Dislexia

Se estima que afecta a uno de cada diez niños, muchos de ellos no diagnosticados que la padecerán durante toda la vida
Por Azucena García 20 de febrero de 2006

Albert Einstein y Alexander Graham Bell tenían algo más en común que su amor a la ciencia y un nombre que empezaba por ‘a’: eran disléxicos. Un trastorno que compartían con otros personajes tan conocidos como Walt Disney, Thomas A. Edison y Leonardo da Vinci, y que afecta al 10% de la población. Los especialistas aseguran que la dislexia no se puede diagnosticar hasta que el niño tiene entre cinco y ocho años, pero advierten de que todavía hoy muchos casos pasan desapercibidos disfrazados como problemas de hiperactividad o fracaso escolar. Las dificultades a la hora de leer y escribir que presentan los disléxicos suponen una importante traba para el aprendizaje y se traducen en un sobreesfuerzo académico que no se ve reflejado en las calificaciones. Como consecuencia, el niño pierde la autoestima y es frecuente que la dislexia se asocie con problemas de depresión en los menores.

Cómo detectarla en el niño

La dislexia es una dificultad específica para aprender a leer y escribir. Su incidencia en la población se estima en un 10%, con un 4% de extremadamente disléxicos y un 6% de mediana o moderadamente disléxicos, y se trata de un trastorno que acompaña durante toda la vida a quien lo padece. Asegura José Ramón Gamo -logopeda, neuropsicólogo y director del Centro de Atención a la Diversidad (CADE)- que los niños disléxicos “tienen una capacidad intelectual media o por encima de la media”, aunque reconoce que la dificultad en la comprensión de los escritos les acarrea un retraso de aprendizaje de dos años con respecto al resto de sus compañeros. “Por tanto, antes de los ocho años es imposible diagnosticar el problema. Éste es un aspecto fundamental porque se suelen cometer muchos errores en la detección de las dificultades lectoras en niños menores e identificarlas como dislexias”, señala.

Cómo detectarla en el niño

Para la psicóloga infanto-juvenil Helena Alvarado, la dislexia se puede detectar antes del acceso a la ‘lectoescritura’. “De hecho -afirma-, a los cuatro o cinco años hay una serie de síntomas que pueden servir de indicadores de alarma para los padres”. Estas señales son aquellas que están relacionadas con el nivel de comprensión y lenguaje del niño ya que, especifica Alvarado, “es habitual que a los cuatro años un niño hable con fluidez y tenga una capacidad lingüística que, en el caso de los niños disléxicos, no se produce”. “Además -prosigue-, estos niños suelen tener problemas en el momento de memorizar canciones, problemas de ritmo, falta de concentración e, incluso, les cuesta hacer un puzzle por muy sencillo que sea”.

El origen de la dislexia no está claro. Parece radicar en una alteración neurobiológica, una disfunción cerebral, que en más de la mitad de los casos es hereditaria y obliga, por lo tanto, a estudiar la historia de los progenitores antes de tratar a su hijo en la consulta del especialista. “Siempre hay que preguntar a los padres si hay alguna historia similar en un familiar cercano”, ratifica Helena Alvarado. Por su parte, Mireia Golobardes y Elisenda Jardí, del centro Cedipte-psicologia, explican que “las dificultades de lectura en los niños están causadas por un déficit en el procesamiento perceptivo”, mientras que “los problemas para aprender a leer están causados por una dificultad para adquirir y almacenar en el cerebro el recuerdo visual de las palabras y las letras”. Precisamente, esta disfunción es la que dificulta la tarea de acceder a leer palabras, tanto las que son conocidas o muy frecuentes y se pueden reconocer por la ortografía (dislexia visual o dislexia ortográfica), como las palabras menos frecuentes pero que se leen traduciendo los sonidos de las letras que las componen (dislexia fonológica) o ambas (dislexias mixtas).

