El 25 de abril de 1998, España asistió atónita al mayor desastre ecológico de su historia a las tres y media de la madrugada, una brecha de 60 metros de ancho y 30 de alto quebró la balsa minera de la multinacional Boliden-Apirsa en la localidad sevillana de Aznalcóllar, vertiendo siete millones de metros cúbicos de lodos tóxicos y aguas ácidas a los ríos Agrio y Guadiamar, que alcanzaron el Parque Nacional de Doñana.
Más de 30 toneladas de peces muertos y 170 de cangrejos fueron recogidas en los días siguientes. Muchas de las aves que habitaban en las orillas consiguieron escapar a la catástrofe, pero sus puestas se vieron seriamente afectadas.
Hoy, seis años después de la catástrofe, ecologistas y expertos consideran que la mina de Aznalcóllar sigue siendo una «bomba de relojería». A pesar de las labores de limpieza, algunas zonas del río Guadiamar y su afluente, el Agrio, siguen presentando importantes niveles de contaminantes. Así lo reconoce en un estudio la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, al señalar que en una de las estaciones de control de contaminación situada en el río Guadiamar existe «un alto nivel de incumplimiento de metales, ya que supera los límites legales en cadmio, zinc y cobre». Un hecho que ha llevado a la Confederación a suponer «que esta contaminación tan persistente en el tiempo se deba a la posibilidad de que la balsa minera de Aznalcóllar tenga algún tipo de fisura», según se recoge en un documento elaborado por WWF/Adena, que analiza el estado actual de Doñana tras seis años de trabajos para descontaminar y restaurar la zona.
El documento señala que en el área minera se han producido recientes episodios de contaminación de aguas. Así, la filtración de tóxicos de las escombreras llegó al río Agrio provocando la muerte de toda la población de peces. Un episodio de filtración de residuos desde la mina que, para más inri, se produce en una zona desde la cual se toma el agua para el consumo humano del municipio de Aznalcóllar. Una situación que hace temer la posibilidad de que las aguas del río Guadiamar estén contaminándose al mezclarse con las del Agrio.
En este sentido, Juan José Carmona, de WWF/Adena, señala que después de seis años de la catástrofe, una de las asignaturas pendientes sigue siendo «la restauración de todo el entorno de la balsa minera para evitar posibles filtraciones y problemas», en especial tras la reapertura de la mina en 1999. No obstante, se muestra cauto ante la existencia de una grieta en la balsa de Aznalcóllar: «primero tendrían que realizarse las labores de sellado e impermeabilización de la balsa, si la contaminación desaparece, entonces podríamos hablar con toda seguridad de que existe una grieta».