En el otoño de 1918, España sufrió la peor epidemia de gripe de la historia, también conocida como «gripe española». La pandemia fue debida a un virus gripal tipo A (H1N1), probablemente de origen aviar, y se extendió por todo el mundo en pocos meses. Está considerada como una de las epidemias más letales de la historia de la humanidad. Se calcula que hubo entre 50 y 70 millones de muertos en todo el planeta.
Ahora, un equipo de investigadores del Hospital Clínic y de la Universitat de Barcelona, dirigido por el epidemiólogo Antoni Trilla, ha analizado los factores que favorecieron la expansión de la «gripe española». En su opinión, este trabajo, publicado en la revista «Clinical Infectious Diseases», puede ayudar a establecer pautas de actuación en caso de una nueva pandemia infecciosa, como podría ocurrir con la gripe aviar.
Las estimaciones oficiales situaron la mortalidad debida a la gripe en España (1918-1919) en unas 169.000 personas. Sin embargo, empleando una serie de índices habituales para calcular la mortalidad directa e indirectamente relacionada con la enfermedad, los autores de este estudio indican que se pudo llegar a la cifra de 260.000 fallecidos, lo que supone prácticamente el 1,5% de la población total española en esa época. Esta mortalidad se concentró principalmente en el periodo septiembre-noviembre de 1918 y supuso que la población de España tuviese un crecimiento neto negativo ese año, hecho solo repetido en el año 1936.
El virus responsable de la epidemia, reconstruido en 2005 a partir de muestras de cadáveres de nativos Inuit fallecidos en Alaska, en realidad no se originó en nuestro país. España, al ser un país neutral en la I Guerra Mundial, no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias. Por ello, «es probable que esa fuese la razón para atribuir, sin fundamento epidemiológico sólido, un origen ‘español’ a la epidemia», sostienen los investigadores. Creen que es posible que la enfermedad se introdujese en España a partir del tráfico de trabajadores españoles y portugueses que se desplazaban masivamente hacia los campos franceses cercanos a los campamentos militares.
Errores cometidos
Los científicos barceloneses destacan algunos aspectos de interés para comprender la reacción de los españoles y de las autoridades sanitarias de la época, que pueden tener relevancia en caso de enfrentarnos a una nueva pandemia. Así, por ejemplo, las autoridades tardaron más de cinco meses en declarar formalmente la epidemia y los servicios de salud se vieron desbordados por el elevado número de casos.
Ni el curso escolar ni el universitario se iniciaron con normalidad; se suspendieron algunas actividades públicas pero otras no, sin criterio, lo que favoreció en algunos casos la diseminación de la epidemia, como sucedió en Zamora y otras ciudades al celebrarse actos religiosos masivos «para invocar la misericordia divina».
En Barcelona, por ejemplo, se tuvo que solicitar la ayuda del ejército para transportar y enterrar a los muertos en octubre de 1918. Los periódicos de la época, como es el caso de La Vanguardia, dedicaban sus primeras páginas a las esquelas, y tenían una sección fija denominada «La epidemia reinante».