Las malas prácticas de las entidades bancarias han florecido en las últimas fechas, con la aparición de productos muy complejos que requieren de ciertos condicionantes para su desarrollo y, además, precisan un mayor grado de conocimiento por parte de los clientes bancarios. En el artículo que sigue, se detalla que, para evitar situaciones indeseadas, conviene leer con atención y entender todas las claúsulas de los contratos, desconfiar de los productos con rentabilidades excesivas o buscar antes asesoramiento profesional.
Medidas preventivas ante las malas prácticas de los bancos
Son numerosas las familias que han perdido sus ahorros por culpa de las malas prácticas de bancos y cajas. Les han colocado los productos que se les exigía vender cada mes, a pesar de ser contrarios a los intereses de los clientes. En los últimos años, ha florecido una amplia oferta de propuestas para la inversión que han sobrepasado las opciones tradicionales ya existentes (depósitos, cuentas de ahorro y corrientes, deuda del Estado…), de las que se conocía a la perfección y previamente su plazo de permanencia, la rentabilidad concreta que se iba a obtener y las condiciones para mejorarla.
Desde hace unos años han aparecido productos de difícil comprensión para el ahorrador medio
Pero, desde hace unos años, han aparecido una serie de productos bancarios más complicados: depósitos (estructurados, indexados, garantizados, etc.), obligaciones subordinadas, pagarés bancarios o fondos de inversión garantizados son algunos de ellos. Son productos de difícil comprensión para el inversor medio y requieren cierta cultura financiera.
Nicholas Taleb, autor del libro ‘El Cisne Negro’, es tajante al afirmar que «los ciudadanos no deberían depender de activos financieros o de consejos ‘potencialmente erróneos’ de expertos para su jubilación», para al final recomendar que «deben preocuparse por sus propios negocios (que pueden controlar) y no por sus inversiones (que están fuera de su control)».
No es preciso ser tan radical para hacer frente a las malas prácticas bancarias. Puede bastar seguir unos sencillos y claros consejos:
Quien brinda el producto es un vendedor, cuya misión es comercializarlo entre sus clientes. En numerosas ocasiones no tiene mayor grado de conocimiento, ya que no es especialista en los mercados a los que van dirigidos los productos (hipotecas, estructurados, fondos de inversión, etc.). Los usuarios deben buscar una opinión independiente y cualificada, y si no lo tienen claro, es mejor no firmar el contrato y optar por otros modelos más sencillos y tradicionales.
Puede que entre productos bancarios similares, haya alguno cuya estructura sea menos complicada y más acorde al perfil de inversor del ahorrador. Por tanto, no hay que suscribir el primero que se brinde. Se debe analizarlos con detenimiento y, una vez acabado este proceso, decantarse por el que mayor seguridad ofrezca.
Para evitar riesgos, hay que desconfiar de los productos que dan una rentabilidad excesiva, pues es muy probable que sus condiciones sean muy duras. No conviene dejarse llevar por ese reclamo y hay que asesorarse antes de suscribirlos.
Antes de firmar un contrato, el cliente de un banco debe leer con detenimiento todas las cláusulas (incluida la letra pequeña) y, de no entenderlas o tener dudas, pedir explicaciones a la persona que quiere vender el producto en cuestión. Si no son convincentes, habrá de buscar el asesoramiento de un experto.
Lo habitual es que en los bancos se trate con gestores cuya única misión sea vender el producto. Se puede buscar un consejo más fiable a través de los departamentos especializados (plan de pensiones, valores, fondos de inversión, etc.) que tienen la mayoría de entidades bancarias. También, en caso de duda, se puede requerir la opinión de alguna asociación de consumidores o plataforma de usuarios.
Debe primar la seguridad y evitar productos muy complejos que puedan poner en peligro los ahorros. No merece la pena arriesgarse por unos cuantos puntos porcentuales en los tipos de interés.
Hay que aprender a tener una mayor cultura financiera a través de una formación más profunda que sirva para diferenciar entre varios productos de similares características. De no ser así, es mejor decantarse por productos y servicios bancarios seguros. No merece la pena arriesgar en fórmulas que no se tengan asimiladas.
No firmar bajo ningún concepto el contrato de algún producto o servicio bancario que no se tiene muy claro o cuyas cláusulas pueden generar muchas dudas.
Hay que tener mucho cuidado con depositar o invertir todos los ahorros en un solo producto bancario que ofrezca muchas complejidades en cuanto a su desarrollo. Una fórmula para evitar la posible evaporación del capital consiste en diversificarlo.
No hay que fiarse de todas las propuestas que presente el banco o caja de ahorros, pues se pueden encontrar ofertas más atractivas en la competencia.