Daniela Del Bene, Atlas de Justicia Ambiental
La falta de voluntad de los estados de perseguir a quien comete abusos ambientales se da en muchos países
- Autor: Por ALEX FERNÁNDEZ MUERZA
- Fecha de publicación: viernes 22 julio de 2016

El Atlas de Justicia Ambiental (EJ Atlas) tiene registrados más de 1.770 conflictos ambientales en todo el mundo desde 2011 “y crece a diario”, asegura una de sus responsables, la investigadora Daniela Del Bene. Uno de sus objetivos es dar visibilidad a conflictos de los que no se habla. “Se conocen los grandes desastres ambientales, como el derrame de petróleo en el Golfo de México o el hundimiento del Prestige, pero no los de la gente que resiste porque van a destruir su forma de vida y su territorio”, explica Del Bene. Esta investigadora destaca también que el nivel de criminalización de estas personas que protestan ha aumentado en todo el mundo. A pesar de ello se muestra esperanzada, no solo porque el 20% de las protestas registradas consiguen paralizar proyectos que destruyen el medio ambiente, sino sobre todo porque cada vez más comunidades en todo el mundo se organizan para buscar alternativas ecológicas al actual modelo de desarrollo insostenible. El EJ Atlas se construye de forma colaborativa con muchas organizaciones, activistas y investigadores en todo el planeta, coordinados por un equipo de investigadoras del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA) de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
¿Qué tipo de conflictos ambientales han detectado?
En el Atlas también señalan conflictos generados por proyectos de energías renovables.
Se trata casi siempre de megaestructuras que se construyen sí o sí, y a veces con mucha violencia. También se producen conflictos con residuos, por ejemplo para construir incineradoras. Se utilizan mucho las palabras desarrollo o progreso, pero no se habla de cómo, ni para qué o para quién. Se imponen determinados valores sin un debate democrático y participativo.
¿Qué destacaría de los actuales conflictos ambientales?
¿Cómo se producen estos conflictos?
Se crea una dinámica local muy compleja. Hay muchas comunidades que se oponen, incluso físicamente, y no son solo lejanas o indígenas. Aquí en España también hay grupos oponiéndose al “fracking”, a la ampliación de carreteras, puertos, al tren de alta velocidad, etc. Defienden también una manera de vivir y de relacionarse con su entorno y denuncian las finalidades de estos proyectos, que benefician los negocios o el confort de unos pocos mientras excluyen a la mayoría.
¿Alguno de estos movimientos consigue paralizar la destrucción de su entorno?
Un 20% de los confiticos registrados ha llevado a la paralización del proyecto. Pero es un dato que hay que investigar más, porque a veces es una suspensión que se vuelve a recuperar.
¿El otro 80% se sale con la suya?
¿Hay cada vez más conflictos ambientales?
Recientemente se publicaba un informe de Global Witness que señalaba, entre otros datos, que el año pasado se registraron 185 muertos por defender su tierra, principalmente en Brasil y Filipinas, y la cifra podría ser mayor por la falta de información. Es difícil saber si hay más violencia o es porque cada vez hay más datos. Pero si vemos que el nivel de extracción de recursos, la construcción, etc. está creciendo mucho, es muy probable que haya más enfrentamientos y que el número absoluto de asesinados o de criminalización aumente.
¿Dónde se producen los mayores casos de injusticia ambiental?
¿En España qué casos de injusticia ambiental se dan?
Sobre todo por el “fracking”, pero también por el almacén de residuos nucleares (ATC), la contaminación del embalse de Flix, Sabiñánigo, la minería en el valle de Laciana en León, el proyecto Castor de almacenamiento de gas… Es un claro ejemplo de impunidad de las empresas, de socialización de los costes y de falta de democracia en el modelo energético, como la idea de crear una unión gasística de la UE en lugar de apostar por un cambio de modelo hacia renovables deslocalizadas.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos?
Tener cuidado con el tipo de consumo, darse cuenta de la procedencia de los productos, darle importancia a lo local, a los productos de segunda mano, al intercambio, al reciclaje, practicar formas de compra colectiva con cooperativas de consumo, disminuir el embalaje, reservar más tiempo en el cuidado de las cosas básicas de la vida, cuidar más lo que comemos, la educación a nosotros y a nuestros hijos, darle el valor real a las cosas. Hay que consumir menos, seremos más sanos y más felices.
¿Es lo que algunos autores llaman decrecimiento?
¿Hay esperanza?
Sí. Se dice que “el pesimismo es un lujo para pocos”. Entre las comunidades hay mucha solidaridad y organización. Son otros niveles de democracia que se abren. Y pueden aportar mucho a los grupos institucionalizados, como los partidos políticos. De los conflictos están saliendo alternativas interesantes. Por ejemplo, en un pueblo en India del sur, Sompeta, la población local se ha opuesto muchos años a una planta energética de carbón, ha habido asesinados incluso. Tras haber paralizado el proyecto, la población se ha comprometido a buscar fuentes alternativas para demostrar que se pueden emancipar del discurso del Estado indio de que necesitan esa energía y ese modelo. Han adquirido placas solares para hacerse autónomos en sus necesidades básicas. En el norte de Italia hay una cooperativa de productores hidroeléctricos a muy pequeña escala. A través de la cooperativa pagan las inversiones para las mejoras o el mantenimiento de la infraestructura. Hay mucha creatividad en nuestras comunidades. Hay que tener el coraje de confiar, probar, hacernos más independientes y responsables. Descubriremos que no hay cambios imposibles.
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