Entrevista

Roderic Guigó, bioinformático de la Universidad Pompeu Fabra

«En genética lo importante es quién y de qué modo va a decidir lo que es moralmente aceptable»
Por Kima Ganivet 20 de noviembre de 2006
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Va pasando el tiempo y sobre el genoma humano se ignora mucho más de lo que se conoce. A pesar de tener la secuencia descrita desde hace cinco años, todavía no se ha aclarado cuantos genes hay y, lo que es peor, se desconoce gran parte de la función de los ya descubiertos y de sus posibles interacciones. El problema, resume Roderic Guigó, es que disponemos de un montón de letras, pero aún no es posible formar todas las palabras ni mucho menos las frases del código genético. «Nos cuesta mucho leer el genoma humano», insiste. Guigó trabajó con Craig Venter en Celera Genomics y hoy es de los pocos científicos españoles que participa activamente en programas internacionales de secuenciación e identificación genómica. Su punto fuerte, desarrollado en su grupo de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, es la puesta a punto de software para la identificación de genes, instrumento que le ha llevado a participar ahora del proyecto Encode, el más ambicioso de cuantos existen para leer nuestro código genético.

Mucha gente esperaba que a estas alturas habría resultados tangibles sobre el genoma humano, pero no parece ser el caso. ¿Qué está ocurriendo?

Es verdad que al principio se generaron muchas expectativas, todos pensábamos que teniendo la secuencia del genoma descifrada avanzaríamos mucho más rápido, pero no ha sido así. Lo cierto es que pecamos de arrogancia, pero también lo es que empezamos a disponer de tecnología que nos permite explorarnos a nosotros mismos con un nivel de detalle sin precedentes.

Conocernos a nosotros mismos es justamente el gran objetivo que se persigue.

En efecto, pero estamos muy lejos aún de poder saber como somos. En cualquier caso, sí podemos afirmar que, por fin, estamos en el inicio del camino. Al menos, desde el punto de vista biológico. En los próximos años muchas incertidumbres podrán resolverse mejor, podremos saber como el ambiente y la genética juegan para determinar cómo somos y porque somos como somos. Es probable que no podamos resolverlo de forma objetiva, pero sí que vamos a poder plantearlo objetivamente.

¿Y ante esa posibilidad el científico siente cosquilleo o tal vez miedo?

Los científicos, en general, creemos que conocer mejor como es el mundo es positivo. Conocernos incluso mejor a nosotros mismos, es mucho mejor. Por razones médicas, pero también por otras muchas. El conocimiento es satisfactorio.

A pesar de todo.

«Estamos aprendiendo a leer el genoma, a formar palabras y frases con los 3.000 millones de pares de letras de nuestro código»

Cuando lees los periódicos no sabes exactamente en qué dirección avanza el mundo, si evolucionamos en positivo o si por el contrario estamos en fase de regresión. Pero hay un aspecto en el que claramente se avanza: en el conocimiento científico y tecnológico. Cada vez sabemos más y entendemos que nos queda mucho por entender. Y cada vez más, al mismo tiempo, somos capaces de controlar los factores de nuestro entorno. Hay un progreso claro.

Pero a menor velocidad de la prevista. ¿No se habrán metido en un laberinto?

No es una línea recta. Y hay muchas idas y vueltas. Pero la dirección es la buena. Tal vez la estrategia para llegar a cada punto deba redefinirse, pero vamos a donde debemos.

Una de las fórmulas para llegar a puerto es el proyecto Encode. ¿Cómo anda?

El proyecto Encode, financiado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos, es uno de los más importantes en este momento en genómica. Tenemos la secuencia del genoma y queremos saber qué hay en ella, cómo leerla. Como no tenemos ni idea, desde los NIH se escogió un 1% de la secuencia. En ese porcentaje se han probado las distintas herramientas para leer el genoma. En primer lugar, para ver las regiones funcionales. Llevamos ya tres años.

¿Con qué resultado?

