La temperatura de las aguas superficiales (hasta los 300 metros de profundidad) del área noroccidental del mar Mediterráneo ha aumentado un grado centígrado en los últimos 30 años. Ello contrasta con el incremento medio de 0,31 grados en las aguas oceánicas de todo el mundo durante el último medio siglo, según una publicación de la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cataluña.
Bajo el título de «Agua y cambio climático. Diagnosis de los impactos previstos en Cataluña», el informe recoge los estudios más recientes sobre los impactos que el calentamiento global puede tener en los ecosistemas marinos y analiza los cambios previstos en el Mediterráneo. El cambio climático será «muy diferente» al conocido durante el siglo pasado, concluye el trabajo. El mar y las costas catalanas ya notan los efectos del cambio climático, puesto que el aumento de temperatura hacia los 20 metros de profundidad ha sido en realidad de 1,2 grados y de 0,7 grados en las aguas a 80 metros, afirma el catedrático de Ecología de la Universidad de Barcelona y uno de los autores del informe, JoanDomènec.
El estudio evidencia la importancia del pH del agua marina en la supervivencia de estructuras esqueléticas a base de carbonato, sobre todo corales y organismos con concha. Además recuerda que los océanos son grandes captadores de CO2. Por tanto, a más presencia en la atmósfera de este gas, los mares atraparán más. Esto, a su vez, aumentará la acidez del agua y ello supondrá un cambio «enorme» para el placton, la base de la cadena trófica marina. El trabajo especifica que el cambio climático no implica de forma necesaria modificaciones en la cantidad de nutrientes en el litoral o mar adentro, pero algunos procesos generados o favorecidos por este cambio sí pueden suponer variaciones en el régimen habitual de aportación de nutrientes y, por tanto, en la producción primaria.
Los autores del informe explican que en un mar más cálido las poblaciones de bacterias, vegetales y animales podrán adaptarse mejor o peor a los cambios, lo que permitirá una expansión o una desaparición de sus hábitats tradicionales a un ritmo todavía desconocido. Entre los ejemplos, los investigadores han constatado el desplazamiento de alguna especie de babosa o del mero hasta aguas catalanas, cuando hace pocas décadas su presencia era rara y se encontraban sobre todo en aguas más meridionales. Los periodos de cría asociados a la temperatura de las aguas también han variado, como es el caso de la sardina alacha, que ha pasado de criar en latitudes próximas al Delta del Ebro a hacerlo hasta en Blanes (Gerona).
Este trabajo, documentado en decenas de estudios internacionales, asume que todavía es pronto para conocer el alcance real de los cambios que ya empiezan a vislumbrarse. Admite, no obstante, la posibilidad de que el mar Mediterráneo no se tropicalice, que algunas especies no desaparezcan y que quizás los corales no colonicen sus aguas.