beneficiosos de los alimentos de origen vegetal. En esta entrevista desmonta mitos sobre la incorporación de los superalimentos a la dieta y apela a la importancia de divulgar el conocimiento científico relacionado con la nutrición para que se incorpore a la cultura general.

¿Existen los superalimentos?

Aunque los encontramos muchas veces en las estanterías de los supermercados y en los medios de comunicación, el término no está definido. Ni los investigadores han acordado qué es ni hay legislación que haya regulado qué requisitos debe reunir un alimento para definirlo como superalimento.

Si no existen como tal, ¿por qué se usa tanto el término?

Por una combinación de factores. Hay un elemento de marketing, el prefijo ‘súper’ es atractivo y las empresas se aprovechan de él para introducirlo en sus productos. Por otra parte, también existe un deseo en algunos consumidores de buscar soluciones sencillas. Resulta más estimulante que nos digan “tómate esta infusión todos los días” o “añade un puñado de chía a tu dieta diaria porque vas a estar mejor de salud” a que nos recomienden comer garbanzos y naranjas.

A algunos superalimentos se les atribuyen propiedades que parece que tuvieran en exclusiva. Por ejemplo, a las bayas de goji el efecto antioxidante. ¿Las tienen en mayor proporción que otros alimentos?

Los antioxidantes son compuestos beneficiosos para la salud y se encuentran presentes en todos los alimentos de origen vegetal. A veces, se promocionan algunos superalimentos, como las bayas de goji, cuyo contenido en antioxidantes es similar al de las ciruelas. No quiere decir que estas bayas sean malas, pero cada consumidor debe elegir, según sus preferencias, nivel económico u otras razones, si recurre a unos alimentos más novedosos o a otros más habituales. Lo que tiene que quedar claro es que a través de los alimentos tradicionales podemos tomar los antioxidantes que requerimos.

¿A cuáles podemos recurrir?

Los encontramos distribuidos en todas las frutas, pero son especialmente ricas en antioxidantes las frutas rojas. En este grupo podemos pensar en especies más novedosas, como los arándanos, pero también en una tan tradicional como la uva tinta. Asimismo, cabe recurrir a los frutos secos, ricos en estos compuestos, o al cacao puro. También están presentes en algunas legumbres, sobre todo, las que son oscuras, como la judía pinta o el frijol.

¿Hay supuestos superalimentos que pueden dañar la salud?

El consumo de algunos puede ser equivalente a los alimentos tradicionales, son saludables, pero no nos añaden nada. Hay otros que están en un nivel neutro, y un grupo que pueden llegar a ser perjudiciales. Un ejemplo es la sal rosa del Himalaya. Independientemente de dónde provenga, es sal, un componente cuyo consumo debemos reducir en nuestra alimentación. Nadie debería pensar que por estar tomando sal rosa puede aumentar la cantidad que emplea, porque puede tener un efecto muy negativo en la salud.

Ahora proliferan productos con la etiqueta ‘détox’ como si el organismo no tuviera mecanismos para deshacerse de lo que pueda resultarle perjudicial. ¿Tienen algún sentido?

Nuestro cuerpo dispone de sus propios sistemas de desintoxicación. El hígado, los pulmones o los riñones son los encargados de deshacerse de compuestos que puedan tener algún efecto tóxico. No existe una justificación de los productos ‘détox’ porque no existe esa acumulación de toxinas que nuestro cuerpo deba eliminar. Es más, estos productos pueden ser perjudiciales.

¿En qué sentido?

En el libro comento el caso que se dio en Alemania de un consumo muy elevado de verduras de hoja verde. A ciertas dosis son un alimento estupendo que debemos incluir en nuestra alimentación. El problema es cuando una persona toma todos los días un batido de un kilo de espinacas crudas. Entonces es peligroso, porque ciertos compuestos que están presentes en esa verdura se asocian al calcio y pueden dar lugar a la aparición de piedras en el riñón.

La última moda es el ‘agua cruda’, la procedente de manantiales que no se ha filtrado ni tratado. ¿Es mejor que el agua que sale del grifo?

