La salvia es una planta de tronco ramoso y hoja perenne con propiedades medicinales que apenas supera el medio metro de alto. Los tallos erguidos de este ejemplar se encuentran recubiertos de pelos cortos, al final de los cuales se agrupan las flores que poseen una corola bilabiada de color azul violáceo.
Las hojas oblongadas son aterciopeladas, de un verde apagado o pálido, y pueden llegar a alcanzar los 10 centímetros de longitud. Desprenden un reconocido olor y también tienen pelos en el envés.
Este ejemplar perteneciente a la especie de las labiadas es oriundo de la Europa mediterránea y es muy empleado por la industria farmacéutica y por la medicina tradicional por sus reconocidas propiedades curativas.
La salvia inhibe la producción de sudor y saliva (además de la secreción láctea, por lo que no la deben consumir las madres lactantes). Es antiespasmódica y carminativa (reduce los gases intestinales). Como antiséptica, se recomienda masticar una hoja fresca, para combatir el mal aliento. Reduce el nivel de glucosa en la sangre y ejerce un discreto efecto de regulación del ritmo cardíaco.
Hay que sembrar las semillas de esta planta a principios de primavera, para que en los meses comprendidos entre junio y agosto (ambos inclusive) se produzca la floración. Una vez ésta haya finalizado es oportuno realizar una poda para que la salvia mantenga la forma deseada. Deberá situarla en un lugar protegido del viento y sobre un suelo que abonará mensualmente con sustancias orgánicas y minerales.
Apenas precisa humedad, por lo que bastará con regarla una vez cada dos semanas, excepto en los meses de floración en los que requiere una atención semanal. Lo más adecuado es ofrecerle una exposición directa al sol durante todo el año, salvo en verano, donde en las horas en las que el calor es mayor conviene mantenerla ligeramente resguardada.