Todas estas características derivan en una serie de síntomas como son la dificultad en el reconocimiento de las palabras, su invención, omisión, confusión o inversión de algún sonido o letra, como la ‘d’ por la ‘b’, o la ‘p’ por la ‘q’. Además, aunque no hay dos niños disléxicos iguales, según recuerda Alvarado, otras características que presentan son la falta de habilidad para recordar nombres; diferente manera de coger el lápiz, que presionan demasiado sobre el papel; dificultad para atarse los cordones, patinar o montar en bicicleta; mantienen mal el equilibrio; tienen mala memoria a corto plazo pero excelente a largo plazo; oído muy fino; dificultad para realizar operaciones matemáticas o aprender a manejar el reloj; mala orientación; sueño muy ligero o muy profundo; gran curiosidad y creatividad. Una multitud de detalles descritos aunque, subrayan desde la Asociación Dislexia y Familia (Disfam), “en la actualidad la dislexia continúa siendo la gran desconocida y no existe una legislación que ampare a los niños y niñas con dislexia en el marco educativo“.

Dificultad en la escuela

A menudo, los niños disléxicos suelen tener problemas académicos derivados de la dificultad para el aprendizaje. Son niños inteligentes pero que necesitan que les enseñen de un modo diferente al tradicional. Por eso es habitual que obtengan bajas calificaciones en la escuela y que los padres o profesores piensen que se trata de un caso de fracaso escolar. La psicóloga Helena Alvarado advierte en este sentido que cuando un caso no se ha detectado a tiempo, las consecuencias se empiezan a ver en secundaria, etapa en la que se resaltan las dificultades que ya había en primaria, de manera que el sobreesfuerzo que realizan los niños es entonces mayor para rendir adecuadamente. “En cada clase de 40 niños podría haber un niño disléxico, y actualmente no se ha diagnosticado un disléxico en cada clase”, continúa la psicóloga.

Por el contrario, cuando el caso está diagnosticado y el niño sabe por qué debe esforzarse más que el resto de sus compañeros, “este sobreesfuerzo no es tomado en consideración desde el momento en que acabamos normalizando la situación del alumno y olvidándonos de su dificultad”, asegura Alvarado. “A un niño invidente no le daremos nunca un libro que no esté en braille, sin embargo, un niño disléxico debe recordar a más de un profesor qué es lo que padece y cuáles son las cosas que no puede hacer adecuadamente. Los cambios de curso, y más notoriamente los cambios de ciclo, se viven como un ‘volver a empezar’ y rememorar de nuevo las dudas y temores sobre sus dificultades, lo que aumenta el estrés y disminuye el rendimiento. La falta de comunicación entre profesionales de la educación y familia agrava esta situación”,

La falta de comunicación entre profesionales de la educación y familia agrava esta situación

advierte.

En otras situaciones puede ocurrir lo contrario y que en lugar de realizar un sobreesfuerzo las personas con dislexia presenten falta de atención debida a la falta de motivación por no poder aprender al mismo ritmo que el resto. Las psicólogas Mireia Golobardes y Elisenda Jardí explican cómo esta desmotivación se puede confundir en el aula con comportamiento pasivo y/o de aburrimiento del niño. “Además -agregan-, el reforzamiento positivo y apoyo que reciben de los padres, profesores y otros compañeros puede influir en que se sienta inferior y tenga o no ganas de intentarlo y esforzarlo”.

“Generalmente, cuando una persona sin dificultades de aprendizaje rememora su infancia escolar suele recordar momentos significativos, como representaciones teatrales, excursiones o viajes de estudios, los juegos y recreos, etc., todos ellos positivos en su mayoría y carentes de vivencias angustiosas. Sin embargo, los niños disléxicos manifiestan de manera espontánea vivencias negativas reiteradas por todos y argumentan con mucha seguridad que quien no vive el trastorno y la situación que comporta, no es capaz de comprenderlo en toda su magnitud”, describe Helena Alvarado.

Este ambiente de descontento es creado en gran parte tanto por el profesor que desconoce lo que le ocurre al niño y no le presta la ayuda que necesita, como por los compañeros, que se burlan de él por sus bajas calificaciones. “Además, los profesores y el resto de niños no siempre comprenden comportamientos misteriosos en los alumnos con dificultades de lectura y escritura, como son el hecho de que el alumno parece tener días en que lee bien y días que lee mal. Por ejemplo, un día puede leer bien la palabra ‘primavera’ y otro leer ‘princesa’, o leer ‘tarmiva’ en lugar de ‘tranvía’. Odian leer”, matizan Golobardes y Jardí.

