Más de 100.000 niños huérfanos en Ruanda ejercen de cabezas de familia en unos 42.000 hogares, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Se trata de menores, explica Unicef, que perdieron a sus padres por varias razones. Muchos de ellos fueron asesinados durante el genocidio que terminó en 1994 y que dejó un balance de 800.000 muertos, mientras que otros han muerto de sida y otros están en prisión por crímenes relacionados con la masacre.
El organismo internacional denuncia esta situación en vísperas de la celebración, mañana, de un día internacional de reflexión sobre el genocidio de Ruanda, en el que la ONU ha pedido guardar un minuto de silencio para recordar a las víctimas.
«El impacto de la tragedia simplemente no pudo ser peor. Los niños y niñas de Ruanda fueron testigos de una violencia inexplicable. Decenas de miles de ellos perdieron a sus padres y a sus madres. Miles fueron víctimas de una brutalidad horrible y de violaciones», apunta la directora ejecutiva de Unicef, Carol Bellamy.
Muchos, continúa Bellamy, se vieron «obligados a participar en operaciones militares y a cometer actos de violencia contra su voluntad». Otros fueron encarcelados después del genocidio y un número importante de menores sufre un trauma emocional a causa de estas experiencias.
Unicef ha querido recordar las labores que desarrolla en este país para mejorar la salud y la educación de los niños ruandeses. Así, apoya a las familias dirigidas por niños aportando «material escolar, asesoramiento, formación profesional y otras actividades que puedan generar ingresos», además de prevenir el contagio del sida a través de la educación y facilitar la inmunización contra enfermedades que se pueden prevenir.
