El proyecto catalán de dispensar de forma controlada cannabis para aliviar los síntomas de enfermedades graves como el sida, la esclerosis múltiple o el cáncer ha vuelto a reabrir el debate del uso de la marihuana. Un estudio del Instituto Catalán de Farmacología recoge la experiencia de 50 enfermos que recurrieron al cannabis para mejorar su calidad de vida.
El trabajo, publicado en la revista «Medicina Clínica», pone sobre el papel los miedos y las inseguridades de los enfermos que recurren a una sustancia ilegal. El estudio confirma, además, que existe una proporción desconocida de pacientes que recurre al cannabis «sin conocer la dosis ni la pauta de administración adecuada».
Los expertos del Instituto Catalán de Farmacología, que dirige Joan Ramón Laporte, reclaman ensayos clínicos que evalúen la eficacia de extractos estandarizados de cannabis. Y, entre tanto, «más información, tanto para los pacientes como para el personal sanitario que los atiende». Ayer también la Federación Española de Cáncer de Mama reclamó estudios clínicos que definan la eficacia del cannabis como tratamiento paliativo.
Dosis muy variables
Las conclusiones de este pequeño estudio se basan en entrevistas telefónicas realizadas a 50 pacientes de cáncer y enfermedades neurológicas de entre 30 y 74 años que consultaron al Instituto Catalán de Farmacología sobre la utilización del cannabis para combatir sus síntomas. De todos los pacientes, el 70% empleó marihuana aunque sólo el 17% había utilizado cannabis con anterioridad. Una de las razones más argumentadas entre quienes no la usan es la dificultad para obtenerlo.
Los resultados también muestran que más de la mitad de los enfermos (63%) mejoraron al menos de uno de sus síntomas: náuseas, vómitos, dolor y espasticidad. Una tercera parte de los enfermos con cáncer también mejoraron su estado de decaimiento, apetito y problemas para conciliar el sueño.
La vía de administración utilizada con mayor frecuencia fue la oral, salvo en los pacientes más jóvenes que optaron por el cannabis fumado. En el estudio también se vieron dosis muy variables. Un 70% presentaron al menos un efecto secundario (somnolencia, euforia…), pero todos los pacientes lo consideraron beneficioso.
Sin embargo, la mitad abandonó el tratamiento porque no podían soportar el olor o el humo de la marihuana, por problemas para encontrar la dosis eficaz, por bajadas de tensión o por ingresos en el hospital debido a su enfermedad. No hubo efectos indeseados graves y sorprendentemente sólo un 13% de los pacientes tratados no informó a su médico que tomaba «cannabis» por miedo al «qué pensará».