El apoyo de la familia siempre es necesario

El principal apoyo de los niños disléxicos es siempre la familia. Es muy importante que se sientan queridos y entendidos por sus seres más cercanos y que estos no les reprochen su rendimiento escolar. Según la Asociación Dislexia y Familia, “cuando empieza a aflorar el problema, se suele crear una relación muy tensa con la familia. El niño normalmente tiene malas calificaciones en la escuela y la palabra esfuerzo no es sinónimo de ningún resultado positivo. Estas presiones influyen negativamente en su relación con los demás y el niño empieza a pensar que es ‘tonto’, ya que a pesar de realizar un esfuerzo, es incapaz de aprender las enseñanzas más básicas como leer, escribir o las tablas de multiplicar. La familia y la escuela suelen etiquetarlo de vago y de no poner interés en lo que hace. En ese momento el niño pierde algo muy importante para su desarrollo: la autoestima”.

Para Helena Alvarado, la autoestima se pierde incluso antes de llegar a la adolescencia. “De hecho, el 80% de los niños que llegan a la consulta tienen problemas de trastornos asociados. Hay niños con seis y ocho años que tienen rasgos depresivos. Si no se tratan estos síntomas, pueden desencadenar en un bloqueo del niño, que hace que niños de siete años digan que se quieren morir”, asevera la psicóloga, para quien es necesario que los menores sean escuchados tanto por padres como por maestros para que todos comprendan qué es lo que les pasa y, por lo tanto, “puedan darles más rápidamente soluciones específicas”.

Cuando el caso no está diagnosticado y quienes le rodean se muestran convencidos de que el niño es “mal estudiante”, los padres suelen castigarles con la lectura obligatoria de libros y textos, lo que produce el efecto contrario que se desea en un principio, ya que obligar a un disléxico a leer es “como forzar a leer a un miope sin gafas y esperar que así se compense su alteración visual, esté contento y motivado por ello”, ejemplifica Alvarado.

Por ello, la actitud de los padres es fundamental en el tratamiento de la dislexia.

La actitud de los padres es fundamental en el tratamiento de la dislexia

Es importante que acudan a un psicólogo para que determine la causa de la dificultad en el aprendizaje de su hijo y que se pongan cuanto antes medidas para superarla. No obstante, hay que tener en cuenta que comportamientos sobreprotectores hacia los hijos tampoco resultan positivos para éstos, ya que deben aprender a afrontar su problema. El papel más importante que tienen que cumplir los padres de niños disléxicos es el del apoyo emocional, que entiendan la naturaleza de su problema de aprendizaje y que hagan todo lo que puedan por ayudarlo.

“Muchas veces los padres que han tenido dificultades similares y que han padecido en la escuela son los que tienden a ejercer una presión mayor, consiguiendo un fin totalmente opuesto al pretendido. Conviene que admitan su preocupación y compartan con el niño los problemas que tuvieron. Esto hace que el niño se sienta aceptado”, manifiesta Helena Alvarado, para recordar lo negativo que puede resultar también que los padres comparen al niño disléxico con sus hermanos u otros niños sin problemas.

Ayudar a corregirla

La dislexia no se supera nunca. Se padece durante toda la vida, pero sí existen algunos mecanismos para, al menos, corregirla y conseguir que los disléxicos sean capaces de leer un texto, escribirlo y comprenderlo. La terapia de aprendizaje puede durar de dos a tres años y comienza con el diagnóstico del problema. Para ello, indican Mireia Golobardes y Elisenda Jardí, hay que descartar:

  • Un coeficiente intelectual normal (igual o superior a 85).
  • Defectos de visión y audición.
  • Discapacidades neurológicas o físicas graves.
  • Oportunidades adecuadas para aprender.
  • Nivel de lectura inferior al de otras áreas relevantes.

