Entrevista

Francisco Cervantes, hematólogo del Hospital Clínic, de Barcelona

Detrás de un tumor siempre hay una alteración genética que le da origen y le permite progresar
Por Jordi Montaner 6 de octubre de 2009
Img francisco cervantes
Imagen: CONSUMER EROSKI

Francisco Cervantes es especialista en la investigación de síndromes linfoproliferativos, como linfomas y leucemias linfoides crónicas. Estas últimas -enfermedades malignas de la médula ósea- se caracterizan por un cúmulo de linfocitos en la sangre, médula ósea, ganglios linfáticos, hígado y bazo. Estos linfocitos tienen una morfología normal, pero funcionan de manera anómala. Es la leucemia más frecuente en los países occidentales y supone el 30% de estas patologías. Afecta sobre todo a hombres mayores de 60 años; la incidencia aumenta con la edad. Durante los dos últimos años, el tratamiento de la leucemia mieloide crónica ha experimentado en Europa un giro sustancial. El experto lo adjudica a la puesta en marcha del programa EUTOS y a la inauguración de un registro de pacientes telemático. Los avances clínicos no son sólo el fruto de la acción directa de nuevos agentes, sino de una mejor organización de las informaciones disponibles.

¿Qué avances ha logrado en los últimos años la investigación de la leucemia mieloide crónica?

Desde hace siete años disponemos de un fármaco idóneo para tratar esta enfermedad. Es un inhibidor selectivo de la tirosina denominado mesilato de imatinib. Sin embargo, los resultados no se seguían hasta ahora de forma eficaz: en Europa había una amplia variación en la frecuencia y método de análisis de las muestras moleculares, además de un acceso limitado a las pruebas de concentración sanguínea por parte de los pacientes.

¿Qué es el EUTOS?

EUTOS son las iniciales de “European Treatment and Outcome Study”. Es un programa puesto en marcha hace dos años y que persigue cuatro objetivos: crear un registro de pacientes para seguir la incidencia y tratamiento de esta leucemia, poner en marcha la monitorización molecular necesaria para controlar el estado de la enfermedad, promover pruebas de concentración sanguínea para optimizar el tratamiento y educar a los médicos para homogeneizar la excelencia terapéutica en todo el viejo continente.

¿Funciona este programa?

Hoy tenemos monitorizados los resultados del tratamiento de la leucemia mieloide crónica en 25 países. Más de 2.850 pacientes (sobre una población diana de 3.400) forman ya parte del registro. Hay 26 laboratorios que efectúan pruebas sanguíneas, pero se prevé que intervengan hasta 200. Además, un análisis preliminar de muestras de un millar de pacientes permitió conocer que alrededor de un 58% de quienes responden mal al tratamiento tienen concentraciones demasiado bajas de imatinib. Por último, se han llevado a cabo cursos de formación en los que han participado 1.500 hematólogos de toda Europa.

¿Qué queda por conseguir?

En el terreno del cáncer de origen mieloide hemos encabezado la investigación de nuevos agentes inhibidores de la tirosincinasa, como dasatinib o nilotinib. En cuanto al complejo grupo de cánceres hematológicos (síndromes mieloproliferativos), la Organización Mundial de la Salud nos ha encomendado establecer nuevos criterios diagnósticos de estas enfermedades. También desde el EUTOS se investigan los mecanismos de la trombosis en los enfermos con síndromes mieloproliferativos crónicos.

Para combatir muchos cánceres se depositan las esperanzas, de una parte, en la identificación precoz de la población de riesgo y, de la otra, en el empleo de vacunas.

“Un tratamiento dirigido permite disminuir el ritmo de progresión de la enfermedad y conseguir una supervivencia cada vez más prolongada”

Esas esperanzas son limitadas para los enfermos con síndromes mieloproliferativos. Primero, porque es imposible saber quién está en riesgo y quién no. Se trata de un riesgo genético, pero no hereditario. En cuanto a la vacuna, necesitaríamos disponer de tantas diferentes como pacientes (cada enfermo requeriría una vacuna particular, distinta de las otras) y la opción, aunque posible, se antoja poco sensata.

¿Qué significa que el riesgo sea genético y no hereditario?

Por debajo de cualquier tumor siempre hay una alteración genética que le da origen y que, además, le permite progresar. La leucemia mieloide crónica es un tumor ocasionado por una alteración genética bien conocida. Este gen, que interviene en la adhesión celular, favorece la salida de células tumorales de la médula ósea a la sangre periférica. En realidad, los cánceres en humanos se caracterizan porque determinados tejidos celulares adquieren características de malignidad que vienen condicionadas por una anomalía genética, que no hereditaria, en su ADN.

¿Pero el patrón es el mismo en todos los portadores de esa anomalía?

No, el tiempo hasta la progresión del tumor es muy variable de unos pacientes a otros. Mientras unos progresan pocos meses después del diagnóstico, otros permanecen estables durante cinco o diez años.

¿Cómo se actúa entonces?

Tratamos de identificar a los pacientes que van a presentar una rápida progresión y que podrían beneficiarse de una terapia precoz.

¿En qué medida la introducción de un nuevo tratamiento permitió a los hematólogos conocer mejor este tipo de leucemia?

Inauguramos el siglo XXI tratando a los pacientes con quimioterapia, interferón y trasplante de médula ósea. Con este primer inhibidor, identificamos a una diana molecular y aprendimos a manejar tratamientos dirigidos. Estos tratamientos inhiben el crecimiento de células cancerosas sin dañar las células normales. Como consecuencia, la supervivencia de la leucemia mieloide crónica mejoró de manera sustancial.

¿Ha variado la situación siete años después?

Con un seguimiento más prolongado con este tratamiento, los resultados han sido tan buenos que han hecho desaconsejar el trasplante en pacientes con leucemia mieloide crónica. Se ha reservado sólo para los casos de resistencia al fármaco, que por ahora son muy pocos.

¿Afecta esta mejora a la supervivencia?

A medida que pasa el tiempo, el ritmo de progresión de la enfermedad es cada vez menor, un dato que indica que la supervivencia media, que era de cinco a seis años, será en el futuro muy prolongada.

CROMOSOMA FILADELFIA

La leucemia mieloide crónica afecta a uno de cada 100.000 europeos. Es una de las cuatro formas más frecuentes de leucemia. La enfermedad es el resultado de una anomalía en las células pluripotenciales de la médula ósea. Esta anomalía se concentra en un gen defectuoso, denominado cromosoma Filadelfia, que es el patrón para una proteína que interviene en el control de la producción de glóbulos blancos (leucocitos). Se desarrolla casi siempre de forma muy lenta y afecta con mayor frecuencia a personas de mediana edad y ancianos. Es muy rara en niños.

La introducción de imatinib, según Francisco Cervantes, supuso el primer tratamiento capaz de contrarrestar el efecto pernicioso del cromosoma Filadelfia. Actuó de manera eficaz en pacientes con leucemia mieloide en fase crónica resistentes o intolerantes a interferón, el tratamiento anterior de referencia.

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