Alcohol e insuficiencia cardiaca

Expertos señalan que cantidades moderadas de alcohol protegen frente a episodios cardiacos incluso en personas con insuficiencia cardiaca
Por Jordi Montaner 27 de septiembre de 2006

En la insuficiencia cardiaca el corazón no es capaz de enviar suficiente sangre por las arterias ni de recibir la correspondiente de las venas. Pequeñas cantidades de alcohol administradas de forma regular protegen contra la insuficiencia cardiaca; mientras que un consumo excesivo puede provocar esta enfermedad. La clave está en la cuantía.

Son datos muy recientes. Los investigadores del Cardiovascular Health Study, con Chris L. Bryson a la cabeza, han emitido un comunicado en el que rubrican que cantidades moderadas de alcohol reduce la incidencia de insuficiencia cardiaca y de infarto, «incluso entre pacientes con insuficiencia cardiaca e historia de infarto de miocardio». Según el equipo de expertos estadounidense, esas cantidades moderadas de alcohol excitan suficientemente a las células cardiacas para evitar su muerte programada (o apoptosis). «Del mismo modo que cantidades abusivas de alcohol allanan el tránsito de muchos suicidas hacia la muerte, cantidades moderadas evitan que las células cardiacas lleguen a suicidarse», observaba el cardiólogo Valentín Fuster hace un par de años, en el transcurso de una conferencia en la que vaticinaba esta evidencia científica a partir de unas observaciones puntuales del equipo de Colucci en Nueva York.

Alcohol y corazón

La insuficiencia cardiaca es una afección grave que dispara el riesgo de muerte súbita de un paciente. La recuperación depende en buena medida de la causa objetivada, la edad y la capacidad de tolerancia al ejercicio por parte del enfermo. Se trata de una enfermedad con elevada morbimortalidad y una tasa de ingresos hospitalarios elevadísima. En la mayoría de los casos, el corazón acaba dañado y es incapaz de recuperar su función normal; sin embargo, muchas formas de insuficiencia cardiaca se controlan bien con medicamentos y la afección puede permanecer estable por muchos años con agudizaciones ocasionales. A medida que la capacidad de bombeo del corazón disminuye, el resto del cuerpo no recibe suficiente oxígeno y, especialmente al hacer ejercicio, el paciente experimenta una fatiga intensa. Además, la presión en las venas del pulmón aumenta, lo que puede ocasionar una acumulación de líquido y la aparición de edema, con la consiguiente dificultad para respirar.

Las principales causas de insuficiencia cardiaca son la cardiopatía isquémica (angina de pecho e infarto de miocardio) y una hipertensión mal controlada prolongada en el tiempo. También destacar, aunque no son las causas más importantes en la aparición de insuficiencia cardiaca, el efecto negativo del consumo excesivo de alcohol (que daña las fibras musculares del corazón), un estrechamiento de las válvulas cardiacas, hipotiroidismo e infección del músculo cardiaco.

Los síntomas de insuficiencia cardiaca pueden mejorar con un marcapasos que regule el ritmo del lado derecho y del lado izquierdo del corazón

Se estima que la enfermedad incide en un 2% de la población general, pero su incidencia es mucho mayor en el subgrupo de edad avanzada. Aunque no es un trastorno exclusivo de la gente mayor; en muy pocos casos, la insuficiencia cardiaca se da en niños con defectos cardiacos congénitos o infecciones víricas. Sus síntomas son una dificultad para respirar con regularidad, palpitaciones, pulso rápido o irregular, tos, fatiga, debilidad y aumento de peso como consecuencia de una retención de líquido en los tejidos y disminución del gasto urinario (oliguria). Los niños pueden experimentar una pérdida de hambre llamativa, pérdida de peso y retraso en el desarrollo. Aunque existen pautas de tratamiento farmacológico eficaces y con beneficio contrastado en ensayos clínicos, cuando la función disminuye de manera preocupante los médicos optan, en algunos casos, por la implantación de un desfibrilador.