Si se cumplen estas condiciones, es probable que el niño no sea disléxico, es decir, si su coeficiente intelectual es normal o tiene defectos en la visión o audición, puede ser que ahí resida la causa por la que le cuesta más aprender. Lo mismo ocurre si tiene una lesión cerebral o física, si no cuenta con las condiciones idóneas para aprender o si su nivel de lectura no es bueno pero sí el que presenta en otras materias, ya que a un niño disléxico le cuesta aprender todas las materias en general.

El director del Centro de Atención a la Diversidad, José Ramón Gamo, con amplia experiencia en el tratamiento de personas con dislexia, explica que el tratamiento tiene como objetivo corregir la dificultad a la hora de leer. “Se consigue reeducar al paciente en la dislexia enseñándole rutas de lectura que sean eficaces para entender lo que se lee. Si tenemos una dislexia de tipo auditivo, en la que el niño no escucha mal sino que no reconoce los sonidos de las letras, se interviene en la conciencia fonológica, en la capacidad que tenemos de identificar los elementos de una oración. Luego, se le enseña a identificar las sílabas que constituyen una palabra e identificar los componentes de sonido de cada palabra, a deletrear”, describe.

El siguiente paso consiste en enseñar “rutas para leer las distintas palabras” mediante el reconocimiento ortográfico. “Fundamentalmente, se da al paciente mucho volumen de vocabulario visual, para que el niño tenga esos patrones de ortografía almacenados. Luego se trabaja la mecánica lectora, que incluye un ritmo adecuado o una correcta entonación, fundamentales para la comprensión lectora. En paralelo, se va aumentando el volumen de vocabulario escrito, ya que el oral es adecuado para que aprendan a identificar las palabras cuando las ven escritas y se entrena la adquisición de este vocabulario para que no lo pierdan”.

Por último, cuando el niño sabe reconocer los sonidos y la ortografía de las palabras se trabaja la parte escrita y se le ayuda a emplear frases cada vez más complejas y bien estructuradas para el desarrollo un discurso, ya sea un texto narrativo o sintetizado. “En los colegios, solicitamos siempre que el examen sea escrito, como el del resto de compañeros, y que luego se confirme con un examen oral. Esto les ayuda porque a veces confunden la pregunta a la que están contestando, porque no entienden el enunciado, y cuando tienen que expresar las ideas de lo que han aprendido en un tiempo escrito y con tiempo limitado, el estrés para ellos es mayor, no organizan o desarrollan las ideas y los textos parecen incompletos. Por eso siempre se recomienda hacer un contraste para saber si el contenido está incompleto o es que no se ha entendido”, indica José Ramón Gamo.

Por su parte, desde Disfam se apuesta por ser respetuoso con todo tipo de alumnado y basar el aprendizaje en un método multisensorial,

Se apuesta por ser respetuoso con todo tipo de alumnado y basar el aprendizaje en un método multisensorial

donde todos los sentidos entren en juego y el aprendizaje sea vivencial, cercano, significativo?. “Este tipo de aprendizaje no es tan sólo realmente efectivo con alumnos con dislexia, sino que la metodología multisensorial será beneficiosa para el resto del aula, consiguiendo un mejor nivel en relación con otros tipos de aprendizaje”, aseguran.

Esta teoría se basa en el hecho de que las personas recuerdan:

  • 10% de lo que leen.
  • 20% de lo que oyen.
  • 30% de lo que ven.
  • 50% de lo que oyen y ven.
  • 70% de lo que dicen y escriben.
  • 90% de lo que hacen.

“Por ello, para muchos la enseñanza puede ser facilitada con gráficos, diagramas, mapas mentales, computadoras, video u otros tipos de ayudas visuales. Otros alumnos, en cambio, tienen que tener las ideas prácticamente en sus manos. Para ellos, los instrumentos manipulativos hacen que sea posible y más fácil aprender asuntos abstractos como el contenido de las matemáticas”, agregan en Disfam, donde hacen hincapié en que el niño con dislexia necesita asociar forma y sonido, por lo que les resulta muy útil buscar refuerzos visuales o auditivos para trabajar el vocabulario, como aprender los días de la semana con cartulinas de diferentes colores o enseñar a dibujar los números con plastilina. “De lo contrario, si no se trata la dislexia, a la larga pueden presentarse problemas académicos considerables”, concluyen Golobardes y Jardí.

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