Que ahora se promueva el agua cruda supone un paso atrás de centenares de años. Hay que recordar que los procesos de potabilización del agua han sido uno de los mayores avances que hemos tenido en la historia de la humanidad porque han permitido mejorar nuestra esperanza y calidad de vida. Estos procesos han hecho posible que sea apta para el consumo humano sin tener que estar expuestos a infecciones. No tenemos por qué recurrir al agua cruda ni a aguas minerales. Tampoco tiene sentido optar por aguas marinas, también muy de moda, que paradójicamente tienen que diluirse con agua normal para que no tengan efectos perjudiciales. El agua de grifo es la mejor «superagua» que podemos encontrar.

Muchos superalimentos son caros. ¿Hay alguna relación entre el precio y sus potenciales efectos?

Que nadie piense que un alimento es mejor por ser más caro. En el libro pongo un ejemplo de dos listas de la compra para poder cumplir los requerimientos diarios de fibra. Una está basada en superalimentos y otra en productos tradicionales, y el precio de la primera es cuatro veces superior al de la segunda.

En un capítulo del libro advierte del peligro de atribuir efectos curativos a algunos alimentos. ¿Qué efectos puede tener en enfermedades como el cáncer?

Es peligroso para la salud porque no hay ninguna dieta ni ningún superalimento que cure el cáncer. Conviene insistir en esto porque puede haber personas que abandonen tratamientos validados por otros alternativos, como las dietas anticáncer, que no tienen base científica alguna. Eso hay que distinguirlo del efecto que la dieta tiene en la prevención de la enfermedad. Es indudable que, según la alimentación que sigamos, aumentan o disminuyen las probabilidades de desarrollar determinados tumores. Aunque esa evidencia no nos da la seguridad de que, siguiendo determinado tipo de dieta, no vayamos a tener cáncer.

A pesar de lo que se habla de nutrición, ¿tiene la impresión de que la cultura relacionada con este ámbito sigue en mantillas, incluso en personas de nivel cultural alto?

Es algo que reflejan las encuestas, lo hemos visto también con el movimiento antivacunas. Paradójicamente, nos encontramos con que hay grupos que tienen un nivel de estudios avanzado, pero defienden en mayor medida asuntos que no están validados científicamente. Es muy importante que se haga una labor de divulgación en distintos ámbitos insistiendo en cómo se construye la evidencia científica. Ese es un punto clave. Hay personas a las que es suficiente darles unas nociones básicas de nutrición, pero a otras, que tienden a un nivel de criticismo que puede resultar excesivo, es necesario explicarles cómo se construye la evidencia científica en nutrición.

Esa evidencia científica ha cambiado la consideración nutricional, por ejemplo, del huevo, pero, ¿esos cambios pueden generar desconcierto?

Efectivamente. Por eso es muy importante que los investigadores y los organismos públicos trasladen la idea de que se da una recomendación nutricional según el conocimiento existente en ese momento. Cuando en su día se dijo que había que reducir el consumo de huevo, no fue por una idea arbitraria que apareciera en la cabeza de unos investigadores, sino que, según el conocimiento que había entonces, tenía sentido esa recomendación, y con las investigaciones posteriores se ha modificado. Eso no justifica que alguien coma lo que le parezca por no fiarse de las recomendaciones.

Por encontrarle algún aspecto positivo, ¿el interés que despiertan los superalimentos puede poner de manifiesto el valor que para muchas personas tiene seguir una dieta sana?

Ese es el punto positivo. El que recurre a estos alimentos es porque está buscando un beneficio en salud. Sin embargo, hay que señalar que lo importante no es el superalimento que pueda tomar, sino el conjunto de su alimentación. Si alguien me dijera: ‘Tomo diariamente semillas de chía, ¿estoy comiendo bien?’, no podría contestar a la pregunta sin conocer su alimentación completa.

¿Cómo debería ser?

En la dieta tienen que primar los alimentos de origen vegetal y los poco procesados, y debe haber más proteínas de fuentes vegetales que animales. Si además esa persona de la que hablábamos toma semillas de chía, está incluyendo un extra sobre una base saludable. Si hace esa dieta y no introduce superalimentos, da igual porque ya está siguiendo una buena dieta. Si en lo que come hay un alto contenido de azúcares, de harinas refinadas, productos procesados, etc., añadir superalimentos no le va a servir de nada.

¿Qué recomendación general daría, entonces, sobre los superalimentos?

Es una elección personal. Introducirlos en la dieta o no depende de cada uno, pero debe quedar claro que no nos están proporcionando nada adicional. Una persona puede tomar alimentos comunes y llevar una dieta óptima porque al final lo que importa es la alimentación global.

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