Estaba definida como fase piloto, es decir, un punto a partir del cual abordar el resto. Pero se está viendo que es muy complejo incluso ese 1%. La biología es más complicada de lo que creíamos. De ahí que ahora estemos en una extensión de esa parte del proyecto. Dicho de otro modo, dado que ya tenemos las letras, se trata de agruparlas en palabras y frases. Y nos está costando mucho. De momento se trata de definir las partes funcionales, los dominios que hay que leer.

¿Y hay sorpresas?

Pues sí. Estamos viendo cosas inesperadas como el splicing, el plegamiento de proteínas, el mundo del ARN. A medida que vamos avanzando no solo no llegamos a puerto sino que vemos que estamos más lejos de lo que habíamos calculado. El objetivo continúa siendo algo borroso, pero eso es fruto de la arrogancia humana. Pensábamos que conocíamos mucho del genoma y de cómo su secuencia codifica, pero resulta que no.

Lo mismo está ocurriendo en otros campos fronterizos de la nueva medicina. Nunca acaba de suceder lo que se anuncia profusamente en los medios.

«El conocimiento actual permite empezar a definir las características biológicas de nuestros hijos, y eso entraña nuevas responsabilidades morales»

Nuestra ignorancia, aunque a veces disfrazada de arrogancia, es honesta. Cuando se publicó la secuencia del genoma creíamos que íbamos a ir más deprisa. Y han pasado ya cinco años y todavía no sabemos cuantos genes hay. Por otra parte, es cierto que como todo lo que estamos haciendo es muy caro, se busca su impacto en los medios y en la sociedad, lo que hace generar expectativas. Y no faltan los egos.

¿Y los recursos?

También, y de eso debe ser consciente la sociedad. Dedicamos a la ciencia, en los países más avanzados, del 2% al 3% del esfuerzo de una nación. Y en el en este campo de la nueva medicina no creo que supere el 0,5% del PIB de las naciones más avanzadas. Es un esfuerzo pequeño en términos relativos. Tal vez algún día lleguemos a la conclusión de que conviene hacer menos carreteras, o invertir menos en ejército o en policía o en tener una segunda residencia, e invertir más en ciencia.

En el fondo, según dice, es una cuestión de prioridades.

Pues sí. Y es la sociedad la que decide. Los recursos son los que son, y aunque parezcan grandes, son finitos. Si la sociedad decide que hay que tener dos o tres coches por familia y una segunda residencia en lugar de destinar parte de su dinero a investigar en biomedicina u otras áreas, es su decisión.

Será porque lo que cuenta es lo tangible y los resultados inmediatos.

Sí, y lo entiendo. Pero hay que ser conscientes que el esfuerzo que cuesta construir una carretera implica formar a ingenieros, técnicos y emplear un montón de recursos. Es la sociedad la que decide en qué dirección nos movemos. Los avances en ciencia, y en todos los campos, dependen de la inteligencia. Cuanta más gente pongas a pensar más avanzaremos. Y cuantos más recursos metamos para que estas ideas se plasmen en cosas reales, mejor que mejor.

Mal lo pinta porque, además, hay quien pone objeciones morales al avance. Ahí está el caso de las células madre.

De entrada, resulta imposible poner límites a la curiosidad de las personas. Por otra parte, el dinero que empleamos los investigadores que estamos en el sector público procede de los impuestos que pagan los ciudadanos. Si los ciudadanos no quieren que se investigue en una determinada dirección, por muy equivocado que nos pueda parecer, difícilmente podrá hacerse de otro modo.

En la era de la globalización eso parece misión imposible.

A mi también me lo parece. Pero lo cierto es que en la defensa de la vida humana se tiende a extremos que, a mí entender, rozan lo ridículo. Entender que una célula es equivalente a una persona me parece excesivo. Y más si tenemos en cuenta que investigar en este campo puede llevar en un tiempo a mejorar la calidad de vida de millones de personas.

Quizás la solución sea llegar a acuerdos para explicar, ni que sea de forma artificiosa, procesos naturales. Por ejemplo, ¿puede la ciencia explicar cuando empieza efectivamente la vida?