Los estudios han demostrado también que los síntomas de insuficiencia cardiaca pueden mejorar con un tipo especial de marcapasos que regula el ritmo tanto del lado derecho como del lado izquierdo del corazón. La opción se denomina terapia de re-sincronización cardiaca y consiste en la inserción de un marcapasos bi-ventricular en el cuerpo del paciente. En algunos casos seleccionados puede estar indicado el trasplante cardiaco. Cuando el paciente recibe tratamiento farmacológico, los médicos deben advertirle de la posibilidad de efectos secundarios tales como una hipotensión, mareos o desmayos, dolor de cabeza, tos crónica, niveles bajos de electrolitos y dificultad para mantener relaciones sexuales. La sal y las comidas preparadas o enlatadas que basan en el sodio su capacidad de conservación están contraindicadas en esta enfermedad, por cuanto pueden ocasionar que el cuerpo retenga agua. Algunos pacientes requieren asimismo suplementos de potasio.

¿Vino o cerveza?

Con independencia de que un consumo moderado de alcohol pueda favorecer la prevención de episodios graves, es importante que el médico tenga conocimiento del tal hábito; puesto que, en algunos casos, el alcohol puede interferir con los medicamentos. Al igual que ocurre con la sal, algunos antiinflamatorios como el naproxeno o el ibuprofeno pueden agravar un cuadro de retención de líquidos.

Un vaso de vino acompañando comidas y cenas, o dos botellines de cerveza al día, bastan para garantizar esa función protectora del alcohol en la insuficiencia cardiaca. Las bebidas de alta graduación no están recomendadas. Los médicos pueden calcular los g ingeridos a lo largo del día y, adecuándolos al peso del paciente y el estado de la enfermedad, determinar su potencial beneficio. El equilibrio, sin embargo, es muy delicado. El alcohol, en definitiva, actúa como un tóxico en las células cardiacas y son raros los bebedores compulsivos que no tengan una salud cardiaca comprometida.

UNA DROGA LEGAL

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El alcohol es la droga legal más consumida en el mundo entero, pese a que su abuso genera graves y costosos problemas tanto sociales como de salud. Hablamos de un depresor del sistema nervioso central. El cuerpo humano sólo puede metabolizar de 10 a 15 mL de alcohol por hora y concentraciones mayores pueden poner en riesgo la salud, llegando al extremo de causar coma o incluso muerte. El tiempo necesario para que un trago alcance la concentración máxima en la sangre varía de 25 a 90 minutos. Los efectos son de sobra conocidos: desinhibición y excitación, aumento de la frecuencia cardiaca, dilatación de los vasos sanguíneos e irritación gastrointestinal.

Cuando el alcohol alcanza su mayor concentración en sangre, los centros nerviosos superiores del cerebro se deprimen, afectando primero el habla y luego a la capacidad de raciocinio. Se ven alterados al mismo tiempo el equilibrio, la coordinación motora, la visión y la escucha. A más alcohol se ven también afectados los centros nerviosos inferiores, alterando la respiración y los reflejos espinales. Los músculos exteriores experimentan una elevada tensión a fin de evitar caídas. Al llegar a una intoxicación etílica en toda regla, crece el peligro de entrar en coma y morir por una depresión respiratoria.

‘Controlar’ el hábito puede no ser ninguna virtud. Quienes beben reiteradamente sin alcanzar la típica borrachera no dejan de dañar el organismo por medio de una irritación perpetuada del estómago, depauperación de las células cardiacas, trastornos del ritmo o incluso insuficiencia cardiaca. El daño causado se extiende también a las células del hígado, pudiendo desencadenar una cirrosis. Aun sin emborracharse, los bebedores de alcohol más pertinaces pueden desarrollar con el tiempo trastornos neurológicos del tipo de una pérdida de la memoria, deterioro del aprendizaje, inflamación de los nervios o el llamado síndrome de Korsakov (tendencia a la fabulación, sustitución de recuerdos por invenciones).

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