No estoy preparado para ser padre… ¿Lo estaré alguna vez?

Los hombres que han sido padres coinciden en que nunca se está preparado para serlo, sino que se aprende durante la propia paternidad
Por Cristian Vázquez 2 de septiembre de 2015
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Imagen: kalinovsky

A menudo se escucha a hombres decir que todavía no están preparados para ser padres. Sin embargo, los que ya han tenido hijos afirman que nunca se está preparado y que es algo que se aprende solo de una manera: con la experiencia de serlo. Este artículo repasa algunas de las principales satisfacciones y temores de la paternidad, explica por qué solo al ser padre se aprende a serlo y cómo las hormonas preparan al varón para esta nueva etapa, la de un aprendizaje permanente.

Satisfacciones y temores de la paternidad

La frase se escucha muy a menudo de boca de muchos hombres: «Todavía no estoy preparado para ser padre«. Pero ¿alguna vez lo estará? ¿Llega un momento en la vida de un hombre en que pueda decir «sí, ahora sí estoy preparado»? Tal vez haya algunos casos, pero la mayoría de los padres niegan que sea así como funciona. En general, coinciden en que «nunca se está preparado para ser padre» y en que no hay otra manera de aprender a serlo que recorrer el camino de la paternidad.

La paternidad es un desafío que viene acompañado de satisfacciones. Entre ellas se encuentran ideas como la de sentirse un verdadero adulto, madurar o dar sentido a la vida. Es decir, «aspectos que resaltan las repercusiones de convertirse en padre sobre la identidad y el sentido de la propia vida», según un artículo publicado por los expertos estadounidenses Jay Belsky y Joan Vondra.

Las consecuencias de la paternidad -explican estos mismos autores- están relacionadas con la «diversificación del autoconcepto y el enriquecimiento de la propia identidad», ya que aparece una nueva faceta: el yo como padre. Sin embargo, junto con estos aspectos positivos que generan los deseos de ser padre, el varón experimenta miedos y la sensación de que no está preparado para afrontar esa nueva etapa.

Solo al ser padre se aprende a ser padre

«No hay un momento en el que digas: vale, ya estoy preparado, ya he hecho el examen de padre», afirma Nabil Canyelles, padre bloguero de Hijitis Aguditis. «A mí me decían esa frase típica -cuenta-: ‘Hasta que no eres padre y no lo vives, es imposible que sepas qué significa o el amor que se siente por un hijo’. Y hasta ese momento tienes la duda: ¿Soy capaz de ser padre? ¿Puedo con esto?».

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Imagen: 40weeks_ua

«Nunca se está preparado», afirma David Lay, responsable del blog Y Papá También. «La paternidad es una aventura para la que nadie te prepara. Desde el momento en que te dicen que vas a ser papá tu vida da un giro completo. Te metes en un remolino de sensaciones con continuos cambios. Pasas de la alegría a la tristeza, del nerviosismo a la tranquilidad, de la preocupación al sosiego, y mil sensaciones más», confiesa.

¿Qué pasa cuando por fin nace el bebé? En teoría, es el momento de comenzar a aplicar todos los conocimientos adquiridos durante el embarazo. Pero la práctica es bien distinta. «Cada minuto es una experiencia nueva, cada segundo pasa algo para lo que no estás preparado», explica Lay, quien compara esa etapa con un ejercicio de «supervivencia extrema», ya que exige una constante adaptación al medio para sobrevivir a la aventura.

Canyelles, por su parte, recurre a otra metáfora: «El bártulo que llevas en la espalda»; es decir, la experiencia personal, todo lo aprendido a lo largo de la vida. Y describe las sensaciones del padre cuando por fin ve a su pequeño: «Pues no ha cambiado nada, soy yo mismo, con toda mi experiencia y mi bagaje personal y mis vivencias, y ahora tengo que administrar eso de la mejor manera posible«.

Las hormonas preparan al hombre para la paternidad

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Imagen: Nina Matthews

Y sin embargo, algo sí ha cambiado en el hombre que se encuentra con su bebé. Eso al menos es lo que dice la ciencia.

Durante la gestación, el varón experimenta cambios a nivel hormonal que lo preparan para la paternidad. Un estudio realizado por expertos de la Universidad de Queen’s, en Ontario (Canadá), detectó que, cuando sus parejas están embarazadas, los hombres tienen menores niveles de cortisol (la llamada «hormona del estrés») y de testosterona, además de mayor cantidad de estradiol, una hormona que influye en el comportamiento maternal.

También después del nacimiento del niño se ha comprobado -lo hizo una investigación realizada en Estados Unidos y Filipinas- que se produce una reducción en los niveles de testosterona (la hormona «masculina» por excelencia), sobre todo en los padres que dedican al menos tres horas al cuidado de sus hijos. Incluso en una cuestión que se asocia al «instinto maternal» (reconocer el llanto del bebé propio entre muchos otros lloros parecidos), los varones que habían pasado mucho tiempo junto a sus bebés tuvieron -según otro estudio– un grado de acierto similar al de las mujeres.

La paternidad, un aprendizaje permanente

Como no hay otra manera de aprender a ser padre que experimentar la propia paternidad, sería un poco absurdo que un hombre esperara a sentirse preparado, porque ese momento no llegaría nunca. La preparación es algo que se adquiere de forma progresiva desde que el varón comienza a pensarse como padre, un aprendizaje que dura años, lustros, quizá la vida entera.

Tanto es así que incluso muchas veces la experiencia de haber tenido un hijo no sirve de mucho en el momento de criar al segundo. Ante el segundo embarazo, “lo primero que piensas es: ‘Tranquilo, ya está todo controlado, esta vez no voy a ir tan loco’ -cuenta David Lay-. Y después resulta que no, todo lo contrario: las cosas son totalmente diferentes, lo que tenías aprendido con el primero no te sirve con el segundo. Esto te sirve para seguir creciendo como persona, ya que tienes que volver a adaptarte”.

Así como los especialistas en crianza con apego insisten en la importancia de que las madres confíen en su instinto para cuidar del bebé, el mismo consejo vale para los hombres: el instinto ha de guiarles en el aprendizaje de la paternidad. Sin exigirse demasiado, porque eso perjudica a su autoestima como padres, sino valorando el esfuerzo y procurando dar lo mejor de sí.

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