Hay quien considera que la vida empieza cuando el óvulo es fecundado por el espermatozoide y se forma el núcleo con las condiciones genómicas de padre y madre. Tal vez sea el único punto en el que el antes y el después se diferencia claramente, algo que no ocurre durante el embarazo. Pero una vez oí que, aunque eso sea cierto, a la hora de dar valor moral a las cosas nadie duda de que matar a una ballena para comérsela sea más grave que cortar un roble de 300 años. Y todo el mundo sabe que no es lo mismo para los padres un aborto al mes que a los nueve meses o la muerte del niño a los tres años. Moralmente tampoco es lo mismo.

Tal vez dependa de la finalidad. Si de lo que se trata es de prevenir o curar una enfermedad mortal, nadie suele cuestionar la manipulación genética.

Es muy complicado. Para curar el cáncer, en efecto, nadie pone reparos. El caso es decidir dónde situamos el límite entre las necesidades individuales y las colectivas.

Se están viendo genes asociados a la depresión o a la adicción. Es posible que se decida no pasar de ahí, es decir, no manipular genes de conducta o de la felicidad.

No hace falta ir tan lejos. Imaginemos que tienes un hijo con un coeficiente de inteligencia bajo y que puedes modificarlo mediante una alteración genética. ¿Qué haces? En el fondo estás permitiendo a los padres escoger como van a ser sus hijos, algo que hasta ahora no era posible. Decidir las características biológicas de los hijos entraña un paquete de responsabilidades nuevas.

¿Cree que está empezando a pasar con el conocimiento disponible?

De algún modo sí. Ya se seleccionan embriones sin enfermedades específicas o que puedan actuar como posibles hermanos terapéuticos. También es posible seleccionar el sexo. Tal vez sea una forma más sofisticada y civilizada de escoger como queremos que sean nuestros hijos.

¿Inquietante?

Nos da más poder y más responsabilidad. Tenemos mayor capacidad para decidir, saber cómo serán nuestros hijos dejará de ser una lotería. Pero también hay que ser realistas. Antes se apartaba o eliminaba a los enfermos mentales. En algunos casos, ahora ya lo estamos haciendo a través del diagnóstico prenatal. El índice de niños nacidos con Síndrome de Down ha caído en picado. ¿Es negativo o positivo? Lo que sabemos es que, simplemente, no llegan a nacer.

¿Lo llamaría prevención genética?

Pues sí, evitamos que ocurra algo. El caso es decidir quien tiene el control. En una sociedad plenamente democrática cabe confiar en que las cosas no irán nunca en una dirección demasiado extrema. Me siento optimista.

LA VARIABILIDAD IMPENSADA DEL GENOMA

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En 2001, cuando las revistas Science y Nature publicaron simultáneamente los primeros borradores del genoma humano, la primera obtenida por un sector privado rampante capitaneado por Craig Venter y la segunda de la mano del sector público, con Francis Collins a la cabeza, se anunciaron incontables avances médicos que iban a surgir del conocimiento de los genes. Cinco años después todavía se especula sobre el número de genes y todo un mundo oculto de información al principio está empezando a aflorar.

Sin ir más lejos, el que cuenta las diferencias existentes entre las personas. Según un extenso estudio publicado por Nature por un consorcio de investigadores británicos, canadienses, españoles, estadounidenses y japoneses, la diferencia podría rondar los 20 millones de nucleótidos entre una persona y otra. Ni más ni menos que diez veces más lo pensado hasta ahora. El trabajo viene a evidenciar que no hay una secuencia única para el genoma humano, sino varias, y que las diferencias se agrupan en unas 1.400 regiones distintas de nuestro código genético.

Otros muchos trabajos, algunos de ellos de referencia, han situado la diferencia entre el código humano y el de algunos animales en un minúsculo 1% al 12%. Desde el ratón al chimpancé, pasando por el pollo, la vaca o el cerdo. Las diferencias crecen a medida que se separan los árboles filogenéticos en cada especie. Pese a ello, y a la diferencia de genes que pueda tener cada una de ellas, el porcentaje de similitudes y equivalencias entre buena parte de los seres vivos continúa siendo asombrosamente alto.

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