El bisturí se ha sumado al repertorio de los «reality shows» de la televisión estadounidense gracias a «Extreme makeover» («Transformación radical»). La cadena ABC ha encontrado en la cirugía estética la manera de ampliar su audiencia, además de una cantera de 20.000 voluntarios a dejarse intervenir ante las cámaras y a que la dolorosa reforma corporal sea exhibida sin pudor. Una metamorfosis con sangre y dosis de controlado sufrimiento para conseguir el cuerpo perfecto que la publicidad y los medios venden como objetivo crucial de la existencia.
No por casualidad la revista «The Economist» abandonó su serie de portadas sobre Irak, el terrorismo y el presidente Bush para consagrarla al negocio de la belleza con un editorial titulado «El derecho a la belleza». El sector genera no menos de 160.000 millones de dólares al año. Desde Hollywood a Nueva York, la industria del entretenimiento estadounidense ha contribuido de forma decisiva a crear un canon de belleza para consumo interno y para la exportación.
Los anuncios de cirugía estética y transformación a la carta proliferan de costa a costa, pero también su coste, de ahí que los ejecutivos de la ABC hayan buscado la manera de introducir el bisturí en lo que se presenta como una nueve fuente de negocio después de explorar la supervivencia en una isla o en una casa plagada de ojos electrónicos. Como comenta un despacho de la agencia alemana DPA, en «Transformación radical» «no hay perdedores. Los candidatos siempre se ven al final mejor que al principio». En Internet se puede rellenar el exhaustivo cuestionario para participar en el programa respondiendo a preguntas tan pertinentes como los antecedentes penales y acerca de qué parte de su cuerpo le resulta menos grata al portador.
Después de la creciente aceptación de los primeros capítulos, la ABC ha encargado otros 13 y empieza a acariciar ofertas para vender el nuevo filón a emisoras extranjeras. La metamorfosis se produce en un lapso que va de las seis a las ocho semanas y es registrado minuciosamente por las cámaras, montado y resumido en una hora (con sustanciosas interrupciones publicitarias). El momento cumbre de una operación que suele costar entre 40.000 y 150.000 dólares, en función de los arreglos en labios, pómulos, orejas, nariz, pechos, caderas y salva sea la parte, es cuando los voluntarios son mostrados al mundo con su nueva imagen.
Amy Taylor, una confitera de supermercado que fue sometida al cambio de nariz, dientes e incremento del pecho con implantes de silicona, declaró a cámara descubierta: «Estoy inmensamente agradecida. Hicieron realidad mi sueño».
Maquillaje y vestuario, además de la iluminación, contribuyen a hacer del momento de la «revelación» toda una puesta en escena. En un intento de recalcar la parte de realidad y ciencia del espacio, su productor, Howard Schultz, declaró a «USA Today» que «Extreme makeover» muestra la verdad de las operaciones estéticas, la verdad del bisturí: «De lo contrario, sería una trivialización. Debemos mostrar los dolores que experimentan estas personas».